- Sempiterna guerra de números para una supuesta huelga general que, al margen de su seguimiento, ha servido para poco más que para un acto de afirmación frente a una constante frustración bien contenida entre sólidas paredes, esas que procura el Sistema para que, procedan de donde procedan, tengan por finalidad castrar cualquier horizonte que se atreva a ver por encima de las tapias al uso.

Más allá de unas cifras en apariencia contradictorias, las interesadas estadísticas no son otra cosa que las mismas caras de una moneda que, nos guste o no, acaban pagando a quienes defienden el statu quo del Poder, ese que no duda en repartir migajas con el objetivo de que las cosas cambien lo suficiente para que todo siga igual.

Pero por encima de los porcentajes, de los miles de manifestantes y de las participaciones masivas o minoritarias, con lo que nos topamos de bruces es con una cruda afirmación: lo que se cuenta no depende de lo que ocurra, sino de quién diga cómo se tiene que narrar.

En el salvaje mundo de la información (¿información?), quienes mandan manejan los hilos de quienes nos mueven como marionetas haciendo de decididores de crónicas autorizadas para, como en los viejos tiempos, transformar la vida en dos agencias de noticias que, como aseguraba el Maestro Manuel Díez de los Ríos, se llamaban CIA y KGB. Entonces, todo era más evidente, más blanco y negro, más claro… claro que, bien es cierto, con los años todo es mucho más fácil de comprender.

Aun así, ahora, salta a la vista que la nomenclatura ha cambiado; todo es más sutil, más light, más tamizado, pero no por ello infinitamente más letal. La crisis está haciendo estragos en un mundo en el que las informaciones duran escasos minutos, y la reconcentración de las grandes cabeceras (diarios, radios y TV) es más que patente.

Dicen los expertos que en muy poco tiempo, todo se dividirá en dos grandes grupos mediáticos de ámbito nacional, que se transformarán en dos grandes líneas hegemónicas de opinión… Fuera de eso, todo será marginal o, como gusta decir a los chicos de los recados, totalmente antisistema.

Así, se podría correr el peligro (como si ya, en sí, lo que está ocurriendo no lo fuese suficientemente) de que esta dicotomía informativa tuviese entonces la tentación (la pasta es lo que tiene) de acabar compartiendo gastos para, inevitable destino, transformarse en una sola línea de pensamiento patrocinada por quienes pusiesen sus monigotes en las páginas de publicidad. Parece que están destinadas a volver cabeceras como la Pravda o el Arriba, que ninguna diferencia tenían entre sí.

Efectivamente, este panorama no es nuevo. Todos los regímenes autoritarios (y no tan regímenes pero igual de autoritarios en sus actuaciones) han recurrido a lo que Orwell, en su novela 1984, llamó el Ministerio de la Verdad al tiempo que el Poder siempre tiene el tic de, por nuestro bien, dirigir nuestros pensamientos.

Con casi un siglo de adelanto (marca de la casa, qué le vamos a hacer, es lo que hay) el británico ya vaticinó un Estado en el que “los de arriba” se preocuparían de pensar por nosotr@s, evitándonos las molestias propias del razonamiento y dándonos, enlatado y ya masticado, todo lo que necesitamos saber para ser felices y no ir molestando, a contracorriente, a los biempensantes o a las diferentes estructuras de mando.

Mi mañica favorita, que de nadar contra la marea sabe mucho, como siempre es muy clara: “hasta que no tengamos la capacidad de caer en la cuenta de que somos capaces de ser dueños de nuestro destino, ¿cómo vamos a ser capaces de ver que nos manipulan hasta la saciedad?”… y puede hasta que no le falte razón alguna.

En unos tiempos en que, Al Sur del Edén, comer adecuadamente es casi un lujo (y sin el casi) temas tan “insignificantes” como el adoctrinamiento salvaje se nos aparecen como meras figuras superfluas o decorativas… y esa apreciación es, precisamente, el primer escalón del Ministerio de la Verdad, el principio del inicio del fin de la libertad de expresión, el comienzo del pensamiento único.

Claro que mientras tengamos paredes, tendremos un lugar donde contar nuestra parte de la realidad, otra cosa es que usted quiera pringarse las manos… No quisiera ser reiterativo, pero eso ya depende de usted.