¿Puede el capitalismo ser humano?. ¿Pueden sus beneficios dejar de ser obscenos?. Estas y otras preguntas son a las que ha tratado de responder el Papa Benedicto XVI con su tercera encíclica. Y además, lo hace justo cuando se disponían a reunirse los países más poderosos de la tierra en torno al denominado G-8, para debatir de crisis, cambio climático y terrorismo.

Por esencia, el capitalismo es un sistema cuyo objetivo es la obtención del máximo beneficio a través de la producción de bienes económicos, y su venta en el mercado. Según los clásicos, mediante los mecanismos de oferta y demanda, los precios de los productos se van ajustando hasta lograr el equilibrio. Todo ello se haría a través de una especie de 'mano invisible', que ajustaría los distintos mercados, y que conseguiría dar satisfacción a los agentes que intervienen en la economía. De esta forma, los productos escasos de los que disponemos, serían ofrecidos y adquiridos por aquellos que los necesitaran. Por tanto, con estos principios funcionaría la economía y el mundo, y mediante la búsqueda egoísta del máximo beneficio individual, también se proporcionaría beneficio a la sociedad. Es decir, no habría margen para moralinas.

Así pensaba, por ejemplo, Milton Friedman, y lo siguen haciendo sus seguidores. En su filosofía ultraliberal sólo se rendía culto a la obtención del máximo beneficio. Sin embargo, el marcado y el sistema capitalista también tienen fallos. Por ejemplo, en equidad y justicia, pues no todo el mundo puede comprar lo que necesita, ya que la renta no siempre está bien repartida. O agotando y desgastando el planeta. O incluso, elevando la especulación financiera hasta límites insospechados, capaces de provocar una de las mayores crisis económicas globales que se conocen, cuyas consecuencias estamos ahora mismo padeciendo.

Lo que viene a defender el Papa es el derecho de todas las personas a un trabajo decente, a estar sindicados, o a ser protegidos si son inmigrantes. Y además nos dice que las finanzas sin ética son obscenas. O que la globalización que, en lugar de ayudar a incrementar los derechos de los trabajadores, los reduce para aumentar las ventajas competitivas, es rechazable. Como también lo es la 'deslocalización' de empresas que sólo buscan aprovechar las mejores condiciones económicas, sin aportar nada a las zonas afectadas. Por último reclama una economía cuyo eje central sean las personas y los valores éticos. Es decir, nada que no estuviera ya recogido en las Cartas constituyentes de organismos internacionales como la OIT, o en las principales Constituciones europeas y americanas. Lo que sencillamente nos recuerda el Papa, bajo mi punto de vista, son los principios del estado social y democrático de derecho, que a juzgar por los últimos acontecimientos financieros, se tenían muy olvidados. Lo que ocurre es que es necesario algo más. Aunque sólo sea en forma de idea utópica. Y además, que sea posible en la tierra. Sin perjuicio de que los que crean en el más allá, sigan pensando en todos los paraísos que quieran. Se trata de preguntarse si es posible que funcionemos con otro sistema más justo, que tenga como eje central a las personas. De un sistema que supere al capitalismo y a sus principios. Y si para conseguirlo, aunque aceptemos todas las adaptaciones y negociaciones que queramos, se necesita mantener alguna especie de lucha de clases. Porque, aunque como personas todos seamos iguales, clases sociales existen. Y fundamentalmente dos. Los que lo tienen todo, que no están dispuestos a dejarlo, y los que no tienen nada, que quieren algo del pastel. Aunque, en medio, existan un montón de trabajadores más o menos acomodados. A esto no da respuesta el Papa. Bueno, sí la da. Hace un llamamiento a los dueños del capital para que sean más buenos y humanos. Esta es su revolución. No obstante, su mensaje, aunque sólo sirviera para provocar algún remordimiento de conciencia, no deja de ser importante.

En el año 1975, la ONU aprobó una resolución en la que condenaba todas las prácticas de corrupción y soborno de las empresas, y pedía a los gobiernos que tomasen las medidas apropiadas para evitar estas prácticas (muchos no lo han hecho). En un sentido similar, la OCDE en 21 de junio de 1976, adoptó una resolución parecida. Todo esto dio lugar a lo que se denomina 'Responsabilidad Social Corporativa', que es uno de los temas candentes de la actualidad, y que cada vez tiene más y mejores desarrollos en todo lo referente a los problemas medioambientales, los derechos de la ciudadanía, o los derechos de los trabajadores en las empresas.

De lo que se trata es de conseguir que el capitalismo sea más humano. Para ello, nada mejor que integrar dentro de sus prácticas de empresa sistemas que, además del beneficio económico, también intenten ver a las personas como el centro de todo el proceso.

El problema es que algunos seguirán pensando que la mejor forma de beneficiar a las personas será haciendo que los empresarios ganen mucho dinero. Y estos no se acordarán de las personas hasta que, en la siguiente crisis financiera, necesiten nuevamente que el Estado, con el dinero de todos, acuda en su ayuda.