Están llamados a marcar una época. El poker de ases inglés -Manchester, Arsenal, Liverpool y Chelsea- amenaza con reeditar, en estos días, la dictadura que a finales de los 70 impusieron el eterno Liverpool, en compañía entonces del Aston Villa y del entrañable Nottingham Forest.

Al principio fue el balón, suele titular sus columnas Jorge Valdano. Al principio fue Inglaterra, diría yo. Por muchas cosas. Ellos parieron la criatura, la criaron y cuando la vieron en edad casadera la exportaron al resto del mundo. Qué tendrá este puñetero deporte, consistente en veintidós tios dando carreras alrededor de un balón, que es capaz de parar el mundo cuando llega una cita grande. Ellos no sólo inventaron el fútbol: sus códigos más sagrados proceden de la Pérfida Albión. Y ahora el fútbol en esencia, sin ambages ni atajos, ha regresado a Inglaterra. El juego por el juego, el ritmo infernal, el compromiso permanente que ha hecho que, por ejemplo, el Liverpool-Arsenal de cuartos sea ya un partido de culto en la galaxia balompédica. Un partido jugado con el más británico de los patrones, a pesar de que ni la mitad de los jugadores de los dos equipos fuera inglesa.

El miércoles, el Manchester United en España. Un Manchester descomunal, gigantesco: Cristiano Ronaldo decidido a hacer de sus carreras leyendas, y secundado por una legión de extraordinarios futbolistas, como Tévez, Rooney, Nani o nuestro Piqué. Un equipo que lleva casi un cuarto de siglo dirigido por el mismo hombre, Alex Ferguson, que ha aguantado lustros sin levantar títulos y casi nueve años desde su último título europeo. En España, pierdes con el Sevilla y empatas con el Valladolid y ya empiezan a buscarte sustituto.

Hoy por hoy, saber que juega cualquiera de estos cuatro equipos ya es una invitación a pasar noventa minutos delante del televisor. Por ello, ya he hecho un hueco en la agenda para el partido del miércoles. El superManchester contra el Barca. Equipo cabizbajo, en descomposición, más pendiente de la próxima temporada que de esta. Equipo que ya ha tirado por tierra este ejercicio, y que ha convertido sus dos últimas campañas en un canto a la indolencia y el mínimo esfuerzo. Pero no por ello parece vendido el pescado. Yo aún recuerdo que el Manchester parecía imperial a finales de los 90. Hasta que el Madrid aguantó en el Bernabéu y Redondo y Raúl se retrataron en Old Trafford. Y aquel Madrid también había renunciado a ser él mismo. Motivos hay para apostar por el Manchester. Pero también, si se es culé -no es mi caso-, para soñar.