EID AL-ADHA EN TIEMPOS DE PANDEMIA

“Es la Pascua más triste que recuerdo, pero qué se le va a hacer”

“Es la Pascua más triste que recuerdo, pero qué se le va a hacer”
Una familia saluda a Ceuta al Día desde su terraza. Eid el Adha 2020
Una familia saluda a Ceuta al Día desde su terraza. Eid el Adha 2020
Silencio y tristeza en las calles del Príncipe en la Pascua del Sacrificio, la fiesta grande musulmana. Aunque hay quién se ha saltado la prohibición del sacrificio, son solo una minoría. Para la inmensa mayoría hoy es "la Pascua de los pinchitos".

Tristeza. Amargura. Rabia. Indignación. Son las primeras emociones que les vienen a la cabeza a los vecinos del Príncipe cuando se les pregunta por cómo están viviendo este Eid al-Adha, el más raro y tenso que recuerdan los más mayores del lugar. En la populosa barriada, que en años anteriores era una fiesta, hoy reina el silencio. Son pocos incluso los que se han vestido de blanco, con sus mejores galas, como manda la costumbre. “Parece un día normal”, lamenta Abdeselam, apoyado en el quicio de su puerta muy cerca del zoco. 

Aunque legalmente está prohibido el sacrificio en el domicilio y en años anteriores se recomendaba llevarlo a cabo en las carpas habilitadas para ello, en el Príncipe se seguía haciendo en casa, a la antigua usanza, de forma masiva. Este año no. Sin rastro visible de sacrificios, salvo rastros puntuales de olor a borrego, no parece siquiera que sea un día festivo. Pero, así y todo, aunque hay quien ha desoído la prohibición de sacrificar, son la excepción —al menos a la vista. La inmensa mayoría de los vecinos, resignados, han cambiado la Pascua del Sacrificio por “la Pascua de los pinchitos”, ironiza una vecina.

Para Mustaffa Tami es “indignante”. No por la suspensión en sí misma, sino por el modo en el que se ha llevado a cabo. Pero la fiesta, en resumidas cuentas, no ha cambiado mucho: “Lo celebraremos en familia, saludando a los vecinos, a los amigos, pero claro, no hay mezquita que es donde te juntas… Yo no llevo mascarilla porque estoy en casa —se disculpa— sino estaría con el bozal puesto”. Pero él es la excepción. Pocos, muy pocos, casi nadie, la lleva en el Príncipe, menos aún si te adentras en los callejones.

“Sin matar borrego cómo va a ser, pues triste”, resume Mohamed, vecino de Mustaffa. “La culpa es del Gobierno que un día dice que se puede, luego que no, luego que te multan, luego que no, luego ponen contenedores… pero al final nos hemos quedado sin borrego”. “Si Sanidad dice que no se puede matar el borrego luego porqué reparten bolsas de basura y ponen contenedores si está prohibido. Parece que quieren que lo hagamos a escondidas, o sí o no”, interviene Hamido, que se suma a la tertulia improvisada en plena calle, junto al Polifuncional del Príncipe”.

Por solidaridad, por nuestros hermanos, por nuestros vecinos, por nuestro país, que se ha muerto mucha gente por el corona,  que los cristianos no han celebrado lo menos cinco fiestas, la Semana Santa, las comuniones, San Antonio, San Juan y ahora viene la Feria… No hacía falta prohibirlo. Pero, claro, todos no opinan igual”.

Durante toda la mañana, furgones de la Policía Nacional y la Policía Local recorren las arterias principales del Príncipe. “Pasan por pasar, ni se paran ni nada”, explica Mohamed, sentado con un amigo en un bordillo cerca de la farmacia. “Comentan que van a venir helicópteros y la Policía, para vigilar. Ayer por la mañana denunciaron a dos o tres que llevaban un borrego en el maletero, pero al mediodía se quitaron. Ha habido controles de la Guardia Civil en el Serrallo, pero después se han quitado… Han puesto contenedores dos días antes, han traído bolsas de restos, no han sido capaces de decir mira nos hemos equivocado esto es lo que hay, no han sido capaces de dar la cara”, lamenta Mustaffa Tami, que, subraya, está de acuerdo en que no se celebre la Pascua por motivos sanitarios. 

Policía Príncipe

“Por solidaridad, por nuestros hermanos, por nuestros vecinos, por nuestro país, que se ha muerto mucha gente por el corona,  que los cristianos no han celebrado lo menos cinco fiestas, la Semana Santa, las comuniones, San Antonio, San Juan y ahora viene la Feria… No hacía falta prohibirlo. Pero, claro, todos no opinan igual”. Para Mustaffa lo importante no es el qué sino el cómo. “Por lo demás, todo perfecto”.

“Este año toca pinchitos”, resume Hadiya, de “setenta y algo años” con buenamente puede a la puerta de su casa en la calle Fuerte. Su nieta, de 11 años, echa una mano. “Me parece que este año es un poco así así, sin borrego y eso, hemos comprado carne, pero mucha gente ha comprado borrego, pero lo hace en casa, dentro.

