Rafael Morata estrenó su cineclub, El Cine por Delante, con “Él”, una de "las obras maestras de la etapa mexicana de Luis Buñuel, a la sazón, uno de mis cinco directores favoritos de siempre", y desde entonces siempre quiso hacer hueco a 'Nazarín' (1958), otra de sus cimas, "adaptación muy personal y libre de la novela homónima de Benito Pérez Galdós".
Las copias existentes "no solo se encontraban sin restaurar sino que se veían con una imagen muy sucia y se escuchaban peor", pero la suerte ha venido a verle. "Una reciente restauración por parte de la Cineteca Nacional de México le ha devuelto todo su esplendor", ha anunciado para deleite de los cinéfilos caballas, que podrán verla este martes a las 19:00 horas en la Biblioteca Pública del Estado gracia a una copia distribuida en Francia.
Según explica Morata, "Nazario es un cura que predica el cristianismo desde una concepción de la humildad, la precariedad, la austeridad y la caridad. Tras proteger a una prostituta, se ve obligado a abandonar su viejo hospicio y a deambular sin sotana ofreciendo ayuda a los necesitados, siempre fiel a sus postulados. Sin embargo, todos los actos en los que interviene acarrean malentendidos, incidentes e incluso catástrofes".
Premiada en el Festival de Cannes y a punto de recibir el Premio de la Oficina Católica (“Me habría visto obligado a suicidarme: no entendieron nada”, dijo jocosamente el director de la célebre frase 'soy ateo gracias a dios'), Buñuel utiliza a Nazarín para mostrar “que un cura, porque cree en dios y quiere actuar como mediador entre los hombres y una supuesta divinidad, es tanto más perjudicial cuanto más desea ser honesto” (Louis Seguin).
Trufada de ricas y apasionantes lecturas, la película de Buñuel se mueve en una doble y astuta estrategia: el cristianismo sincero y puro del sacerdote denuncia el catolicismo oficial y profesional, pero su fracaso deja al descubierto las débiles bases del cristianismo por más sincero que este sea: “La única posibilidad que tiene el hombre de empezar a ser hombre estriba solamente en que sea capaz de desembarazarse del Dios Padre, Madre, Hijo y Espíritu Santo, de sus profetas y enviados, de sus victimarios, sus esbirros y sus santos” (Buache).
El proceso en que se desvanece la ilusión por una divinidad a la vez que se descubre la realidad del hombre, subrayado por una fotografía polvorienta, terrestre, realista, que fusiona con sus grises el suelo y el cielo, tendrá su punto culminante en uno de los finales más brillantes, inteligentes y apasionantes de la obra cinematográfica del genio de Calanda. Sean o no creyentes, intenten dar una oportunidad a noventa emocionantes minutos de auténtico cine.