La Manzana podrida


Los productos que se venden en un mercado son los primeros en perecer. Se pudren en exposición pública corrompidos por el inquebrantable juicio del tiempo al que todos estamos sometidos. También las Manzanas. El Gobierno defiende la instalación de un Mercado en el complejo cultural de Siza como la mejor posible de las opciones, no sólo para el mercado, también para arrojar luz a esa Manzana que el tiempo ha ido corrompiendo y de la que ya emana el olor pútrido de los proyectos que vienen con gusano dentro.

El otro día en el Pleno del Consejo Económico y Social se recurrió a decir que se estaba politizando el debate. La portavoz de los Consumidores y Usuarios, Inés López, trató de arrojar luz al debate apelando a los consumidores y a los concesionarios, para resumir que “aquí se habla mucho de asuntos políticas y está claro que lo que no se está es mirando el bienestar social de los ciudadanos”, loable defensa sino fuera por que quien lo dice era la número 25 de la lista del PP en las pasadas elecciones autonómicas y fue al Pleno del CES a cumplir fielmente el guión que interesadamente le había dado su partido, el que sustenta al Gobierno, ¿o es al revés?.

Pero parte de razón lleva doña Inés. Eso es lo importante, las razones que han hecho que el tiempo pudra esta Manzana.

Olvidemos por un momento las argumentaciones políticas de unos y otros. Olvidemos las justificaciones sin más justificación que justificar lo injustificable. Olvidemos las denuncias que navegan entre la enmarañada normativa urbanística, olvidemos las sentencias, olvidemos el sentido común, olvidemos las plataformas ciudadanas, olvidemos el silencio imperdonable de algunos partidos todo este tiempo, olvidemos el pasado y miremos al futuro.

El futuro dibujará una ciudad con un mercado al lado de un teatro. No hay nada malo en sí mismo en eso. Pero el tiempo pudrirá el silencio de muchos que saben y callan ahora obligados por el cargo, el ex cargo o la afinidad política. Y como energía que es también el silencio, al pudrirse, no se destruirá, se transformará en palabras claras que alumbren lo que antaño fue oscuro.

Los hijos y nietos de los que hoy pisan Ceuta acudirán a comprar al mercado del Revellín, pasarán primero eso sí por delante del conservatorio y mirarán al teatro, esperando quizás una buena obra. Y sabrán que el incómodo mercado que visitan no es una obra de arte, es una obra de los intereses particulares de unos pocos que hicieron mucho dinero con una operación oscura y que auspició Juan Vivas, aquel alcalde que quiso parecerse a Sánchez Prados, que batió todos los rércords en las urnas y cuya desconocida ambición, acabó arrojando al lado oscuro de la historia. Al lado de los que lo hicieron mal y no son dignos merecedores de estatuas y calles sino de una muesca imborrable en el muro de aquellos que pensaron no más que en sí mismos y su clan.

La pútrida Manzana no es una cuestión de partidos, ni se trata de defender las siglas de unos o de otros, de que ganen los míos o de que ganen los otros. Ni siquiera se trata de ver qué saco yo a cambio de mi apoyo o de mi silencio. No. Se trata del futuro de los que dentro de 20, 30, 40 y 50 años irán a comprar al mercado y seguirán sin tener dónde expresas sus aficiones culturales porque años atrás un alcalde se empecinó en mantener una actuación ciertamente rara, irregular, del que le precedió simplemente por poder sucederle y tocar el pelo de las alfombras rojas y la madera del bastón de mando.

Y allá cada uno con su conciencia, con sus hijos y sus nietos, si con su silencio, con su venta de moral a cambio de sabe Dios qué o con su doblegamiento ante las amenazas más peregrinas (a algunos hasta les han dicho que le quitaban una medalla otorgada por el Ejército) sigue permitiendo, sigue consintiendo lo que todos saben ya a estas alturas que beneficia mucho a unos pocos y hace mal a todos, hasta a las generaciones futuras.

En esta Ciudad en lo referente a la Manzana, en muchos casos ya se trata de obrar conforme a la conciencia propia y alzar la voz contra el atropello o agachar la cabeza y engullirse la manera de ser y pensar de cada uno para permitir que unos pocos saquen ventaja y al menos no perderla uno también. Lo que quizás no hayan pensado es cómo explicárselo a sus descendientes dentro de unos años y contestar a la pregunta de ¿Y tú lo permitiste? Quizás también piensen en callarse la verdad con sus descendientes.

Lo que ya esté podrido sólo se podrá tirar a la basura, no consolar, ni regenerar. Pero hay urnas en las que se pueden lavar y consolar conciencias.