Dicen que lo prometido es deuda. El área de Cultura prometió que traería a suelo caballa a Pastora Soler para el deleite exclusivo de sus más incondicionales. Lo hizo hace tan solo mes y medio, colocándola como cabeza de cartel de lo que sería (y está siendo) un verano sin lugar para el aburrimiento. Dicho y hecho: Pilar Sánchez ha vuelto a pisar la ciudad que la vio iniciarse en el mundillo hace ya largos años, cuando su futuro era aún incierto y ni siquiera tenía un estilo definido.

Soler no era más que una niña la última vez que se dejó ver por nuestra salada tierra. Mucho antes de lograr su anhelada pretensión de hacerse hueco en la concurrida y siempre selectiva industria musical, aquella joven ya apuntaba maneras. En su último servicio como consejero del Gobierno local, Carlos Rontomé se refirió a ella como "una de las grandes voces de la canción española". No se equivocaba. Hoy por hoy, tras habérselo ganado a pulso, parece innegable que la sevillana se ha convertido en una artista de sobrado renombre.

Con 44 años y una dilatada trayectoria profesional a sus espaldas, Pastora puede decir, orgullosa, que ha tocado techo. Para mayor gloria de los ceutíes más culturetas, las Murallas Reales han sido testigo directo este 21 de julio de esa evolución más que consumada.

La amurallada plaza de armas ha hecho las veces de escenario de un concierto de esos que se recuerdan durante toda la vida. A ojo de buen cubero (y a falta de datos oficiales), el que escribe estas líneas diría que han sido alrededor de ochocientas las personas que han acudido en tromba -y con rigurosa puntualidad- a una cita que, por su significancia, era casi obligada. Muchos, incluso, lo han hecho con varias horas de antelación, casi como si alguien les fuese a usurpar el asiento y a privarlos de presenciar lo que ha sido un espectáculo verdaderamente fastuoso.

Por fortuna, el sofocante calor de los últimos días ha dado cierta tregua durante las dos horas que ha durado la performance. Hay quien decía, de hecho, que hacía "algo de fresco". Sea como fuere, la climatología no ha sido impedimento alguno para disfrutar. Y a disfrutones, no nos gana nadie.

Soler ha salido a escena bajo la fija y atenta mirada de su público transcurridos apenas tres minutos de las diez y media de la noche. La de Coria del Río ha abierto la lata interpretando Te diré que sí, logrando, casi sin esfuerzo, meterse en el bolsillo a todos los asistentes.

Al término de la primera canción, la cantautora ha pausado el crono para dirigirse directamente, de tú a tú, a los presentes en lugar. "Han pasado muchas cosas desde la última vez que vine", exponía. "Era hasta soltera; aún no me había ni casado", ironizaba.

Antes de arrancar con Lo último que me callé, Pastora se ha deshecho en elogios con nuestra ciudad, de la que ha destacado "su belleza" y "su carácter multicultural". "Sois un ejemplo de convivencia entre culturas", defendía.

El tercer tema en resonar en las Murallas ha sido Solo tú. El juego de luces y la decoración han acompañado en todo momento no solo a la voz de la cantante, sino, también, a los arpegios de guitarra y a los ritmos de batería de su banda.

Casi en el cénit de la función, Pastora ha cantado la balada que le valió el billete a Azerbaiyán para representar a España en el festival de Eurovisión de 2012. Nos referimos, claro está, a la archiconocida Quédate conmigo. Nada más escucharse los primeros compases, los más ávidos se adherían desacomplejadamente al directo. Aquellos que, por contra, no conocían la letra con rigor (los que menos), optaban por contemplar sin más la brillante puesta en escena.

A modo de conclusión, uno diría que es hasta innecesario mencionar que Soler tiene algo más que simple tirón; tiene casta, oficio, vivacidad, valía... Tiene, en definitiva, un talento desmedido. Dichosos aquellos que hoy la han visto desplegar en vivo toda esa esencia.