Uno de los pilares fundamentales del desarrollo económico y del progreso de las sociedades modernas es la formación y la investigación, pues ello ayuda a construir el futuro y a proporcionar bienestar a la ciudadanía. En esto España no está a la cabeza de Europa. Es necesario avanzar más y dedicar más y mayores esfuerzos económicos, y de todo tipo.

Entre los retos que plantea la Sociedad del Conocimiento a la Universidad está el conseguir una formación basada en competencias, es decir, que dé respuesta a los perfiles profesionales que la sociedad demanda a los titulados universitarios. En este proceso será esencial la adopción de metodologías docentes que promuevan el aprendizaje activo y participativo. Esto es lo que pretende conseguir el denominado Espacio Europeo de Educación Superior (EEES), al que estamos intentando adaptar nuestros planes de estudio.

Lo que se quiere hacer realidad es el principio de una enseñanza centrada en el estudiante. Es decir, se quiere pasar de un modelo de enseñanza a otro basado en el aprendizaje del alumno, pues los avances científicos conseguidos en los últimos años y la acumulación de conocimientos son de tal magnitud, que carece de sentido que alguien intentara transmitirlos todos a los alumnos. Aparte de imposible, sería inútil. Se dispone de ellos en la red.

En estas circunstancias lo realmente importante es conseguir que el alumno sepa acceder a toda la información de la que dispone. Que sea capaz de aprender de forma autónoma y de adquirir una formación adecuada a los perfiles profesionales que la sociedad le demande. Y en este proceso el centro de la vida académica ya no sería el profesor, el sabio que transmite su saber, sino el alumno y su aprendizaje.

Esto significa que para favorecer el desarrollo y crecimiento del estudiante, debemos partir de las actuaciones profesionales. De esta forma el aprendizaje de conocimientos y habilidades se podrá favorecer desde una actividad docente sistemática apoyada en métodos enfocados a crear las condiciones para una formación integral del estudiante, que además de instruir, eduquen su carácter.

Pero esto supone propiciar un cambio de actitud en el profesorado, lo que equivale a prestar una mayor atención y reconocimiento a la función docente, y también pasar de un sistema autocrático, basado en la excelencia individual, a otro en el que esté más presente la colegialidad, tanto de la materia (agrupando los profesores de una misma área científica), como en la titulación (agrupando a los profesores que imparten a un mismo grupo de alumnos). Y este esfuerzo del profesorado debe ser incentivado, tanto en los logros, como en los esfuerzos.

El problema es si vamos a ser capaces de propiciar este cambio tan profundo en nuestro sistema educativo superior. Por el momento parece que no se está consiguiendo. Veremos lo que ocurre en el futuro. Como siempre, la situación política después de las elecciones generales tendrá mucho que decir al respecto. Y el trabajo y esfuerzo de toda la comunidad educativa también.

Sin embargo, si queremos avanzar en este sentido, antes será necesario que los políticos dejen de utilizar la educación y la investigación como argumentos de enfrentamiento partidista. Ante todo será preciso que se den cuenta que la consolidación del sistema educativo es vital para el desarrollo de nuestro país, y que dicha consolidación pasa por generar estabilidad. Esto se consigue con un acuerdo de mínimos entre los distintos sectores y fuerzas políticas.

Ahora que, por fin, hemos llegado a la última semana de la larga campaña electoral, quizás sea el momento de pensar un poco más en los ciudadanos y menos en los sectarismos e intereses partidistas de cada uno. El país lo agradecerá. Y las presentes y futuras generaciones también.