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La mujer de las palomas - EuropaSur

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Pintadas, niños y palomas

El «Times» londinense ha acusado a Italia de comprar a los talibanes en Afganistán para que no ataquen a sus soldados, lo que significa que en vez de poner los medios para vencer al enemigo, lo que hacen los italianos es enriquecerlo. ¿Es inmoral adoptar una actitud como ésa? ¿Constituye una grave deslealtad de los italianos con quienes son allí sus aliados? ¿Tiene algún mérito vencer en una carrera después de haber comprado con dinero la retirada de tus contrincantes? Por otra parte, ¿constituye la actitud de Italia una novedosa cobardía internacional o se trata sólo del reverdecimiento de lo que algunos consideran una vieja y venerable tradición? Alguien que luchó en la guerra civil española al lado de los «rojos» me comentó hace muchos años que de haber sido bien aprovechada, la estrecha colaboración italiana con Franco podía haber sido la mejor baza de la República para sobrevivir a la contienda. Ni siquiera los franceses se mostraron en la II Guerra Mundial más ambiguos que los italianos, verdaderos especialistas en empezar la batalla en un bando y finalizarla en el bando contrario. Para esa clase de soldado, combatir en primera línea tiene sobre cualquier inconveniente la obvia ventaja de que, según evolucionen los acontecimientos, hay que recorrer menos distancia para pasarse al enemigo. Un amigo mío que es artista me dijo –supongo que medio en broma– que en la duda de no saber con tiempo a quien convendría rendir homenaje, los escultores italianos procuran dejar para el final la cabeza de las estatuas. Benito Mussolini empezó la guerra con mucha fogosidad al lado de Hitler, pero cuando los norteamericanos echaron a correr por Italia, intentó sin suerte una paz por separado. Al final fue detenido y asesinado. El mismo pueblo que años antes tanto le había vitoreado, se ensañaba ahora con su cadáver y lo dejaba desangrarse colgado de los pies al lado de los despojos de su amante. ¿Son realmente así los italianos? Hombre, yo no lo sé, pero la única vez que estuve en Italia sentí que había puesto los pies en un viejo país en el que por alguna extraña razón a mí me pareció que lo más sincero de sus estatuas eran las pintadas, los niños y  las palomas.

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