Juan Martín vino al mundo en Ceuta hace casi 38 años y siempre ha vivido rodeado de plantas. De hecho dice haber "nacido en el vivero" que su familia tiene desde hace más de medio siglo en Benítez. Allí se hizo hombre, cultivando primero "patatas y tomates" y luego hasta "girasoles". Aprendió a reproducir especies vegetales, que observa, riega, escucha y mima a diario, aunque no les hable mucho: "Con tanto ajetreo no hay tiempo, entonces no soy de darle charlas a las plantas".
Martín, que sigue siendo un hombre menudo, habla con ilusión de como su padre le fue enseñando. De como correteaba por el invernadero, ahora reformado, en el que tras la jubilación de su padre está solo. "De los cinco hermanos que somos me hice cargo yo del negocio porque desde crío se me metió el gusanillo. Ha sido mi hobbie y ahora es mi vida", subraya.
Sentado junto al barrio rojo de los pollos, una jaula con una lámpara térmica de luz colorada en la que tiene pequeños pájaros en el despacho a la entrada del vivero, espera a que lleguen los clientes. En verano se pone una espiral antimosquitos, en invierno varias capas de ropa: "Está fresquito aquí eh", apostilla.
De vez en cuando se levanta, echa un cigarrillo y vigila que a las plantas no les falte agua, ni que estén cogiendo hongo y retira las malas hierbas. Por ahí destaca, una fila de mimosas púdicas que ocupa por temporadas una larga hilera del espacio. Estas plantas, que reaccionan ante el roce plegándose han dado sustos a algún cliente.
"Una mujer pasó junto a ellas cuando tenía más de cien y las rozó. Todas se plegaron como un manto y ella salió corriendo, gritando que las había matado", recuerda el hombre, que de vez en cuando también se ríe en el trabajo.
Lo que no suele tener es conversaciones con las plantas, aunque es consciente de que otros compañeros del gremio si son afines a la corriente parlanchina de la reproducción vegetal. "Es cierto, hay gente que les habla y creo que hay plantas que lo sienten. No soy de estar hablando con ellas largos ratos. Hay muchas cosas que hacer y no tengo tiempo para darles una charla", bromea.
Hay quien por no hablar, en este caso, preguntar y pedir permiso, acaba amargado en el invernadero, para carcajada de Martín. "Hay gente tremenda. Un hombre, sin preguntar, agarró una naranja de los árboles decorativos que tenemos y no son comestibles. Se le puso cara de grima".
Así, entre prestar cuidados, atender a gente y observar a los pollos pasan sus días. Solo descansa los domingos por la tarde y lleva sin irse de vacaciones ya unos años. "Esto te roba mucho tiempo".
Claro, el tiene sus aficiones más allá de los geranios. "Me gusta un buen tapeillo, como a cualquiera", apunta. Algo que le lleva a parar por los bares del centro el día de asueto cristiano. Eso sí, ya no se anima a liarse. "Me dicen los colegas que baje al Poblado Marinero pero no me apetece mucho ahora ya", agrega.