"Una magnífica formación": así se ha referido Marcos Llago al evento que le ha valido a Montesa 3 la celebración del 318º cumpleaños del Regimiento de Caballería. Los jinetes y cazadores que integran la división del Arma en suelo caballa han conmemorado a golpe de parada militar los más de tres siglos de gloriosa vida de esa Unidad que dice llegar siempre "la primera" al campo de batalla y que presume de ser "la última" en abandonarlo.

La cita ha transcurrido al completo en el Acuartelamiento Coronel Galindo: el patio de armas del lugar ha hecho las veces de escenario de un inusitado acto que ha estado atravesado de pleno por la ostentación, el simbolismo y el fervor. El grado de seriedad era tal que, al momento de producirse el pistoletazo de salida, la tropa permanecía formada desde hacía largo rato junto a uno de los laterales.

Coronaba la formación un reducido y modesto destacamento de la Banda de Música de la Comandancia. A sus mandos, la siempre estoica Amadora Mercado del Río, quien ha recibido la gustosa encomienda de aderezar la ceremonia a ritmo de batuta (en connivencia con sus propios músicos, claro).

La seriedad se tornaba por completo en solemnidad con la llegada de la bandera nacional. Esta accedía al lugar -escoltada- por mediación de una pareja de soldados. "Les ruego a todos que se pongan en pie en señal de respeto", requería por megafonía el relator de la gala. Bastaba con una única petición; los asistentes se levantaban raudos de sus asientos.

Con la rojigualda ya encabezando el episodio, hacía su entrada el comandante general, que llegaba a la zona -como siempre- arropado por buena parte de su plana mayor. Nada más arribar, Llago se subía a lo alto del púlpito que lo acreditaba como máximo jerarca de la gala. "Permiso para comenzar el acto, mi general", le requería un funcionario.

Lo marcan los cánones; lo dicta la propia disciplina castrense: había que pasar revista. En medio de la rimbombante mezcla de sonidos resultante de los acordes de clarinetes, cornetines y trompetas, Llago se pateaba el patio de punta a punta para cerciorarse de que el cien por cien de sus subordinados estuvieran en perfecto estado de presentación. Su cara lo decía todo: no había ni el más mínimo 'pero'.

A diferencia de lo vivido en tantas y tantas ocasiones, este 18 de marzo, la Comandancia no ha escenificado el movimiento de ninguno de sus efectivos a la Fuerza de Reserva. Nada, por tanto, de besos a la bandera; todo han sido condecoraciones y nada más que condecoraciones. Medallas, cruces, reales órdenes... Por haber, ha habido hasta diplomas: varios funcionarios han recibido sendas cédulas de concesión del título de 'Cazador del mes'. El pretexto: su "excelente labor, ilusión, entrega y compañerismo".

El encargado de dispensar los diplomas ha sido el novísimo mando del Arma, el teniente coronel José Miguel Benéitez Martínez, al que el evento que ha propiciado la elaboración de este modesto artículo le ha supuesto su primera parada como jefe efectivo de Montesa 3. "Enhorabuena por tu dedicación", repetía sin excepción a cada uno de los galardonados.

Tras dispensar todos los reconocimientos previstos, llegaba el momento por todos esperado: el de homenajear a cuantos han dado su vida por España a lo largo de la historia. Con los primeros compases de La muerte no es el final, irrumpía en escena un pequeño cortejo formado por no más de diez militares. Como siempre, los dos que iban en vanguardia -un hombre y una mujer- portaban consigo una vistosa corona de flores.

"Lo demandó el honor y obedecieron; lo requirió el deber y lo acataron; con su sangre, la empresa rubricaron; con su esfuerzo, la patria engrandecieron", pronunciaba alto y claro el relato. "No quisieron servir a otra bandera; no quisieron andar otro camino; no supieron vivir de otra manera", sentenciaba, poniendo los pelos de punta a quienes lo escuchaban mientras contemplaban la estampa.

Al ser el Coronel Galindo su 'feudo', el encargado de depositar la guirnalda a los pies del monumento que recuerda a los caídos ha sido el propio Benéitez. Luego de colocar cuidadosamente el laurel, dos docenas de soldados empuñaban sus armas para disparar al aire una sonora salva que hacía estremecer hasta a los menos asustadizos.

Mientras los altos mandos regresaban a su posición, la tropa entonaba el Himno de Caballería al que ponía el broche un resonante "¡Viva España!". "¡Viva!", voceaban a posteriori los asistentes. Se dispersaba, así, esa "magnífica formación" a la que hacía referencia el comandante general; daba comienzo un desfile en el que los tanques y carros blindados acaparaban el grueso de las miradas.