Estaba leyendo la noticia, que previamente había escuchado en la radio, de que la ONG de la Iglesia católica, Cáritas, había atendido como consecuencia de la crisis a 900.000 personas, un 50% más que en todo 2007. Aparecía en la portada del diario ABC del pasado jueves. Lo que más preocupación me produjo fue la información de que la mayoría de las personas que solicitaban ayuda eran familias jóvenes con niños pequeños, o mujeres solas con cargas familiares, que acudían por primera vez en busca de apoyo, sobre todo para afrontar gastos de sus viviendas, educación, alimentos o transporte.
Justo en este momento me llamaba un familiar, bastante enfadado, con la queja de que, él y algunos de sus compañeros, no habían podido afiliarse al sindicato porque cuando acudieron a la sede, el viernes por la tarde, estaba cerrada. La prisa, y el enfado, se debían a que ese mismo día le habían comunicado el despido en su trabajo. Se trataba de una empresa de energías renovables. De esas que nos van a salvar de la crisis global, aunque con las ayudas de los Gobiernos. Como los bancos. Estas tragedias ocurren todos los días. Y ahora con la crisis económica, por fin admitida por nuestro Gobierno, con más frecuencia. Pero a pesar de su frecuencia, aún pueden dejar helados los corazones de las personas más sensibles. Sobre todo en Navidad. Pero si trágica es la situación de estas personas que han de ser asistidas por la caridad, más trágica es la apatía y el desinterés que demuestran muchos trabajadores, que sólo se acuerdan del sindicato cuando les aprieta la necesidad. Aunque etimológicamente la palabra sindicato esté ligada a la de síndicos, que en la antigua Grecia se utilizaba para denominar aquello que afectaba a la comunidad, los orígenes del sindicalismo moderno están unidos a la idea del movimiento obrero, que aparece con la revolución industrial, y a la lucha de clases. Los avances y las conquistas sociales del siglo XIX son parte inseparable de la historia del sindicalismo. La jornada de ocho horas, la prohibición del trabajo infantil, las normas de prevención y seguridad en el trabajo, la seguridad social, el salario digno, el trabajo decente, la igualdad de hombres y mujeres. Todas estas conquistas, aunque en algunos países aún no hayan sido implantadas, se deben a la lucha organizada de la clase trabajadora en sus sindicatos de clase. Y fundamentalmente a las ideas de solidaridad y de apoyo mutuo. Sin estos dos pilares básicos, el sindicalismo como germen de cambio social no habría sido posible. Habría quedado reducido a organizaciones de tipo corporativo, defensoras de intereses particulares e insolidarios, o a organizaciones de tipo mafioso. La película de gángsters de 1960 'El sindicato del crimen', dirigida por Burt Balaban y Stuar Rosenberg, reflejaba bien ésta situación. Sin embargo, a pesar de que los sindicatos son una pieza fundamental para la defensa de los intereses de los trabajadores, cada vez son más cuestionados. Por los empresarios, que desearían poder prescindir del poder de éstos y convertir sus relaciones laborales con los trabajadores en simples relaciones mercantiles entre particulares. Por los Gobiernos, que de esta forma tendrían garantizada la tan ansiada paz social (aunque con sindicatos domesticados y subvencionados también lo consiguen). Por los partidos políticos, porque de esta forma se presentarían ante la sociedad como los únicos garantes de su bienestar. Por muchos trabajadores, que aún no se han dado cuenta de que estar afiliados a un sindicato debe ser para defender, fundamentalmente, los intereses colectivos de todos los trabajadores, y no sólo los suyos particulares. Cierto es que en las sociedades modernas y avanzadas, gran parte de los derechos sociales están garantizados por las propias legislaciones, y eso hace creer que la labor de los sindicatos es inútil. Tampoco deja de ser verdad que alguna parte de la culpa del desprestigio sindical la tienen los propios sindicatos, fundamentalmente por su falta de autocrítica. Pero no es menos cierto que también hay poderosos intereses, mediáticos y de todo tipo, en desprestigiar y 'domesticar' a los sindicatos, con la anuencia, a veces, de los mismos trabajadores. Se acaba de clausurar el IX Congreso del primer sindicato del país, Comisiones Obreras. Por encima de las luchas internas por hacerse con la dirección, la idea debería ser la independencia sindical de gobiernos y partidos políticos, y el saber atender las necesidades de los colectivos especialmente perjudicados por la crisis económica. Los jóvenes, los emigrantes, los desempleados, los pequeños autónomos, las mujeres. Y también problemas como el trabajo precario, la seguridad laboral, el salario digno, la extensión de derechos a los trabajadores de todos los países. Estas son las nuevas realidades que el sindicalismo moderno debe atender si quiere seguir siendo un motor de cambio social. De lo contrario, estará condenado al fracaso y al desprecio de la clase trabajadora.