El Club Baloncesto Ceuta Base, la escuela de vida de Mohamed Nayib

El Club Baloncesto Ceuta Base, la escuela de vida de Mohamed Nayib
Mohamed Nayib
Mohamed Nayib
El veterano baloncestista es ahora el entrenador de un proyecto singular en la barriada del Príncipe: “Busco sacar a los chavales de la calle. Yo no entreno, educo”

Mohamed Nayib era un pívot espigado, ágil, temperamental y duro en el cuerpo a cuerpo bajo el tablero. Hoy, más de dos décadas después de dejar el baloncesto, Nayib ha cumplido el medio siglo y no es tan espigado, pero no ha perdido su imponente presencia y se ha convertido en un entrenador de base duro, exigente, que reclama disciplina, humildad y respeto por el trabajo. Ingredientes que se aplica a él mismo en su vida diaria y con los que en apenas un año ha sacado adelante una improbable sección de baloncesto en la barriada Príncipe Alfonso con ayuda del club de fútbol Ceuta Base, que se hace cargo de las cuotas y el equipamiento y necesidades del nuevo club, formado por chavales de familias con muy pocos recursos.

Lo que hace un año era una quimera, un empeño personal, es hoy una realidad improbable: el Príncipe tiene un club de baloncesto y cuatro de sus jugadores han sido ya convocados para la selección cadete de Ceuta. El objetivo de Nayib es tan sencillo de plantear como difícil de hacer real: sacar a estos chavales de la calle y ofrecerles una alternativa que es además una escuela de vida sana, el deporte. Y en especial el basket. “El baloncesto es la vida real, yo no entreno para que sean buenos jugadores, sino para ser buenas personas”, explica junto a la pequeña y deteriorada cancha de baloncesto de Loma Colmenar, la única en muchas barriadas a la redonda. Un rectángulo mínimo, pintado de un azul resbaladizo y con las canastas dobladas que es lo más parecido a una cancha de basket que hay cerca. 

Mohamed Nayib -4
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El empeño personal de Nayib es también una forma de cerrar el círculo, devolviendo lo que la vida le dio. Al igual que un día, allá por los años ochenta, un entrenador ceutí, Jorge Molinari —hoy presidente de la Federación de Baloncesto— vio en aquel chaval de 17 años y casi dos metros el potencial de un buen jugador de baloncesto, dándole una vida rica en experiencias y enseñanzas, hoy, Mohamed Nayib busca en cierto modo lo mismo con los chavales de su barriada.

Gracias a Molinari, Nayib jugó en el antiguo Ceutí e incluso llegó a vestir, aunque brevemente, la camiseta del primer equipo del Caja Ronda, lo que hoy es Unicaja Málaga. Un años que Nayib recuerda mientras se le escapa una sonrisa. “Molinari confirmó en mí, yo era de una familia no muy pobre pero sí humilde y en este mundo sabes donde empiezas pero no dónde vas acabar. El comienzo fue bueno, el transcurso también. Era el año 88 u 89, jugué dos temporadas con Jorge y me fui a probar al Caja Ronda con un gran amigo mío que era Carlos Marjuán. Dimos el salto. Aquello fue otra cosa, ya el baloncesto lo llevaba inyectado en las venas. Aquello era el top. Encontrarte con Rafa Vecina, con Mike Smith o Mario Pesquera, que luego fue seleccionador de la absoluta”.

Las tres encrucijadas de Nayib

Los recibieron con los brazos abiertos, eran dos jugadores bregados en la segunda división y se adaptaron rápido, recuerda. “Era difícil, los entrenamientos eran muy intensos, era un reto muy complicado, éramos de Ceuta, nadie nos conocía, ni nadie conocía Ceuta, pero estuvimos a la altura, entramos en el primer grupo pero salimos al segundo, equipo, el del Faro”. Y ahí llega la primera encrucijada de Nayib.

Mohamed Nayib -1
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Aunque era feliz jugando al baloncesto y apreciado en el equipo — siempre es bueno tener a tu lado a un pívot duro que se brega en cada jugada—, el salario, apenas 30.000 pesetas (poco más de 180 euros), no alcanzaba para vivir. Con su padre enfermo, él era necesario de vuelta en Ceuta. Así que tuvo que elegir, la canasta o el andamio. “Elegí las dos cosas, el andamio y la canasta”, se ríe. Una capacidad de trabajo que ha heredado su hija Norimén Mohamed, que, doblando la apuesta de su padre, estudia Medicina en la Universidad de Cantabria mientras es una de las estrellas del Ventanas Arsan Astillero, en el grupo A de la primera división nacional femenina.

“Me tuve que volver porque tenía que trabajar”, resume. Una lección de vida que ahora intenta transmitir a los chavales. Además de jugar al baloncesto aprenden que hay que tener los pies en la tierra y saber ganarse la vida. “La carrera de un deportista es muy corta, diez o doce años eso hay que tenerlo en cuenta”. Él empezó montando andamios pero vio que pasaba el tiempo y el baloncesto seguía bullendo en su interior pero el tiempo volaba. Era la segunda encrucijada. 

“Ya con 24 años pues la esperanza se te va, no te derrumbas pero ves que se va acabando el tiempo y ves que que algo que amas no te llega y empiezas a pensar en formar una familia, ya me tengo que comprar otra casa. Me casé joven, con 24 y la verdad, no me ha ido tan mal, en aquellos años tenía una empresa de madera y ahora tengo varias empresas, desde una hamburguesería a un desguace”, explica, confesando su verdadero secreto: “Soy muy emprendedor, me gustan los retos”, explica, “y tengo tres hijas estudiando carreras fuera, trabajo 27 horas al día”.

