Luz y taquígrafos


Luz y taquígrafos
‘Una vida robada’, parábola del dolor y el alivio que produce la verdad, con interpretación sobresaliente de Álvarez-Novoa

Un drama de suspense inspirado en las tramas de bebés robados en el momento del parto (en clínicas bautizadas a menudo con nombre de virgen o de santo y atendidas por monjitas) y en los clásicos griegos. Luz, su protagonista, aspira a ser lectora del doctor Nieto, ginecólogo retirado a quien el alzheimer ha vuelto más desabrido y colérico: ahora se entretiene haciéndole la puñeta a Olvido, la perspicaz anciana que se hace cargo de las labores domésticas. A Julito, hijo del doctor, Luz le ha caído en gracia por todos los conceptos: le da el trabajo, pero le aconseja que disimule su cojera congénita cuanto mejor pueda, pues papá gusta de burlarse de tales defectos.

Un óleo enorme del busto de Nieto (cuya cabeza monda y barbicana recuerda la de Cronos devorando a un hijo en el cuadro de Rubens), que preside el escenario, duplica su figura. Carlos Álvarez-Novoa (¡qué Luces de bohemia podría articularse aún en torno a semejante Max Estrella!), da en un clic las claves de su personaje: padece alzheimer, pero conserva más agudeza de la que aparenta y aprovecha esa indefinición de su estado para hacer lo que le viene en gana.

Luz le encanta. Con su libido cuasi intacta y la autocensura bajo mínimos, no se corta en expresarle a la chica un deseo íntimo, que ella reconduce a través de un juego: “Aceptaré, si acepta usted lo que voy a proponerle”. Hasta aquí puedo contar sin desvelar nada que no esté implícito en el título de Una vida robada o en las palabras que su autor firma en el programa de mano. Antonio Muñoz de Mesa dosifica la intriga con habilidad, combinándola con una historia de amor sugestiva y con el drama de la pérdida gradual de autonomía personal que va sufriendo su protagonista masculino.

Luz contra Olvido, memoria contra alzheimer, como en la tragedia simbolista o en el auto sacramental. Muñoz de Mesa crea personajes de carne y hueso que, son, al tiempo, facultades del alma, para contarnos una parábola de la búsqueda de la verdad, y del dolor y el alivio entrecruzados que produce conocerla. Ruth Gabriel, en su interpretación segura y calma, tiene el encanto de la joven capaz de suspender el ánimo a padre e hijo, y la convicción íntima de quien se arroja a la boca del lobo sin titubeos. Liberto Rabal (Julito), en su debut escénico compone eficazmente y con plus de galán el arquetipo del chico sugestivo y capaz pero empequeñecido por su infatuado padre. Asunción Balaguer está sencillamente deliciosa en el papel de abnegada tataranieta de las nodrizas de Eurípides, y Álvarez Novoa es un oráculo a posteriori, saturnal e ibseniano. Los oscuros entre escenas están pidiendo a gritos una mejor solución.


Posted originally: 2014-01-17 09:30:10

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