"Con la nariz rota tendrás más cara de sicaria"

"Con la nariz rota tendrás más cara de sicaria"
Panorámica del centro de reforma.

- Las testificales de antiguos y todavía internos en Punta Blanca coinciden en denunciar coacciones previas e impedimentos para reunirse a solas con el juez de Menores y la Fiscalía

- La privación o retardo en la asistencia médica es otro rasgo común a las declaraciones aportadas al proceso, iniciado hace dos años y medio


El sexo no es un rasgo diferenciador al repasar lo que dicen haber visto o vivido una decena de antiguos y actuales internos en Punta Blanca y a quiénes imputan haberles dado esos supuestos malos tratos. Firmadas por hombres o mujeres, las testificales aportadas a la instrucción coinciden en haber sido golpeados, amenazados, vituperados y engrilletados a los somieres de sus camas “durante días”; hombres y mujeres aparecen también por igual citados por sus nombres, casi siempre los mismos, como principales protagonistas de tales conductas como monitores, celadores, educadores y vigilantes.

Otro rasgo común en las declaraciones a las que ha tenido acceso Ceutaldia.com es la aseveración de que los internos no siempre pueden hablar con los jueces o fiscales que visitan el centro, jamás ‘vis a vis’, habitualmente con advertencias previas sobre lo que debían contar. A pesar de ello, dos de los que han pasado entre 2004 y 2011 por sus instalaciones afirman haber denunciado comportamientos degradantes o violentos, en 2007 y 2008, respectivamente, de cuya instrucción judicial aseguran no saber nada.

Andrés [nombre ficticio], que pasó casi un año en el centro de reforma hace tres, ha aseverado que durante su estancia “no se nos permitía hablar por teléfono con el exterior si no era en presencia de un educador”. “Tampoco hablar con el juez ni con el fiscal para poder denunciar el trato del que estábamos siendo objeto”, completa, resaltando que en otro centro homólogo nacional donde estuvo ingresado previamente nunca había apreciado tal cosa.

De nacionalidad marroquí, Mustafa [nombre ficticio], quien dice conservar todavía en sus muñecas “las marcas de los grilletes que me ponían”, declara que “una vez comuniqué a los responsables del centro mi intención de presentar una queja ante el Juez por lo malos tratos que recibía continuamente, ante lo que me dijeron que si lo hacía me castigarían durante más tiempo y me impondrían más condena”.

Pedro [nombre ficticio], que lleva tres años entrando y saliendo de Punta Blanca, sí llegó a denunciar. “En 2008 estuve amarrado a la cama durante dos días y medio ininterrumpidos; siendo liberado con ocasión de una visita del juez de Menores, ante el que denuncié los hechos, por lo que se instruye una causa en uno de los juzgados de Ceuta”, apunta antes de reseñar que en su penúltimo periplo en el centro permaneció tres meses seguidos en aislamiento “sin que se me permitiera nunca hablar con el juez o el fiscal de Menores en sus visitas al centro”.

El testimonio de Mario [nombre ficticio], el más extenso de todos, ya ratificado ante el juez y de cuyo contenido íntegro ya ha informado este medio, dice que durante su primer paso por el centro, hace siete años, “no fui visitado en ninguna ocasión durante tres meses por la jueza de Menores, que se encontraba de baja por maternidad, ni tampoco por el fiscal”. En 2007 sí lo fue: “Durante un aislamiento se presentaron en el centro el juez, el fiscal y el secretario judicial después de que tres responsables del centro me advirtiesen de que no contara nada a los visitantes, que si no tendría muchos problemas”, rememora. “No obstante, conté al juez y a los presentes los hechos ocurridos y me dijeron que si quería denunciar, a lo que dije que sí: el secretario tomó nota de todo lo que dije, aunque hasta la fecha no he recibido ninguna contestación a la denuncia que formulé ante el juez ese verano”, hace más de cuatro años, completa.

"Sé escribir muy bien, como tú ya sabes"

“La ropa sucia se lava en casa. Cuidado con lo que cuentas”, dice Mario que se avisaba a él y a sus compañeros con motivo de estas visitas, con vistas a las que “nos entregaban ropa limpia y nueva, a diferencia de la que llevábamos habitualmente, que era vieja, sucia y rota”. “En las entrevistas que mantenía con el juez siempre había presente algún monitor o educador o, incluso, la directora o el subdirector; en la puerta del despacho en el que se encontraba el juez hablando con los menores había también siempre un celador y un vigilante de seguridad”, termina su relato sobre este asunto. “Nunca pude hablar a solas con el juez ni los demás menores tampoco; uno, llamado José [nombre ficticio], que en una ocasión se quejó ante el juez de la calidad de la comida, fue castigado en aislamiento nada más terminar su entrevista con el magistrado”, concluye.

