- A pesar de los años pasados, recuerdo, como si fuera ayer, las historias que me contaba mi Yayo (hoy, como no podría ser de otra forma, sería un “Yayo flauta”… afortunadamente, claro) en torno a las repúblicas bananeras en las que había vivido.

Hombre sabio donde los hubiera -como todos los yayos, por cierto- aquel octogenario me encantaba cuando se recreaba contando cómo, en unas lejanas y tropicales tierras, una prestigiosa entidad crediticia llamada Chanclia había acabado poco menos que como el felpudo de los poderosos de la banca del lugar.

Decía mi Yayo que Chanclia, siempre muy vinculada al Partido Regular de ese país y a cuya cabeza estaba un hombre de esos que se llaman “de los nuestros”, había sido el fiel cajero de sus jefes políticos, financiando cosas y “cosos”. A pesar de los pesares, las cosas no iban del todo mal y Chanclia incluso ganaba posiciones en el sistema económico hasta convertirse en una de las primeras entidades del lugar.

Sin embargo, un día las cosas empezaron a torcerse. Chanclia, junto con todos los demás codiciosos bancos, también había apostado por vender miles de casas ofreciendo apetecibles créditos a sabiendas que jamás los cobrarían, y todo porque pensaban (los listos también meten la pata, a la vista está) que aquel III Reich económico duraría mil años… pero no fue así, ni mucho menos.

Llegó la crisis en la República Bananera y todo se fue a pique. No obstante, en los primeros momentos, Chanclia aguantó el temporal.

Pero los señores del Partido Regular gobernaban en muchos sitios y, por ende, en esos tantos sitios también mandaban en otras tantas instituciones crediticias. Así, y como si de hermanos se tratara -primos, decía mi Yayo- los del Partido obligaron a Chanclia a absorber, sin hacer preguntas, ni sumas o restas, a otra entidad llamada Grankaja, a pesar de que todos, expertos y no expertos, sabían que Grankaja era un enfermo terminal de las finanzas, o, dicho de otra forma, una suerte de banco sin capacidad de cobrar ni de prestar.

Desde la cúpula de Chanclia no sólo se asimiló a Grankaja, sino que se hizo lo propio con otros tantos cadáveres económicos, aunque de menor entidad.

La muerte de Chanclia , por septicemia, era ya, pues, un exitus consumado.

Como remedio, y justo antes de la extremaunción, se puso en su poltrona mayor a un ex mandatario internacional del que se pretendía, además de avalar la gestión de los responsables del Partido Regular (él era uno de ellos, cómo no), dar una imagen de solvencia. Pero la gangrena estaba muy avanzada y la cirugía se imponía a gritos.

Los del Partido Regular, entonces al frente de toda la República Bananera, firmaron la defunción de Chanclia. Nombraron como guardia pretoriana del Presidente de Chanclia a mandatarios de un banco llamado PPRA, un banco que, en última instancia, parecía estar predestinado a fagocitarse a la ya maltrecha Chanclia.

“Quizás fuese por eso –afirmaba mi Yayo- por lo que el ex mandatario internacional acabó saliendo casi por la puerta de atrás un lunes por la tarde, dejando plantada a una parte de su partido (la otra parte, directamente había decidido prescindir de él, cosas de vendettas internas, se supuso) porque le imponían un papel de mero busto parlante (bueno, y no tan parlante). Mientras –continuaba cada vez con más pasión- los del PPRA tomaron posiciones mandando de verdad en aquel chiringuito financiero… En fin, no lo sé, fue sólo mi impresión en aquel momento” -decía una y otra vez mi Yayo con la cara que ponen los que vislumbran lo evidente-.

Tal vez por las lagunas que la edad provoca en la memoria, mi Yayo no supo explicarme por qué dejaron que las acciones de Chanclia cayeran en los abismos de la miseria para, misteriosamente y de pronto, subir meteóricamente días más tarde mediante prácticas (también llamadas posiciones cortas, o especulación pura y dura, como usted prefiera, porque permite apostar por la subida o bajada de una acción) que la Comisión Nacional de Mercados y Valores había prohibido pero que, curiosamente, había vuelto a autorizar.

Fueron tiempos de miedos y desconciertos, tanto que el Gobierno hubo de hacerse con las riendas nacionalizando Chanclia. Fueron tiempos de una suerte de “Berezina Napoleónica” en la que los pequeños accionistas, personas como usted o como yo que confiaron en la buena marcha de Chanclia, vieron cómo sus acciones, es decir, sus ahorros, se fundían como la mantequilla al sol sin que nadie del Gobierno hiciese nada por parar la hemorragia. Alguien estaba ganando muchos miles de millones en época de crisis, de mucha crisis y, sobre todo, se estaba instalando con fuerza en una posición dominante para hacerse, a precio de ganga, con una Chanclia intervenida.

Mi Yayo siempre me dijo que aquello siempre le había olido a golpe premeditado, que aquel desembarco de consejeros del PPRA no era otra cosa que la devolución de favores de los poderosos del Partido Regular para buscarse otro cajero de lujo para cosas y “cosos”… pero vaya usted a saber si mi Yayo aún estaba en sus cabales cuando me contó aquello.

Y ¿qué pasó? Pues nada, no pasó absolutamente nada. Ni Comisión de Investigación, ni petición de responsabilidades ni algo que se le pareciese. La más absoluta nada. Eso sí, de un día para otro, el ministro de Economía aumentaba la estimación de las cantidades de fondos necesaria para reflotar Chanclia. Pero explicaciones, ninguna.

Decía mi Yayo que, al mismo tiempo que se asistía al baile de millones cambiando de carteras por aquellas historias, el Gobierno de la República Bananera recortaba en profesores, en sanitarios y en servicios públicos en general sin pestañear, acusando, además, de antipatrióticos a los que se oponían a tales medidas. Dicho de otra forma: yo le escupo a la cara y, al mismo tiempo, le recrimino mi falta de saliva. De locos. En fin, pensarían, que les den a los de la #MareaVerde mientras nosotros tengamos nuestra #MareaMorada de 500. Cuestión de matices cromáticos, es de suponer.

La frase de moda entonces, insistía mi Yayo, era “hay que recortar hoy para no vivir en la miseria mañana”… Era curioso, aseguraba mi Yayo, porque en aquel país se preveían unos doce millones de pobres para aquel año. Cosas que pasan.

Afortunadamente, esto sólo podía pasar en una tropical República Bananera en la que no existía control sobre este tipo de cosas. Nosotros, afortunadamente, al Sur del Edén, no tenemos que soportar esta clase de situaciones, aquí no. Del todo impensable. Aquí los bancos están muy controlados, sobran docentes, la sanidad es de primera y nuestros políticos jamás harían algo en contra de los intereses de quienes les votan y pagan. No, aquí esto no podría ser.

Mi mañica preferida -siempre tan directa- opina, sin embargo, que cuando algo huele mal pero no se ve es que, indefectiblemente, la mierda está escondida en alguna parte. Si lo dice ella…

Lo entresijos de la mierda, más allá de un cuento de Yayo flauta, toda una realidad que pagamos usted y yo… y si no, haga cuentas y verá.