Mohamed, sentado en un banco con un transistor al lado, no quiere saber nada de periodistas ni de grabadoras, pero resume la situación con una frase certera que describe el panorama que nos rodea: “Calla, calla, no me lo recuerdes, ¿tú estás viendo? ¿A esta hora iba a estar aquí? Estaríamos sacrificando… ¿Cómo se sienten hoy?, pregunta el periodista. “Rabioso, triste, de todo, pero no me grabes”. A su lado, atraído por la presencia del reportero, está Mohamed, venido de Málaga para pasar las fiestas con la familia en Ceuta. “La gente no está mosqueada, pero quemada sí, pero, la verdad, la mayoría de la gente ha comprado carne”.

“Me parece muy mal lo que están haciendo, si han quitado esto podría quitar también las terrazas, los bares, que están abiertos y esto es una fiesta en casa, pero no se puede, pero ir a un bar, a una discoteca, a la playa, eso sí se puede. Anteponen el turismo, el ocio antes que la religión, no han entendido que es una fiesta familiar. Y luego está que en Melilla sí, aquí no… Esto es solo política”.

Son muy pocos los que se han vestido de blanco y no hay ese ambiente de fiesta familiar de años anteriores. “Parece un día normal y corriente”, resume Hadiya, “muchos vecinos ni siquiera van a celebrar. Nosotros, por los niños, sí. Hemos comprado pinchitos en la carnicería, nos hemos reunido la familia, con mi tío, mi madre, pero, vamos, casi como un día normal. Otros años nos levantamos temprano, vamos a la mezquita, pero este año lo hemos hecho en casa”. Pero el ambiente no es el mismo. “Yo no tenía ganas de levantarme, con decirte eso, pero lo hemos hecho por los niños”.

Hadiya tiene claro que ha sido una decisión”política”. “Me parece muy mal lo que están haciendo, si han quitado esto podría quitar también las terrazas, los bares, que están abiertos y esto es una fiesta en casa, pero no se puede, pero ir a un bar, a una discoteca, a la playa, eso sí se puede. Anteponen el turismo, el ocio antes que la religión, no han entendido que es una fiesta familiar. Y luego está que en Melilla sí, aquí no… Esto es solo política”.

Mohamed, 37 años, dos niñas y una tercera en camino, pasará la Pascua con su mujer, sus niñas y su suegra, pero no tiene cara de fiesta. “Nos han quitado la fiesta, pero hay algunos que la hacen, otros que no… Y se te queda cara de tonto, no he hemos comprado el borrego y nos hemos quedado mal, los niños preguntan… Pero bueno, hemos comprado carne en el carnicero, pero muy mal, muy amargo, con ganas de llorar. Esto se hace en familia, esto no es estar en la calle ni nada de eso, pero claro, si unos lo hacen y otros no, se te queda la espina, si lo sé hubiera comprado borrego”. 

Mohamed, un joven de 25 años, él sí vestido de día festivo, se muestra resignado: “No hay sacrificio, imposible que se note que hay fiesta, es un poco triste, los niños disfrutan con el borrego, nosotros disfrutamos con la familia pero no nos podemos reunir. Por una parte te sientes mal, pero por otra hay fiestas vuestras que no se han podido hacer y es lo que hay”.

Sacrificio en el interior de un domicilio. Foto cedida.

Un poco más abajo, en la esquina de la calle que accede al zoco, un grupo de chavales increpan al periodista. Es complicado hilar una conversación con ello, mucho menos arrancarles una opinión. Lo único que queda claro es que todos se jactan de haber sacrificado un borrego esta mañana. “Mira, huele mis manos”, prueba uno de ellos, sentado en una moto, “y mira cómo huele este”, dice señalando a un colega que parece a punto de morirse de la risa por el comentario. “Díselo a Vivas, aquí sí hay sacrificio”. 

Son pocos, muy pocos los que están sacrificando. La inmensa mayoría, insiste, ha comprado carne. “Si no olería”, demuestra. Y es cierto. No huele

Ya en el zoco, ante su comercio, un hombre rechaza comentar nada con el periodista pero sí quiere dejar claro un aspecto: son pocos, muy pocos los que están sacrificando. La inmensa mayoría, insiste, ha comprado carne. “Si no olería”, demuestra. Y es cierto. No huele. No hay rastros de sangre en el asfalto, ni en los patios. No sobrevuela el olor penetrante del borrego, ni el denso aroma de la sangre o de las cabezas de cordero quemadas. A no ser que te adentres en las callejuelas. Allí la cosa cambia. Aunque no se vean los sacrificios, el olor es innegable, aunque, eso sí, puntual y, sobre todo, invisible. El sacrificio este año es de puertas para adentro. 

