Si eres de los que piensan que los masones dominan el mundo, lamentamos decirte que estás muy equivocado: "No es más que un mito". Así lo asegura -casi sin titubear- Antonio Morales, profesor titular de la Universidad de Cádiz. El docente fue este pasado miércoles el gustoso encargado de abrir la lata del 'Symposium Internacional de Historia de la Masonería Española', cuya decimosexta edición se está celebrando desde ayer mismo en suelo caballa; por delante, cuatro frenéticas jornadas repletas de entresijos, testimonios y disertaciones.

Morales protagonizó en el salón de actos del Revellín de San Ignacio una ponencia inaugural consagrada al "análisis de las relaciones establecidas entre las logias masónicas del Campo de Gibraltar y las de Ceuta". Su título: 'Las relaciones de las logias del campo de Gibraltar y Ceuta'. Más claro, agua.

El trabajo del educador se centra en el siglo XX; más concretamente, en "sus primeros treinta años". Entonces, la masonería se constituyó en Algeciras, Gibraltar y demás regiones anexas como "un factor de integración en toda la zona". Los más de veinte kilómetros que nos separan de la península siempre han sido una frontera, sí, pero también "un lugar que ha unido mucho a los habitantes de uno y otro lado"; de ahí que, en su momento, se produjese "un intercambio" entre masones de ambas orillas del charco.

Al igual que sucede cuando el ceutí de a pie tiene la osadía de pedir un paquete por Amazon o AliExpress, la masonería tardó en desembarcar en nuestra salada tierra. Tardó, pero llegó. En palabras de Morales, "mientras en el campo de Gibraltar ya había logias a comienzos de siglo, en Ceuta, no las hubo hasta finales de la dictadura de Primo de Rivera". No es que no existiesen masones antes de la llegada de la Segunda República, es solo que "hubo un vacío": treinta y cuatro años, ni más ni menos. Restaurada la práctica, "hubo masones del sur peninsular que colaboraron con las logias de Ceuta". Y viceversa.

Tras la guerra civil y el subsiguiente período dictatorial, se abrió en España un escenario de plena desolación en lo tocante al librepensamiento. Con ello, claro está, "cayó una gran losa sobre la masonería". Es por todos conocido que Franco le tenía algo de tirria a los masones (ya sabes: el afán de progreso y esas cosas). El caudillo, de hecho, llegó a acuñar un término que, en la actualidad, se utiliza con cierta sorna en debates y tertulias televisivas; también en sobremesas y en conversaciones informales. Nos referimos, por supuesto, al célebre 'contubernio judeo-masónico-comunista'.

Pese a la atribución soviética, Morales alegaba que la cosa "no tiene nada que ver con el comunismo". "La Internacional Comunista dijo en su momento que sus doctrinas eran totalmente incompatibles con la masonería", apostillaba el experto. Lejos de las tesis franquistas, esa supuesta 'sociedad secreta' tampoco es tal. Es más: "tampoco tiene un carácter conspirativo"; nunca lo ha tenido. Según el ponente, "la masonería no es más que una agrupación de hombres libres con ideas progresistas que se unen con el objetivo de mejorar personal y colectivamente". Sin más.

Desde el propio gremio, sostienen que el grueso de los masones suele ser "gente de espíritu abierto que quiere trabajar por su país desde el amor a la ciencia y las artes". Puede que sea justo ahí donde radicase la animadversión del generalísimo hacia el colectivo. Ahí o en el sutil detalle de que Franco era lector asiduo de "literatura antimasónica". Esas mismas lecturas habrían derivado, a la postre, en que el dictador culpase a la masonería no solo de "todos los males de la patria", sino, también, de estar detrás de los grandes asesinatos de la historia. Touché.