El ex ministro de cultura socialista con Mitterrand, Jack Lang, ha sido el último fichaje de Sarkozy, con lo que casi un 20% del ejecutivo del Presidente francés proviene de la izquierda. El primero fue Bernard Kouchner, actual titular de exteriores, cofundador de Médicos sin Fronteras, militante del Partido Comunista francés y posteriormente del Partido Socialista. Después propuso a Dominique Strauss-Kahn, ministro de Comercio Exterior y de Economía en distintos gobiernos socialistas, como presidente del Fondo Monetario Internacional en sustitución del español Rodrigo Rato. Y antes de esto, buena parte del electorado de izquierdas le dio la espalda a la socialista Ségolène Royal en las elecciones a la Presidencia de la República francesa.

Dejando aparte bufonadas y salidas de tono de algunos dirigentes socialistas franceses y españoles, a los que sólo se les ha ocurrido decir que el problema se debe a que son gentes frustradas, acabadas, o que buscan su última oportunidad, lo cierto es que el fenómeno, que ya se ha dado en España, aunque con personajes de menor relevancia política en la izquierda, como los Ministros del Partido Popular José Piqué, Celia Villalobos, o Pilar del Castillo, merece un serio análisis. Lo fácil, propio de sectarios, es la descalificación personal. Lo difícil, pero seña de identidad de una mentalidad abierta y progresista, es iniciar un debate de ideas sincero que sea capaz de redefinir el papel de la izquierda en el mundo actual.

Los debates ideológicos en la izquierda no son nuevos. Sin debates no hay izquierda. Son la esencia de su propia existencia, que podemos situar en los inicios de la revolución industrial, cuando Carlos Marx, heredero de la dialéctica de Hegel, teorizó sobre la lucha de clases, proclamó que la historia era una ciencia y formuló sus teorías sobre materialismo histórico y dialéctico. Ya entonces, Bakunin se enfrentó a él en la I Internacional obrera y rechazó la participación en los Estados burgueses y la dictadura del proletariado como formas de llegar al socialismo, pues para él la libertad humana estaba por encima de cualquier otra cosa. Desde entonces, la izquierda ha pasado por distintas etapas y se ha posicionado de muy diversas formas. Desde amparar y propiciar la violencia como forma de lucha, hasta construir regímenes totalitarios que, supuestamente, representaban el camino hacia el socialismo, pero que acabaron siendo la excusa para que un puñado de dirigentes pudieran vivir muy bien a costa de las miserias del pueblo trabajador.

Hoy día la mayoría de partidos de la izquierda aceptan sin problemas que las democracias son los regímenes más prósperos, que el sistema de economía de mercado es el que mejor funciona y que el camino del progreso no está en el enfrentamiento de clases, como lo entendían los precursores del socialismo, sino en la negociación y en la participación en las instituciones. Evidentemente, en estas circunstancias se participa en las tareas de gobierno y se dirigen las economías de los países. A los ciudadanos que trabajan y pagan sus impuestos, lo que les interesa es poder vivir con cierta seguridad, económica y de todo tipo, tener unos servicios públicos de calidad y contemplar el futuro con cierta confianza. Y para garantizar esto, lo que se necesitan son buenos gestores, o lo que es lo mismo, que sean honrados y que técnicamente estén capacitados para dirigir el país. ¿Acaso es esto patrimonio de la izquierda o de la derecha?.

Anthony Giddens, sociólogo e inspirador de la denominada “tercera vía” de la socialdemocracia, en una entrevista publicada en ABC el 2 de mayo de 2000, hablaba ya de una política más allá de la izquierda y la derecha, aunque entendía que si se estaba en la izquierda se debía de hablar de valores, de una sociedad más igualitaria, del papel que debe jugar el gobierno en producir esa sociedad. Pero también advertía que hoy día hay muchos problemas que caen fuera de la distinción tradicional entre izquierda y derecha, como las cuestiones ecológicas, la creación de puestos de trabajo o algunos asuntos económicos, que producen muchos solapamientos en partidos de ideologías diferentes.

Yo creo que esta es la cuestión. Los valores, las ideas, los principios. Entre un mundo dominado exclusivamente por las multinacionales, sin Gobiernos o instituciones fuertes capaces de imponerles unas reglas, y otro en el que los Gobiernos sean los garantes absolutos y exclusivos de la vida de los ciudadanos, hay muchas zonas intermedias que se pueden transitar. El ser de izquierdas no está reñido con reclamar mayor seguridad en las calles, defender a la familia, pedir un mayor control de la inmigración, o pretender un empleo eficiente del dinero público. Tampoco el ser de derechas debe ser obstáculo para aceptar una legislación medioambiental dura, unas pensiones más dignas, una sanidad pública, o la igualdad de derechos de los homosexuales. Pero estas cuestiones, con ser importantes, no son esenciales para distinguirse. La distinción ha de tener más calado. Debe partir del concepto mismo que se tenga de la persona y de la vida, de la libertad y del papel del Estado, pues en razón de esto las propuestas y políticas que se desarrollen serán distintas. Considerar que la política, la economía y la acción de gobierno han de estar al servicio del ciudadano y no al contrario. Recuperar la importancia de los valores frente a lo puramente material, la razón frente al fanatismo, la heterodoxia frente a la ortodoxia. Estos y otros parecidos, son los temas que se han de abordar desde una mentalidad progresistas y de izquierdas.

Pero cuando no hay un debate de las ideas, sino puro sectarismo, triunfalismo, negación de la realidad y lucimiento personal; cuando no hay programa concreto, sino demagogia, entonces se tiene que recurrir a valores e ideas del pasado, ya superadas, para seguir reclamándose de izquierdas. Y así sucede lo de Francia, que personas de la izquierda prefieren trabajar en un gobierno de derechas, pero plural y abierto, a mantenerse en una izquierda conservadora de no se sabe bien qué valores. Esto es lo que le está ocurriendo al Partido Socialista Francés, fundamentalmente debido a la actuación de Ségolène Royal. Y de seguir por el camino actual esto también le ocurrirá al Partido Socialista Obrero Español, en este caso por culpa de Rodríguez Zapatero y de todos los que le siguen apoyando, que confunden el ser progresistas con sacar a relucir viejas reivindicaciones del pasado y con alentar conflictos territoriales y personales que en nada nos benefician.