Ya tenemos vencedor en las elecciones. Por fin se acabaron los cuatro años de precampaña electoral. En estos comicios, como en los anteriores, los canallas han vuelto a matar. Pretendían influir en el resultado electoral de esta forma tan vil. No son capaces de mantener un diálogo político si no es con las pistolas encima de la mesa. Es su cobarde forma de hablar.

Pero no me refería yo a este desenlace, sino a otro bien distinto. Se trata del de mi amigo. Un hombre joven y fuerte. Era maestro de escuela. Un buen día comenzó a sentir molestias en la garganta. Pensábamos que era consecuencia de su profesión. Pero fueron a más. Perdió el habla. Y la fuerza en los brazos. Le diagnosticaron Esclerosis Lateral Amiotrófica (ELA), en una de las variedades más agresivas.

Los neurólogos a los que acudimos los amigos nos dijeron que no se sabía nada de esta terrible enfermedad. Que no tenían remedios para ella. Que no había líneas de investigación avanzadas al respecto. Y que lo grave era que el paciente iba perdiendo las fuerzas de forma progresiva, hasta que ya no podía respirar y se le tenía que aplicar ventilación asistida. Según los médicos, éste era el momento clave en el que la cercanía de los seres queridos resultaba fundamental, pues el enfermo mantiene la lucidez mental hasta el último momento de su vida.

Pero él no se resignó a la fatalidad. Luchó y buscó incansablemente lugares en los que pudieran ayudarle. Se ofreció a que investigaran con su cuerpo, quizás con la esperanza de que le pudieran liberar del sufrimiento. Pero también para ayudar a otros en sus mismas circunstancias. Era un hombre generoso y tolerante. Y tuvo tiempo para emprender una nueva vida, y para casarse otra vez con una magnífica mujer que lo quiso hasta el final. También lo fue la anterior, que sufrió en silencio, y en la lejanía, su enfermedad.

En otros tiempos, juntos hicimos nuestra pequeña revolución. Apenas éramos un puñado de idealistas que nos resistíamos a ver a nuestro pequeño pueblo convertido en un amasijo de hormigón. Peleamos y vencimos. Conseguimos frenar la especulación inmobiliaria y mantener a nuestra tierra como un bello paraje en pleno parque natural de Sierra Nevada. Lo hicimos Alcalde y cambiamos el planeamiento urbanístico para impedir la tropelía. Afortunadamente aún continúa en vigor. Fueron tiempos muy convulsos, de los que salimos victoriosos. Y cuando lo conseguimos, nos retiramos, pues nuestro objetivo se había cumplido.

En esta ocasión no ha podido ser igual. Las fuerzas le habían desaparecido. Su cuerpo había quedado reducido a un puro esqueleto a punto de quebrarse. Aunque la lucidez de su mente seguía intacta. Esta era la fatalidad, la terrible realidad. Y llegó el momento en el que dijo que no quería continuar así. Reunió a sus más allegados para comunicarles que no podía más y para pedirles comprensión. Y aunque no podía hablar, aún reunió las fuerzas suficientes para comunicarse a través de su inseparable ordenador. Fue cuando les dijo que rechazaba cualquier intervención externa sobre su cuerpo. Que se negaba a que le mantuvieran su vida unida a una máquina. Sólo quería que lo dejaran morir dignamente rodeado de sus seres queridos. Y así se fue. Con una sonrisa y en libertad.

La sencilla ceremonia civil, previa a su incineración, se hizo tal y como él había dispuesto. Con una preciosa música que invitaba a la reflexión y nos ayudaba a todos a superar los difíciles momentos. Las palabras de sus hijos y de algunos de sus amigos quedarán como imborrable recuerdo en nuestros corazones. Se fue un hombre bueno, tolerante y libre. Pero nos dejó un mensaje de dignidad, también para la muerte. Quizás sea éste un debate que debamos reabrir, ahora que no tenemos la presión de los intereses electorales. Amigo mío, descansa en paz. Y que la tierra te sea leve.