- Por todos los medios habidos y por haber, los que dicen mandar nos sometidos a un constante bombardeo con unos mensajes de tal intensidad apocalíptica, y con una argumentación tan plagada de sofisticadas mentiras y calculados miedos, que acabamos interiorizándolo todo como nuestro.

En esta sociedad globalizada en la que, quizás como nunca antes, todo se mide en balances y rentabilidades, están intentando hacernos creer que la crisis es algo inevitable, la fatal consecuencia lógica de una época supuestamente dorada en la que los ciudadanos hemos vivido por encima de nuestras posibilidades.

Asumida la culpa de haber osado pagar hipoteca, estudios de los hijos y hasta vacaciones, han logrado grabar a fuego la milonga de que la economía es algo que debe regularse sólo, sin que sea posible intervención pública alguna, como si del flujo natural de las mareas o los vientos de Levante se tratase. Más miedos, más mentiras.

Así, se están empleando a fondo llevando a cabo brutales recortes en todo lo relacionado con los servicios públicos, apoyándose en supuestos informes que alaban la eficaz gestión de lo privado sobre lo público, descubriendo la panacea de las cuentas de resultados por encima del interés general.

El caso es que, a pesar de haber aceptado que debemos sacrificarnos (por cierto, ¿por qué?, ¿en beneficio de quién?) todos los indicadores económicos se empeñan, día tras día, en desplomarse arrastrándonos hacia la más absoluta miseria.

Está claro pues que, sin la necesidad de ser un experto en la materia, con sólo asomarse al mundo de la información se puede comprobar que todas las medidas que se están tomando, lejos de solucionar las cosas, no hacen sino empeorar la situación de todos… bueno, de casi todos, claro.

Para los poderosos, todo es una oportunidad de ganar dinero, mucho dinero a costa de un pueblo que cada vez tiene menos salidas. El sistema capitalista, antaño adalid de la Libertad frente al peligro soviético (una dictadura pura y dura, dicho sea con contundencia para evitar confusiones) campa a sus anchas y no necesita de una opción socialdemócrata que le sirva de parachoques frente a hipotéticas alternativas más allá de los telones de acero; ahora todo es a pecho descubierto y sin vergüenza alguna.

Al grito de guerra es “A por el dinero, cuanto más mejor”; no importan los medios, las voluntades populares o las lógicas políticas… se trata de sacar todo el jugo a todo, ya y sin problema de ser reconocido: la bandera pirata es enseña de Ley.

Sólidamente diseñado, el negocio de estos poderosos se apoya, por una parte, en una casta política dócil y amaestrada y en unas instituciones internacionales que, a base de clicks informáticos, controlan el flujo financiero sin ningún tipo de oposición. Llegados a este punto, bueno será recordar que el Banco Mundial y el FMI fueron creados tras la II Guerra Mundial para evitar quiebras económicas que llevasen a asesinos como Hitler al poder, ironías de la vida. Hoy en día, ambos organismos, junto con el Banco Central Europeo (públicos, por cierto y que ganan dinero a costa de países como España) se han convertido en unas armas de destrucción masiva provocando, a diario, lo que en su origen se suponía que debían evitar.

Es, pues, una guerra sin cuartel en la que, sin disimulo alguno, nos están robando todo lo que, mucho antes que nosotros, otros murieron por conseguir… y esto es sólo el inicio.

Con casi nula oposición a tamaña orgía de indecentes ganancias, los poderosos están aplastando todo lo que encuentran a su paso con el firme propósito de llevarnos hacia medievos tiempos feudales en los que, aunque parezca mentira, tienen previsto ganar aún más todavía.

Amasan fortunas que, aunque bañadas en la sangre de infinidad de seres humanos, les sirven para adquirir aún más poder enarbolando la falsa bandera de la austeridad que nos empobrece cada vez más por momentos.

Sustentados en los despidos casi libres por millones, compra de empresas rentables por cuatro perras en los países en los que ya tenemos puesto el cartel de “Rebajas” y miedo, sobre todo mucho miedo, es nuestro panorama diario.

A veces, algunas voces osan alzarse en contra de tanta barbarie pero, rápidamente y según los casos, son tildados de utópicos, pájaros de mal agüero o antipatrióticos.

Cierto es que parece quedar escaso margen de maniobra, o eso nos quieren hacer creer.

Pero todo tiene un límite, todo.

Cuenta la leyenda que María Antonieta, reina de Francia, ante las revueltas en París gritó en palacio: “si quieren pan, que se lo den”… a lo que un consejero contestó: “ya es tarde Majestad, lo han cogido ellos”.

Ahora, cuando todo es negro y abismo, nada parece indicar que se pueda producir cualquier atisbo de contestación, pero, como dijo hace unos días el Defensor del Pueblo andaluz, “detrás de la pena viene la revolución”… y aquí, Al Sur del Edén, ya tenemos acumulada una infinita carga de pena, por lo que, lo que está por venir parece evidente.

Mi mañica preferida, como siempre, lo tiene claro: “bajo los adoquines está la playa y, aunque a los de siempre les parezca que todo es inmutable y que todos aceptamos serviles lo que nos echan encima, no se están dando cuenta de que cada vez somos más arrancando adoquines de sus bellas avenidas. Avisados quedan”.

Así pues, y llegados a este punto, todos tenemos el deber de cuestionar, poner en duda, reflexionar y enjuiciar hasta la más mínima de las decisiones que están tomando contra nosotros, nos va la vida en ello, y la de las futuras generaciones.

Ya no queda margen: o arrancamos los adoquines buscando la playa o aceptamos con resignación ser siervos de la gleba.

Como siempre, y una vez más, de usted depende… todo.