La gran enciclopedia planetaria del tebeo


La gran enciclopedia planetaria del tebeo
Especialistas de 27 países eligen los imprescindibles de la historia del cómic. Autores y críticos españoles elaboran su propio canon

Terry Gilliam aprendió a dibujar copiando cómics. Siendo eso importante, no fue la enseñanza más trascendental que recibió del medio el director de Brazil. Brotando de las viñetas descubrió algo más importante: el erotismo. Tendría unos 12 años cuando unas siluetas de Wally Wood en la revista MAD se grabaron de por vida en su memoria. La razón fue simple: la excitación por la vía de la imaginación acababa de entrar en su vida. “Los dibujos de Wally Wood a pluma y tinta avivaban las llamas sexuales con mayor eficacia”, confiesa el exmiembro de Monty Phyton.

Ni siquiera los castigos familiares, desatados cuando encontraron debajo de la caja de herramientas paterna aquellos dibujos que avivaban la sexualidad del niño Terry, fueron más poderosos que la magia que emanaba de las curvas dibujadas por Wood. Se enganchó para siempre. El cineasta no titubeó en sacrificar sus estudios académicos para convertirse en el director adjunto de la revista HELP! junto a su ídolo, Harvey Kurtzman. El cómic le dio varias lecciones: “Nada era sagrado”. “La pomposidad debía ser aniquilada”. “La hipocresía tenía que salir a la luz”. “La risa te salvaba la vida”. “La inteligencia podía ser divertida”. “La estupidez era sublime”. En justa correspondencia, Gilliam rinde homenaje a las historietas en el prefacio que ha escrito para 1001 cómics que hay que leer antes de morir, editado ahora en España por Grijalbo.

Paul Gravett es el editor general de esta obra, publicada en inglés en 2011, pero no el único responsable de la selección. Pese a su vasto conocimiento sobre el mundillo, en el que lleva trabajando desde 1981, ni siquiera Gravett se ha leído los 1001 cómics que se citan en el volumen. Para elaborar la lista recurrió a 67 expertos (entre ellos el catalán Alfons Moliné), repartidos por 27 países, que escogieron cómics publicados en todo el mundo, de Eslovenia a Sudáfrica, de Finlandia a India; de Australia a Grecia. El peso, huelga decirlo, recae sobre los grandes centros de la historieta desde el principio de los tiempos: Estados Unidos, Japón y Francia. “Cada nación tiene su actitud hacia los cómics, y su situación social, cultural y política no siempre es propicia para generar una cultura de cómic local”, señala Gravett en la introducción a la obra.

El principio de los tiempos del cómic puede situarse en el siglo XVIII, aunque Gravett, como todos los apasionados con su afición, olfatea las raíces en los tiempos de la caverna: “Podría decirse que es posible seguirles la pista hasta los primeros dibujos figurativos de las cuevas y, luego, a través de grabados, periódicos de gran formato, libros infantiles, manuscritos iluminados, pergaminos jeroglíficos”.

El abanico temporal de 1001 cómics que hay que leer antes de morir arranca en el siglo XIX y concluye en 2011. Los amores del señor Vieux Bois (1837), la primera obra reseñada, fue autoeditada por el maestro de escuela suizo Rodolphe Töpfer, que no tardó en ser pirateado en Reino Unido y EE UU. La antología se cierra con Habibi, la novela gráfica de 700 páginas en la que Craig Thompson crea el mundo imaginario de Wanatolia para reconciliar las tradiciones de Oriente y Occidente.

Gravett no oculta su satisfacción: “Además de ser uno de los pocos intentos por crear un verdadero canon mundial de los cómics, también genera una interesante cronología internacional sobre cómo ha cambiado y sigue transformándose este género”.

El volumen incluye 14 obras españolas, publicadas entre 1971 y 2009. Haxtur, que apareció en la revista juvenil Trinca por entregas, fue una creación de Víctor de la Fuente, que suscitó a partes iguales alabanzas internacionales y trabas de la censura franquista; es la primera referencia española, junto a las aventuras de Esther y su mundo, la adaptación de Purita Campos del Patty’s world. La última es El arte de volar, de Kim y Antonio Altarriba. Se incluyen también Paracuellos, de Carlos Giménez; Mortadelo y Filemón, de Ibáñez; la primera entrega de Roco Vargas, de Daniel Torres, y Blacksad, de Juanjo Guarnido y Juan Díaz Canales, entre otras. Miguelanxo Prado es el único español con dos obras en este canon mundial del cómic: Quotidianía delirante (1987) y Trazo de tiza (1992).


Posted originally: 2012-03-08 19:48:42

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