El Campo de Gibraltar es la región más meridional de Europa. Un territorio de 1.500 km2, apenas el 1,74% de Andalucía y solo un 0,31% de España, pero que alberga más de 2.200 especies botánicas. El 50% de las que hay en Andalucía y una cuarta parte de todo el país. “Es un hotspot de biodiversidad”, resume Jesús Sánchez, ‘Lechu’ para sus amigos, autor de la ‘Guía etnobotánica del Campo de Gibraltar’, editada por el Instituto de Estudios Campogibraltareños, que este martes ha presentado su guía etnobotánica en la Biblioteca Pública del Estado este martes de la mano del Instituto de Estudios Ceutíes. Una presentación a este lado del Estrecho que no es baladí: las coincidencias de la flora en las dos orillas es de un 80%, calcula.

Se trata de una obra monumental con más de 3.000 fotografías que recoge 804 especies botánicas clasificadas por su uso humano, del alimentario al alucinógeno pasando por el uso cosmético, medicinal o incluso el cultural. Es el fruto de 20 años de trabajo de Jesús Sánchez Hernández, botánico y profesor del IES Getares de Algeciras, un  proyecto personal, realizado íntegramente por él con sus propios medios y que, curiosamente, empezó en esta orilla, en la localidad marroquí de Beliones. Hasta aquí vino en busca de la sabiduría de los mayores del mundo rural ayuda por una beca “en años de vacas gordas” que se esfumó al llegar la crisis. Pero no abandonó la idea y se centró en el Campo de Gibraltar donde rastreó los diferentes usos que se dan a las plantas apoyándose de nuevo en los más mayores del lugar. 58 sabios del mundo rural como Juan Quero, pastor y escritor, o Manuel Gómez, que cada martes da un taller de uso del palmito que como el esparto, se está perdiendo.

La guía, en realidad, responde a la curiosidad de sus alumnos en sus salidas al campo. “Esta planta para que sirve, maestro?”, preguntaban a menudo. Y decidió plasmar su respuesta en un grueso volumen que abarca 16 tipos de uso humano de las plantas. El más habitual, el alimentario, Un 34% de las especies que detalla en su guía tienen este uso, aunque, lamentablemente, cada vez son menos las especies vegetales que usamos como alimento. “Los hombres primitivos consumían hasta 400 tipos diferentes, ahora mismo no llegamos a 40 y no son de cultivo local”. Aún hoy, señala, se sigue saliendo al campo a buscar plantas que se usan como alimento, como las tagarninas o las ortigas y los espárragos, y otras especies viven una edad de oro, como los piñones o las algarrobas, muy apreciadas en alta repostería.

Pero las plantas tienen mil y un usos, el más común pero ya en muchos casos olvidado es el medicinal, sin olvidar el cosmético, desde el más sofisticado al más sencillo, “como el agua de lavanda, la única colonia que había antes”. El uso cultural es también uno de los más habituales, aunque muchas veces no nos demos cuenta. Cuando hablamos de algo hediondo, o llamamos a alguien algarrobo o alcornoque o cuando amenazamos con dar una colleja estamos hablando de plantas sin saberlo, señala Sánchez, recordando además el importante papel que tienen la plantas en el folclore, la mitología, la poesía en los juegos infantiles.

Pero si ha habido un uso secreto de las plantas ese ha sido la búsqueda de las especies alucinógenas, como es el caso del estramonio, que contiene escopolamina, el ingrediente con el que se hace la ‘burundanga’ y otras drogas para someter la voluntad; el beleño que usaban las brujas para ‘volar’; o la mandrágora, “que en la Edad Media podría costar el equivalente del salario de un mes de un artesano”, explica Sánchez. Un peligro a tener muy en cuenta, avisa advirtiendo de juegos y experimentos conectas drogas naturales: “Con nada que te pases, la dosis es mortal”.