Para Rachid esta pascua es triste “y aburrida”. “La gente está dolida”, tercia su vecino Abdeselam (nombre falso, prefiere no dar su identidad, ni tan siquiera el nombre de pila), “Ni siquiera nos creemos lo que está pasando”. Pero le quita hierro. “Al final está la familia reunida, eso no se puede evitar”, observa. “Sí, sí, pero hay que ir con el grupo”, matiza Rachid, “no hay fiesta para nadie, hay que ser comprensivo. Es la Pascua más triste que recuerdo, pero qué se la va a hacer. Tampoco se ha hecho Semana Santa ni nada, el año que viene si dios quiere. La tristeza es por no poder hacerla, pero hay que ir con el grupo. Es la Pascua más triste que recuerdo, pero qué se le va a hacer”.

Eid el Adha 2020

Para ellos, como observaba Mustaffa Tami, el problema estriba en cómo se ha suspendido. “El problema es que nos han dividido, unos matan, otros no matan y la gente está dolida y no hay motivo. No hay rezo colectivo, se entiende, se comprende. Pero esto no, si en el sacrificio vamos a estar mis dos hijos y yo, que estamos juntos en casa”

“Ayer estuvimos cuatro horas para comprar unos kilos de carne en Calamocarro, casi hasta las 11 de la noche para coger cuatro kilillos de nada”, protesta Mustaffa, “pero qué le vamos a hacer. Hay que hacer caso como país. Esto es una nación y todos a una”. “Lo que dice Sanidad, hay que hacerlo”, resume a su lado su hijo Mohamed. Ambos están sentados en la puerta de su casa, en chandal. Otro año, a estas horas, vestirían sus mejores galas. “A ver si el año que viene…. Aunque creo que vamos a estar este año y el otro, ya lo verás”, augura Mohamed. Lo que no les hace ni pizca de gracia es que haya quien se ha saltado las normas “Eso está muy mal, o lo hacemos todos o no lo hace nadie. Hay gente que no tiene ni para comer con la pandemia esta que estamos pasando y está escuchando al borrego del vecino. Eso no puede ser”. Pero son muy pocos, insisten, si no olería y habría sangre en las calles como en cualquier otra Pascua. “Serán como mucho un 5%”, calcula a ojo de buen cubero.

Callejeando rumbo a Arcos Quebrados, el periodista se encuentra con un grupo de chavales sin camiseta y un hombre de edad indefinida que pega un brinco al ver la cámara y amenaza al reportero con llenarle “de plomo” si se le ocurre hacer una foto. No quiere hablar con los periodistas, son todos unos mentirosos, sentencia, aunque termina hablando por los codos. A él la Pascua le da igual, acaba de salir de la cárcel y no quiere problemas aunque, eso sí, hace “lo que le da la gana”. “Pero esto apúntalo —sugiere señalando la libreta— “al de Vox que no se le ocurra pasar por aquí”, dice haciendo el gesto de empuñar un arma.

Yassin tiene clara cuál es la solución: “Elecciones ya, que gobierne alguien que lo haga para todos, no solo para los suyos”.

Por allí pasa Rachid, larga barba, andar pausado. Su presencia destensa el ambiente. Saluda a todos con un apretón de manos. Ni mascarillas ni distancia social que valga. Esto son las entrañas del Príncipe. “Hoy es un día raro”, resume Rachid, “esto es una fiesta familiar, nuestra fiesta no es folklore, ni cantar, es una prueba de fe y estar en familia”. La clave para Rachid está en que esta es una fiesta religiosa y ninguna autoridad religiosa ha dicho que no se pueda hacer. “El Gobierno no es nadie para decir que no se celebra, tiene que ser una autoridad religiosa. Si lo hubiera dicho el rey de Marruecos, pero Vivas no es ni siquiera musulmán, si fuera musulmán igual se lo pasamos. Hassan II sí la quitó una vez por una sequía, no había borregos para todos y por justicia social se suspendió”, argumenta. Pero alguien te puede decir qué pinta el rey de Marruecos en España, apunta el periodista. “Es religioso, no tiene nada que ver con la política, es un tema como el papa, que también es de otro país, hablo de autoridad religiosa”.

Esto es muy raro, la verdad”, reconoce Yassin con su hija en brazos, cerca de la calle Agrupación Este. “Nos han prohibido, entre comillas, el sacrificio, pero sacrificio sí que hay, si hasta han puesto contenedores para recoger los restos, han jugado a la ley del silencio y los han puesto a ultima hora. Se han callado, han esperado y a los demás que nos zurzan”.  Ninguno de los encuestados, con dos excepciones, hacen referencia alguna a la política,. Yassin es una de esas excepciones. Él tiene clara cuál es la solución: “Elecciones ya, que gobierne alguien que lo haga para todos, no solo para los suyos”.

De vuelta al centro del Príncipe, el reportero se reencuentra con Mustafa Tami. Él sigue sentado a la puerta de su casa, con su nieta en brazos. Ya no está solo, ahora le rodea parte de la familia. Saludan afables, despidiéndose del periodista con un “hasta el año que viene. Insha’Allah. Hay cosas que no cambian ni con el virus. La hospitalidad de las familias del Príncipe es una de ellas.

Eid el Adha 2020 familia Mustaffa Tami

“Es la Pascua más triste que recuerdo, pero qué se le va a hacer”


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