La prensa ha anunciado que la Misa el Gallo en la Basílica de San Pedro se adelanta dos horas a su comienzo tradicional, la medianoche. Se dice que se rompe con una tradición milenaria y otras cosas por el estilo, que junto a los chascarrillos leídos en Twitter le dan a esto un aire desenfadado.

Estos días he visto en una librería que alguien ha publicado ya el balance de estos cuatro años de pontificado y vuelve a sacar el tema de los sucesores. Recuerdo que el ABC publicó algo parecido respecto a Juan Pablo II en 1994, y mirad el tiempo que transcurrió.

La Iglesia Católica, como organización, tiene un grave problema con la fuerte tendencia a la gerontocracia que está desarrollando: nada más comenzado un mandato, la figura central y sobre la que pivota el sistema católico, entra en un ‘fin de reinado’.

El ‘fin de reinado’ es casi lo peor que se puede dar en una organización de caracteres absolutistas. El gobierno se ejerce nominalmente, de modo que nadie sabe quien es el que realmente decide lo que sale firmado del despacho papal. Dado que toda la burocracia está compuesta de ‘funcionarios eventuales’, todos pendientes de las señales sucesorias para permanecer en sus puestos.

En el fondo, y por más que se puedan colar papeles a la firma, la cuestión es que las grandes decisiones son ya retrasadas para el siguiente Papa, que si es elegido en la línea gerontocrática, tendrá solamente un breve periodo decisorio y se volverá rápidamente a otro ‘fin de reinado’. El ideal del conservadurismo más inmovilista.