Oigo a Juan Pablo Colmenarejo entrevistar al presidente del PP en el distrito de Salamanca. De este hombre, Iñigo Henríquez, no he escuchado hablar nunca, pero qué quieren qué les diga, me convence.

Me convence porque creo que lleva razón. Yo no me he afiliado nunca a ningún partido político, y soy un anónimo militante de Comisiones Obreras. Pero a la vista está que el "dedazo" a la hora de elegir candidato no suele funcionar.

Los dos ejemplos de dedazo no han tenido después éxito en las urnas. Almunia y Rajoy hubieran sido magníficos presidentes del Gobierno, seguro, pero sus aspiraciones monclovitas nacen lastradas desde el mismo momento en que vienen designados desde arriba. Al candidato designado a dedo no se le tienen en cuenta sus méritos o capacidades. Automáticamente, se cree -aunque no tenga por qué ser cierto- que es un heredero, un albacea, un muñeco del lider saliente.

Por eso, me parece valiente la propuesta de las primarias en los partidos políticos. Que el militante de base de la formación, el que pega carteles y embucha sobres, tenga la oportunidad de decidir si quiere que su representante sea fulano o mengano, me parece un acierto. Siempre y cuando se haga hasta las últimas consecuencias y no ocurra lo de Almunia y Borrell.

Esa, la de la democratización de los partidos, es una asignatura pendiente, como bien dice Henríquez. Se me ocurren otras tantas, como puede ser las listas abiertas o que, verdaderamente, se lleve a efecto aquello de a un voto, un hombre. Sobre todo, si no queremos que llegue el día -no está muy lejano- en que la política y las elecciones interesen tanto al españolito de a pie como la práctica de la petanca en el sur de Bratislava.