- Esto ha empezado de verdad, la “París-Dakar de las urnas” está ya en plena ebullición y los tabloides reflejan fielmente que la campaña electoral es ya una palpable y bochornosa realidad.

En nada de tiempo vamos a ver florecer decenas de carteles gigantescos, cientos de banderolas y miles de folletos en papel couché con fotografías idílicas y textos angiográficos para mayor gloria del número uno de la lista; cierto es que, como siempre, nada es nuevo bajo el sol, como tampoco lo es que todo vale para convencer de la bondad de una papeleta.

Tampoco faltarán las insoportables caravanas publicitarias (por cierto ¿nadie ha caído aún en la cuenta de que no sólo no se escuchan los mensajes a través de esos altavoces, sino que además son insoportables para el común de los mortales?), los mecheros, los abanicos, las camisetas, los paraguas y los miles de artículos más que suelen repartirse en estas fechas a la manera de los conquistadores que cambiaban baratijas por oro. Nada cambia.

Obviamente, también estarán a la cita los mítines multitudinarios, aunque sólo sirvan para congregar a los fieles y hacer pasar mensajes en los distintos telediarios.

En fin, que diría mi mañica preferida, que si nos empeñamos en creérnoslo todo siempre, se nos está bien empleado por no querer ver lo evidente…. Es la pura recreación del “Príncipe va desnudo”, versión 2011 claro.

Pero más allá de las tretas de comunicación y marketing de unos y otros, la pregunta (nada nueva tampoco, lo reconozco, no estamos originales hoy, que se le va a hacer) es de dónde sale tanta pasta para tanto fasto.

Es evidente que las formaciones políticas no tienen capacidad de mantenerse con sus afiliados, esto es un hecho bien sabido. Entonces de dónde mana esta bíblica representación de la multiplicación de panes, peces y cuentas bancarias? Está claro: de las donaciones.

Pero al margen de las sanas aportaciones de los militantes (digo yo que alguna habrá), el grueso del presupuesto procede de empresas y bancos. Aquí, una vez más, me surgen inocentes dudas: ¿Por qué dan dinero? ¿Cuánto? ¿Por qué tanto? ¿Es gratis? ¿A cambio de qué? ¿Por qué no se aclara quien dona qué? ¿Es a fondo perdido? ¿Cómo se cobran después esas deudas? ¿Por qué nadie quiere levantar las alfombras de la financiación de los partidos? Ya ven, tan sólo cándidas preguntas.

Debe ser que, torpe de mí, aún no he caído en la cuenta de que forjar una sociedad mejor para todos nosotros pasa por defender, primero, a lo que ponen el “taco” encima de la mesa color caoba. Es que estamos de un desagradecido últimamente, tanto que no nos merecemos a quienes nos gobiernan…claro, que ¿si no nos los merecemos, para qué los tenemos? Pero eso es otra historia…

Falta claridad por doquier y sobra opacidad en las cuentas de los partidos, unas formaciones políticas que, todas y regularmente, se ven salpicadas por casos de corrupción y financiación ilegal….y al final, salvo anecdóticas consecuencias, no pasa nada. Demasiados intereses cruzados, digo yo, provocarán que nadie esté interesado, realmente, en tirar de la manta y evidenciar la basura.

Si eso de que el dinero no tiene olor va a ser verdad, el hecho de que no tenga color político también resulta ser un axioma.

En fin, teniendo en cuenta que toda esta parafernalia la acabamos pagando nosotros, yo por mi parte sigo soñando con el día en el que seamos capaces de decirles a nuestros eternos salvadores eso de “Oiga, ¿me pasa la cuenta por favor?..." Al menos podríamos intentar deducirla de la renta, algo es algo, o no? Nada, que seguimos con los ojos cerrados a la evidencia... qué le vamos a hacer, es lo que tiene vivir Al Sur del Edén.