Los curas no hacen su trabajo


Los curas no hacen su trabajo
Una de las cosas que más desespera a los invitados de una boda es la homilía del presbítero que ejerce como testigo cualificado. Puede haberse los novios esforzado todo lo posible y lo imposible para que su ceremonia matrimonial tenga la cadencia y el significado que a ellos les gusta y quieren transmitir, pero el [...]

Una de las cosas que más desespera a los invitados de una boda es la homilía del presbítero que ejerce como testigo cualificado. Puede haberse los novios esforzado todo lo posible y lo imposible para que su ceremonia matrimonial tenga la cadencia y el significado que a ellos les gusta y quieren transmitir, pero el elemento incontrolado del cura siempre está allí para destrozar cualquier intento de orden.

Casi todo el mundo lo vive como una especie de mal necesario: si alguien quiere casarse por la Iglesia, asume el coste de escuchar a un cura durante un tiempo indeterminado pero casi siempre excesivo.

Yo esto no lo disculpo, ni lo considero parte de lo que entendemos como ‘casarse por la Iglesia’, antes bien creo que los sacerdotes son generalmente unos flojos y no hacen su trabajo. Independientemente de las creencias religiosas, ser sacerdote constituye una ocupación a la que hay que exigirle unos niveles mínimos pero suficientes de profesionalidad.

Voy a centrarme en las bodas. Los sacerdotes generalmente no preparan sus homilías y es por ello por lo que hablan mucho, se repiten, divagan y exhiben una serie de lugares comunes que hacen que todas sus intervenciones suenen igual la una a la otra.

Hablar cinco minutos, que sería lo recomendable, requiere trabajar al menos dos horas. Una intervención, cuanto más corta, más trabajada tiene que estar porque sí, hay que decir cosas, pero en un tiempo acotado para no abusar de la paciencia y de la educación de quienes escuchan.

Cada circunstancia y cada persona son diferentes. La gran tentación de un cura es pensar que todas las bodas son iguales y que para todas ‘vale decir’ lo mismo. No es lo mismo una boda de cristianos activos a una de personas que están allí sin demasiada convicción (la mayoría). No es lo mismo una boda de personas que comienzan su convivencia, que ya viven juntos o que incluso tienen hijos en común. No es lo mismo un auditorio que sigue el rito con familiaridad que uno que no. También debería saber que una boda no es el momento más adecuado para hacer una síntesis de la doctrina católica en todos sus temas.

Pero lo peor no es que hable mucho y mal, sino que se olvide de que él no es el protagonista. Los protagonistas son los que se casan y curiosamente el matrimonio es el único sacramento católico donde los ministros están casi callados. Es el día de los contrayentes y a nadie le importa que el cura esté haciendo un máster en mediación familiar, tenga dolor de cabeza o prisa.

Muy pocos sacerdotes dedican dos horas a preparar lo que van a decir en cada boda. Esto no es ni religioso, ni eclesiástico, simplemente es que son vagos y no hacen sus trabajo.


Filed under: Celtiberia, Iglesia Católica, Sociedad
Posted originally: 2010-09-01 08:15:55

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