La crisis nos moviliza


Parece que en tiempos de crisis al ciudadano y ese extraño ente llamado ciudadanía le ha subido la bilirrubina social, ha abandonado su burbuja individualizada equipada con A/C, ‘home cinema’ y barquillos rellenos de turrón para preocuparse no ya por el vecino de enfrente como ser individual sino por la comunidad como unión social de seres humanos con problemas, inquietudes y necesidad de soluciones colectivas.

Los colectivos son peligrosos por su dificultad para ser controlados, conducidos y reconducidos y por su siempre impredecible capacidad de inflamación. Desde siempre las asociaciones, plataformas, comunidades y uniones de personas han sido la gasolina del sistema. Cuando los sistemas funcionan y dan para todos igual (o al menos más o menos igual) la gasolina hace de eso, de combustible que mueve una maquinaria: el mundo, la sociedad, las ciudades, los pueblos, las pedanías o las pandillas de amigos. Pero cuando se desatan favoritismos y ya no hay para todos más o menos igual, la gasolina sirve también para hacer ‘cócteles molotov’.

Toda esta chapa tan enorme es para conectar declaraciones extrañas y aisladas. Ideas de seres distantes que parecen coincidir sin venir a qué. El pasado miércoles 11 de febrero, el periodista y escritor John Carling se dirigía a uno de esos colectivos sociales, los jóvenes que hacen este año el Máster de Periodismo de El País. Allí espetó: "La objetividad es un cuento chino, un signo de arrogancia. No es posible para los seres humanos, es un atributo divino o propio de un robot". Se refería a la objetividad en los medios de comunicación, en el ejercicio del periodismo. Carling reclamó ante todo la honestidad.

La honestidad es un concepto maleable y cada uno puede entenderla de una forma subjetiva. Pero básicamente si eliminamos la objetividad, algo con lo que estoy completamente de acuerdo, nos queda la subjetividad. Lo que entiendo yo de las palabras de Carling es que la honestidad es esa extraña cosa que debe modular la subjetividad. En cualquier caso y sea lo que sea, se puede entender también que una vez eliminada la objetividad (ese extraño concepto) queda el compromiso, honesto eso sí.

El compromiso parece renacer en tiempos de crisis. Cuando no hay para todos igual. Es entonces cuando las deferencias, los gestos a los amigos desde la administración de los colectivos, duelen más. Cuando se deja a un lado el pasotismo y aflora el compromiso. La toma de partido.

Ejemplos hay muchos en las páginas de los diarios, en las pantallas de las televisiones y en los transistores de radio. En todo el mundo aparecen colectivos de trabajadores dispuestos a cobrar un poco menos para que se mantenga el empleo de otros compañeros que conforman con ellos un mismo cuerpo social.

En esa línea de hacer aflorar el compromiso hablaron los dirigentes locales de Comisiones Obreras en su último Congreso. Dijeron que “había que volver a ganar la calle”. Hay que volver al compromiso y a su expresión sin tapujos.

Volviendo al mundo, Obama quiere propugnar otra forma de compromiso. Pretende que todos los ciudadanos de un país remen en la misma dirección y pongan de su parte para salir de la crisis.

Ejemplos de la falta de compromiso también afloran estos días. Directivos de multinacionales y bancos cobrando suculentas primas de beneficios mientras se reclama ayuda al Estado por la crisis y mientras se niega el crédito a las familias (otro gran e importante colectivo).

En Ceuta, la crisis no es que vaya a llegar, es que existe desde hace tiempo. Y a pesar de ello el compromiso parecía inexistente. Cada uno seguía viviendo en su misma burbuja trabajando en su individualidad para rascar lo que pudiera de la teta de la Ciudad Autónoma, la más grande de cuántas existan y mercadeando favores, colectivos, asociaciones y apoyos a cambio de leche para uno mismo o para su colectivo, pero esa leche para su colectivo se viene repartiendo acorde a los intereses e inquietudes no de la colectividad sino de quien representa y dirige a esa colectividad. ¿Otra clase de honestidad? Las masas han permanecido reconducidas y amodorradas. La gasolina mezclada con agua no llegaba nunca a convertirse en cóctel molotov a pesar de todo.

Ahora la situación global parece estar cambiando y la de Ceuta también. La teta de la Ciudad Autónoma cada día está más seca y arrugada. Quizás alguien chupó más de la cuenta, como han hecho las constructoras, las promotoras de vivienda, los bancos, los especuladores… Completen ustedes la lista.

Y claro, aflora el compromiso. La leche no llega para todos. El Gobierno redobla esfuerzos por mantener contentos a todos sus colectivos. Pero no hay leche. Y venga a pedir al Estado que le haga una donación. De momento crecen los disidentes del mercadeo individual y aflora el compromiso con los colectivos. La búsqueda real de soluciones y no de limosnas.

Sólo así se puede entender que los pasotas ceutíes hayan sido capaces de respaldar tres plataformas ciudadanas en menos de dos años de legislatura y hayan accedido a firmar en contra de los abusos de las navieras. Aflora el compromiso con la colectividad. No todo está perdido. Los ceutíes poco a poco van recordando que entre todos son dueños de su propio destino y quieren un destino esplendoroso y ganado por méritos e ideas propias y no por caridad.