Hace unos días se ha originado una fuerte polémica en los foros de los profesores tutores de la UNED a nivel nacional, como consecuencia del 'desliz' cometido por un Vicerrector, que en nombre propio y en contestación a una tutora que se quejaba de algunos de sus problemas, le sugería, más o menos, que si no estaba de acuerdo con el sistema, se marchara a su casa. Lógicamente, la reacción de bastantes tutores, entre los que me incluyo, no se ha hecho esperar. Y el aluvión de críticas que ha recibido nuestro Vicerrector, acertadas la mayoría de ellas, ha provocado que haya pedido disculpas públicas por su desafortunada intervención. Algunos Directores de Centros Asociados, seguramente aleccionados por él, piensan también así. Lo manifiestan en público y en privado. Pero no piden disculpas.

 

Desde su creación, el modelo de la UNED ha estado soportado por una estructura central, en la que se ubican los profesores que se encargan de la dirección docente de las distintas disciplinas y del control del aprendizaje de los alumnos. Ellos son los que deciden qué enseñar y cómo hacerlo. Elaboran las guías docentes. Indican la bibliografía básica. Y examinan. Junto a esta estructura, para facilitar la tarea a los alumnos, se crearon Centros Asociados, financiados por instituciones privadas o públicas, en las que ejercen una importante labor de apoyo a los alumnos los profesores tutores, aunque con una función docente un tanto 'descafeinada', al no ser responsables, en el sentido literal de la palabra, del resultado final de la asignatura. Este ha sido el modelo que ha hecho funcionar a la UNED hasta ahora, cuyos buenos resultados no se pueden poner en duda. La prueba es que el número de alumnos matriculados no para de incrementarse.

 

En estas circunstancias, y dado que la labor tutorial era ejercida por profesionales de otros ámbitos, normalmente con una situación laboral estable, la consideración de becarios de los mismos era suficiente. Jurídicamente era lo más cómodo y económicamente lo más viable. Permitía adaptarse a cualquier situación. Por ejemplo, a cada tutor se le podían asignar listas interminables de asignaturas, pues una consulta puntual siempre podría atenderse. Tampoco generaba problemas laborales. El que no estuviera de acuerdo con el sistema, con coger la puerta y marcharse, lo arreglaba. Pero también esto tenía consecuencias perversas. Por un lado, facilitaba que algunas incompetencias quedaran ocultas, pues cuando los alumnos no se encontraban satisfechos con la labor del tutor, simplemente dejaban de asistir a las tutorías. No importaba. Por otro, la labor de los buenos tutores quedaba oscurecida, diluida, en un sistema en el que lo más importante acababa siendo, casi exclusivamente, la nota final.

 

Sin embargo, el nuevo modelo de Bolonia exige un cambio pedagógico. Ahora hay que controlar las capacidades y el aprendizaje del alumno de forma permanente. Ya no sirve el sistema de lección magistral, memorización y examen final. Son necesarias otras actividades. Y en esto, la labor del tutor vuelve a ser esencial. Entre otras cosas porque los profesores de la sede central no podrían atender a todos los alumnos matriculados. Pero claro, para que los tutores puedan ejercer adecuadamente su función se ha de dar un paso previo de reorganización. Cada tutor no puede responsabilizarse de más de dos o tres asignaturas. Y además, para conseguir una ratio equilibrada, en muchos casos su labor tendrá que extenderse a otros centros, con la ayuda de las nuevas tecnologías.

 

¿Cuál es el problema?. Pues que muchos pensamos que esta mayor dedicación, especialización y responsabilidad, debería acompañarse, para ser efectiva, de otros elementos. Desde el punto de vista docente, reconociéndole un mayor peso a la nueva actividad del tutor. Por ejemplo, haciéndoles responsables de un pequeño porcentaje de la nota final, como ya ocurre con algunos profesores de prácticas en la Universidad tradicional. En el aspecto jurídico, iniciando el camino hacia la normalización de sus relaciones laborales. Un buen sistema, aunque no el único, sería convertirlos en profesores asociados a tiempo parcial. Esto les permitiría tener un contrato de trabajo y, por tanto, unos derechos y unas obligaciones laborales claras, quedando así a salvo del dictadorzuelo, o del político de turno, que con la excusa de que son becarios, suelen tender a utilizarlos para vender favores.

 

La razón de ser de cualquier Universidad es la enseñanza y la transmisión del conocimiento. Y esto no se consigue sólo con cuatro conferencias magistrales y unas cuantas jornadas, o apareciendo en los periódicos de vez en cuando. Lo fundamental es contar con un personal motivado y estable. Y para ello, quizás alguien con capacidad legislativa tendría que empezar a plantearse la necesidad de jubilar la figura del becario-tutor en la UNED. De paso, tampoco estaría mal jubilar a los que pretenden silenciar la voz de la disidencia. Democráticamente sería lo más saludable.