Pero ni con esas dejó del todo el baloncesto. Tres años después, ya con la siguiente generación de baloncestistas ceutíes empujando, le volvieron a llamar a filas. Y como Michael Jordan, cuando todos pensaban que se había retirado volvió a saltar a las canchas. “Ya tenía 28 años, era pívot y era bueno, se puede decir que era un 5 muy bien reconocido en Ceuta. Se me metió en la cabeza que aquel reto lo tenía que superar”. En aquel equipo jugaba también Nacho Dominguez, referente del baloncesto caballa y cuyo torneo memorial recuperará la Federación de Baloncesto en los próximos meses, adelanta Nayib.

La última encrucijada

Una segunda época dorada que acabó en sombras, recuerda torciendo el gesto. Una depresión terminó por alejarle del baloncesto. “No podía viajar, no podía montar en el barco y ese fue mi retiro, tuve que dejarlo”. El estrés del trabajo, la tensión acumulada de años de competición y un cúmulo de problemas terminaron hundiendo a este tiarrón de dos metros y media sonrisa. Era la tercera encrucijada. De la que solo logró salir cuando el baloncesto volvió a entrar en su vida.

Entrenar a su hija fue el comienzo y sintió que se le quitaba la ansiedad. Años después decidió ir un paso más allá y buscar apoyos para montar un pequeño club escuela en el Príncipe. “Quería empezar aquí porque el baloncesto está olvidado en el Príncipe. Mi llamamiento es por falta de instalaciones, normal que les guste el fútbol, tienen campos.por todos los lados”, ironiza. Él, como cualquiera en 50 años, ha atravesado una vida de altos y bajos que, en parte gracias al baloncesto, admite, ha logrado capear con entereza a base de disciplina y pundonor para afrontar los retos. Y eso es lo que quiere enseñar a los chicos de la barriada. El baloncesto está ahí para enseñarlos a vivir: “El mundo del baloncesto es un mundo real, es pura amistad, puro deporte, no hay mal rollo, te puedes enojar, te puedes mosquear un rato, pero cuando termina el partido nos vamos como amigos”.

Mohamed Nayib -2
Mohamed Nayib -2

Ceuta Base

No era fácil, pero encontró el apoyo que buscaba en el Club de Fútbol Ceuta Base, que desde entonces tiene una sección de baloncesto. Ellos se encargan de las cuotas de los chavales (ya son diez los jugadores en dos categorías, cadete y mini basket, al que hay que sumar el equipo de veteranos que este sábado participaba en el torneo 3x3 de la federación de Baloncesto)

El emplazamiento ideal, cree Nayib aunque las instalaciones sean precarias, es la pista de Loma Colmenar, un lugar visible y accesible, donde las familias puedan ver al pasar que hay 20 niños entrenando. Lo que necesita ahora Nayib es visibilidad para su proyecto, mitad club, mitad escuela de vida. De momento no encuentra demasiados apoyos en la barriada y los padres no se implican. Y así y todo tiene ya dos equipos en un año.“Estos niños son pobres, no pueden pagar las cuotas, el club paga las cuotas, las camisetas, nos han dado balones, canastas. Empezamos con chavalotes de 14 años, la edad más mala. Y además es muy difícil trabajar en el Príncipe, tengo la peor agenda, la más complicada que puede tener el presidente de una sección de baloncesto y entrenador. Tenemos buena aceptación, pero en Facebook, la gente nos tiene que conocer, qué deporte es este, en el Príncipe no se conoce el baloncesto, solo los más mayores”

“Con salvar a un niño de la calle me basta. Sé que es un trabajo a largo plazo”, admite. “Se lo digo a mis chavales, lo primero es la educación. Yo no entreno, educo. Si no hay respeto entre compañeros no tenemos nada. Mi charla se basa antes de todo en el respeto y la humildad. Si no eres humilde te siento en el banquillo. Necesito jugadores trabajadores, el que trabaja es el que se merece el puesto el fin de semana. No solo hay que ser bueno para salir a la cancha, hay que ser buena persona, con buenas ideas. Yo pido las notas a mis jugadores todos los trimestres”. Justo lo contrario de lo que exige la calle de la que Nayib quiere alejar a estos chavales. 

“Yo sé bien lo que es la calle, he vivido mucha calle y sé las consecuencias, decidí hacer este programa primero porque mi presidente, Jorge Molinari, me invitó a formar parte de la junta directiva y me han apoyado para llevar el equipo cadete. Si yo pudiera salvar con el deporte a todos los niños que pudiera, no para ser jugadores profesionales, sino para ser jugadores grandes, con un buen corazón, que sean puntuales, trabajadores, responsables…”

La próxima vez que pase junto a la pista junto a la rotonda de Loma Colmenar, sepa que eso no es solo un club de baloncesto cadete entrenando junto a la carretera, es también una escuela de vida. Allí educa con un balón de baloncesto un hombre al que un entrenador le dio la asistencia de su vida, mostrándole una forma diferente de vivir: el deporte. Ahora es él quien da el pase decisivo.

El Club Baloncesto Ceuta Base, la escuela de vida de Mohamed Nayib


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