Sin embargo, España tiene ahora un estilo de juego. Puede parecer una pamplina, pero no es así. Holanda siempre ha jugado igual: toque, toque y toque, futbol total, buscando la armonía entre sus líneas. Independientemente de que hayan sido campeones o no se hayan clasificado. Brasil hace del fútbol espectáculo: no sabe jugar de otra manera, y quien ha intentado cambiarlo -Parreira- ha acabado poco menos que condenado a público escarnio. Por no hablar de Italia y su catenaccio o de Argentina y su mezcla de mala leche y velocidad. Siempre juegan igual.
¿Y España?. Nadie sabe. Es indescriptible. Ora jugamos con un portero y diez defensas, ora nos creemos el Brasil de Méjico 70 y queremos ser los Globetrotters de Las Rozas. Ora nos llevamos al geriátrico de la liga, ora a jugadores casi imberbes. España nunca ha sido constante en su estilo de juego. La única regularidad de nuestra selección, el único aspecto donde hemos estado siempre perfectamente sincronizados, es en el chollazo que supone cruzársela cuando se acercan los partidos de verdad.
Con Luis, por tanto, parece que empezamos a tener un dibujo claro de juego, -toque, jugadores pequeños y rápidos en el centro del campo, delanteros que busquen el desmarque fácil y con buen posicionamiento, entrada por bandas- y ciertas cosas claras a la hora de no convocar a quienes no entran en ese sistema o no se adaptan al vestuario.
Después de Luis, por tanto, deberá venir lo más parecido. Más que nada, si queremos que alguna vez España sea algo más que aquella selección a la que todo el mundo se pide por Santa Claus en cuartos de final.