Carlos [nombre ficticio, con 3 etapas distintas en el centro] relata algo parecido (“nunca pude hablar a solas con el juez de Menores durante las visitas de este al centro”) y denuncia que en 2007 “se me denegaba injustificadamente el derecho a permisos, de forma arbitraria y sin concederme posibilidad de reclamar ante el juez”.

Dos semanas antes de irse, Sonia [nombre ficticio] recibió la visita, según su testifical, de un responsable de Punta Blanca: “Me dijo tuviera cuidado porque tenia una cita con la Fiscalía días después y porque él sabia ‘escribir muy bien, como tú ya sabes”. “Estas formas amenazantes son comunes en casi todos los educadores, lo que provoca una sensación de miedo entre los internos que lo que quieren es tener beneficios y salir de allí lo antes posible”, lamenta.

El relato de esta misma joven es singularmente truculento en lo que a otra de las constantes de las testificales de internos, la de la privación de asistencia médica, se refiere. “En el segundo de los ingresos, la misma tarde de entrada, llamaba a la puerta de hierro de mi celda para salir al servicio ya que no disponía de interfono u otro medio para hacerlo; de tanto llamar y al no hacerme caso me surgió un estado de ansiedad, producto también de que había consumido droga el día anterior”, reconoce.

"Dos meses después del golpe me vio el otorrino: no se puede hacer nada"

“Fue entonces cuando empecé a golpearme la cabeza con la puerta para que me escucharan; en uno de esos golpes la nariz empezó a sangrar y acudieron entonces, sólo después de avisar la chica de la celda contigua de que estaba sangrando, tres personas que no me dejaron lavarme la cara y me engrilletaron con los brazos en cruz en los barrotes del cabecero de la cama”, refiere.

“Sólo unas dos semanas después me vio el médico del centro que no pudo hacer nada salvo mandarme una crema para la inflamación y derivarme al otorrino, que me vio dos meses después del golpe, y tras de mucha insistencia mía porque me dolía hasta respirar, para decirme que no podía hacer nada porque ya se había soldado la lesión”, hilvana su testimonio. “A día de hoy sigo teniendo secuelas de aquel golpe mal curado”, asegura Sonia, cuya fractura me motivo de mofas, según testifica. “Así tendrás más cara de sicaria”, afirma que le soltó una alta responsable administrativa de Punta Blanca.

“Estando en ese régimen de aislamiento”, señala Nicolás [nombre ficticio], uno de los dos únicos que no aluden en ningún momento al régimen de entrevistas con las autoridades judiciales, solicité asistencia médica porque tenía una contusión en la mano”. “Se me denegó aduciendo que era una autolesión y se me castigó con dos día más de aislamiento”, señala.

“En varias ocasiones durante mi estancia [catorce meses entre 2009 y 2010] solicité asistencia médica y no se me facilitó, ya que durante cinco meses no hubo médico en el centro y no se le permitía salir para ser atendido en el Hospital”, reseña Manuel, el otro que no habla de jueces ni de fiscales.

"Si dices algo a los policías te arrepentirás para siempre"

Mario sí pudo salir al Hospital. Fue después de intentar suicidarse. “Se me denegó la asistencia médica hospitalaria en ese momento, ya que el médico que le visitó dijo que sólo me había enjuagado la boca con lejía, pero que no la había tragado”, testifica. “Horas después”, continúa, “cuando el dolor ya era insoportable, fui trasladado al clínico, advirtiéndome de que si decía algo a los policías me arrepentiría para siempre”. “Por eso tuve que contar que tenía un cólico y no que había bebido lejía”, justifica tras destacar lo “bien” que se portó con él el celador que le acompañó.

Ángel [nombre ficticio], que salió de Punta Blanca en primavera, ha testificado para que su declaración sea considerada por el Juzgado de Instrucción número 4 que durante uno de los periodos de hasta una semana seguida que llegó a pasar en aislamiento “debido a mi hábito de drogadicción, pasé un síndrome de abstinencia sin que, a pesar de mi solicitud, se me prestara asistencia médica en ningún momento”.

“En una ocasión, cuando ya estaba inmovilizado por tres vigilantes de seguridad y tres celadores, entró [un responsable del centro] que me colocó una rodilla sobre el cuello, presionándome fuertemente y causándome un dolor que me duró varios días sin que se me prestara asistencia médica a pesar de mi solicitud”, añade.

Ceutí, Fuad [nombre ficticio], atestigua haber vivido algo parecido “el primer día de ingreso”: “Me encontraba enfermo, vomitando, por lo que solicité insistentemente asistencia médica”, recuerda. “Se me denegó y se me amarró a la cama, con grilletes y correas, durante tres horas aproximadamente” por parte de dos funcionarios. Uno le dijo, afirma, “desde este momento tu no eres nada aquí”.

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