Poqueyó es una especie muy extendida en nuestra ciudad. Tanto, que estoy convencida de que en más de una y dos ocasiones se habrán cruzado a personas-personajes fácilmente clasificables como poqueyó.

El poqueyó o la poqueyó, porque puede ser hombre o mujer, hace gala por doquier de las que cree son sus mejores características, alardeando de ellas todo lo que pueda ante la pobre persona que se ha visto obligada a escucharla.

Poqueyó necesita siempre recrearse, escuchándose a si mismo/a explicar sus hazañas y sus logros, que por otro lado, son tan normales como los de cualquier otro humano. Sin embargo, el cariz de consecución de algo extraordinario del que suele revestir sus acciones diarias suele llevarle a autoretratarse como un ser superior en la sociedad.

“¡Poqueyó he conseguido!”, “¡poqueyó he traído!”, “¡poqueyó he dicho!”, “¡poqueyó he tenido que hacer algo muy complicado!”,…. y así durante varios minutos, dependiendo del aguante de la persona que escucha.

La vida del Poqueyó gira alrededor de su ombligo como no puede ser de otra manera.

Lo peor que le puede ocurrir a cualquiera, es toparse a la vez en un mismo sitio, con varios poqueyós: la bilis del que escucha se ve gravemente deteriorada tras este tipo de encuentros.

Y si aguantar a un ejemplar es complicado, tener que soportar a dos o más degrada la salud mental y el pabellón auditivo de cualquiera. Y lo peor, es cuando compiten por ver quién cuenta con un poqueyó más amplio y extenso….

A veces, los poqueyó se únen y terminan creando a un monstruo que es el poquenosotros….. pueden imaginar el resultado…

Como decía al principio, es una especie tan extendida en nuestra ciudad, que en cualquier colectivo o grupo siempre hay varios. Pero si hay un grupo en el que destacan sobre manera es entre los miembros del gobierno local del PP, donde a más de un/a poqueyó, tanto tiempo en el poder ha terminado por causarle el peor de los efectos: creerse sus argumentaciones acerca de su divinidad, sin ser conscientes de que tienen los días políticos contados, cuya consecuencia, después de tanto tiempo, se les presenta como desastrosa.

Después de años gobernando, cobrando unos sueldos desorbitados y que son diametralmente opuestos a su esfuerzo y capacidad de gestión pública; después de años contando sus batallas y logros como poqueyós para intentar convencer, les llega el momento del destierro al que temen más que a cualquier otro día porque van a ver cómo el ser un o una poqueyó, no es garantía de nada, más que de tener una baja autoestima que precisa la auto recreación constante.