Un té con pastas en Gibraltar


Un té con pastas en Gibraltar
Nuestro ministro de Asuntos Exteriores se ha pasado la tarde en Gibraltar. Algo que muchos hemos hecho por el simple hecho de darnos un paseo por su calle comercial o para subir a ese Peñón, famoso por tener una colonia de monos cuya fama de cabrones no tiene parangón.

Moratinos ha acudido al Peñón para tomarse un té con las autoridades gibraltareñas y con el ministro de Asuntos Exteriores del Reino Unido, una nación que es aliada de España y socia común de la UE aunque mantenga su propia moneda. Actualmente uno cruza la famosa verja chocándole los five al guardia británico sin más requerimiento que un educado hello. El foro tripartito tiene muchos asuntos que resolver y por eso se ha reunido hoy. Problemas que llegan por la situación en la que ha vivido el Peñón desde hace casi 300 años y que decisiones unilaterales y poco reflexionadas han ido demacrando.

Los habitantes de Gibraltar -y de la comarca obrera española- nunca olvidarán el cierre fronterizo que ordenó Franco y que amenazó con dejarles en la ruina. No fue así, el Reino Unido reaccionó y posibilitó, mediante discutibles decisiones, que la colonia almacenase dinero a granel por su condición de paraíso fiscal. Durante décadas, miles de empresas han aprovechado esa ganga tributaria del Peñón con la que lavar dinero negro era tan sencillo como ir a comprar el pan.

Tanto dinero acumulado ha permitido décadas de empleos para los habitantes del Campo de Gibraltar y a día de hoy, el aeropuerto es utilizable por ciudadanos de ambos lados de la verja. Al fin y al cabo todos somos europeos. "Tan fácil como en Luxemburgo", se defiende el ministro principal de Gibraltar, Peter Caruana.

La eterna reivindicación española sobre la soberanía del Peñón es, además de desfasada, una parte más de la escasa visión geopolítica que debe tener un Estado del siglo XXI. Para hablar de nacionalidad hay que preguntarle al gibraltareño qué le gustaría ser después de británico. Tres siglos de historia no se destruyen con facilidad, por mucho que nos guste creer que piensan igual que nosotros. Su realidad ha sido muy distinta.

En lugar de reclamar desde las vísceras, un político responsable debe buscar salidas dialogadas para mejorar la vida las personas. Creo que a eso es a lo que ha ido Moratinos, detalle que le aplaudo. No he hecho lo mismo cuando el ministro ha reclamado la soberanía, porque creo que pedir su integración en nuestro país es ponerse a la altura de la reivindicación marroquí de Ceuta y Melilla. Dos ciudades que son tan españolas como británica es Gibraltar desde hace siglos.

Igual que a un gaditano -o a un ceutí- le gusta utilizar el aeródromo de Gibraltar para ir de viaje, a un gibraltareño le encanta poder cruzar la verja y gastarse su sueldo con una mariscada en La Línea de la Concepción. A todos nos gusta volar a buen precio, y a todos nos gusta comer barato. A Gibraltar se le puede reprochar el efecto negativo en el tejido empresarial de la zona que conlleva su sistema tributario y también su desprecio al cuidado del medio ambiente. Pero no se puede echar en cara su soberanía, porque es suya.

El futuro pasa por alejarse de posturas nacionalistas absurdas en pleno mundo globalizado. Crear rivalidades y envidias no favorece la convivencia. De chillones y pajaros de mal agüero es recurrir al drama, al llanto y a la concentración a favor de la defensa de la nación. Es una postura que, a lo largo de los siglos no ha servido para nada, porque no implica lo básico: preguntar ¿qué quiere ser usted, sir?

Nuestro ministro de Asuntos Exteriores se ha pasado la tarde en Gibraltar. Algo que muchos hemos hecho por el simple hecho de darnos un paseo por su calle comercial o para subir a ese Peñón, famoso por tener una colonia de monos cuya fama de cabrones no tiene parangón.

Moratinos ha acudido al Peñón para tomarse un té con las autoridades gibraltareñas y con el ministro de Asuntos Exteriores del Reino Unido, una nación que es aliada de España y socia común de la UE aunque mantenga su propia moneda. Actualmente uno cruza la famosa verja chocándole los five al guardia británico sin más requerimiento que un educado hello. El foro tripartito tiene muchos asuntos que resolver y por eso se ha reunido hoy. Problemas que llegan por la situación en la que ha vivido el Peñón desde hace casi 300 años y que decisiones unilaterales y poco reflexionadas han ido demacrando.

Los habitantes de Gibraltar -y de la comarca obrera española- nunca olvidarán el cierre fronterizo que ordenó Franco y que amenazó con dejarles en la ruina. No fue así, el Reino Unido reaccionó y posibilitó, mediante discutibles decisiones, que la colonia almacenase dinero a granel por su condición de paraíso fiscal. Durante décadas, miles de empresas han aprovechado esa ganga tributaria del Peñón con la que lavar dinero negro era tan sencillo como ir a comprar el pan.

Tanto dinero acumulado ha permitido décadas de empleos para los habitantes del Campo de Gibraltar y a día de hoy, el aeropuerto es utilizable por ciudadanos de ambos lados de la verja. Al fin y al cabo todos somos europeos. "Tan fácil como en Luxemburgo", se defiende el ministro principal de Gibraltar, Peter Caruana.

La eterna reivindicación española sobre la soberanía del Peñón es, además de desfasada, una parte más de la escasa visión geopolítica que debe tener un Estado del siglo XXI. Para hablar de nacionalidad hay que preguntarle al gibraltareño qué le gustaría ser después de británico. Tres siglos de historia no se destruyen con facilidad, por mucho que nos guste creer que piensan igual que nosotros. Su realidad ha sido muy distinta.

En lugar de reclamar desde las vísceras, un político responsable debe buscar salidas dialogadas para mejorar la vida las personas. Creo que a eso es a lo que ha ido Moratinos, detalle que le aplaudo. No he hecho lo mismo cuando el ministro ha reclamado la soberanía, porque creo que pedir su integración en nuestro país es ponerse a la altura de la reivindicación marroquí de Ceuta y Melilla. Dos ciudades que son tan españolas como británica es Gibraltar desde hace siglos.

Igual que a un gaditano -o a un ceutí- le gusta utilizar el aeródromo de Gibraltar para ir de viaje, a un gibraltareño le encanta poder cruzar la verja y gastarse su sueldo con una mariscada en La Línea de la Concepción. A todos nos gusta volar a buen precio, y a todos nos gusta comer barato. A Gibraltar se le puede reprochar el efecto negativo en el tejido empresarial de la zona que conlleva su sistema tributario y también su desprecio al cuidado del medio ambiente. Pero no se puede echar en cara su soberanía, porque es suya.

El futuro pasa por alejarse de posturas nacionalistas absurdas en pleno mundo globalizado. Crear rivalidades y envidias no favorece la convivencia. De chillones y pajaros de mal agüero es recurrir al drama, al llanto y a la concentración a favor de la defensa de la nación. Es una postura que, a lo largo de los siglos no ha servido para nada, porque no implica lo básico: preguntar ¿qué quiere ser usted, sir?

Posted originally: 2009-07-21 17:33:00

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