Vivimos días convulsos en la política nacional, exageradamente crispados, una situación pocas veces vista desde la transición española. Lamentablemente la manipulación está calando entre mucha gente "sensata" de este país a través de los órganos propagandísticos del Partido Popular, especialmente desde la radio episcopal, la COPE. Y no pocos son los que engañados han terminado creyéndose los argumentos prefabricados para justificar la política salvaje de tierra quemada en la que "todo vale" del PP. A falta de ideas alternativas a la gestión de gobierno se rompe el consenso en la política antiterrorista soliviantando los bajos instintos, originando lo que ha dado en denominar atinadamente el ex presidente del gobierno, Felipe González, un debate político "prebélico".

El panorama político, a tres años de la llegada del socialista Rodríguez Zapatero al gobierno, si se mira con un mínimo de objetividad, se verá que se ha conseguido avanzar en distintos frentes: la economía experimenta un vigoroso crecimiento, el paro ha alcanzado la cota más baja desde finales de los años setenta, se ha conseguido un superávit en las cuentas públicas, se ha puesto fin a una televisión publica que era un órgano propagandístico al servicio del gobierno de turno, se han reconocido nuevos derechos con la aprobación de diversas leyes, etc. Y sin embargo la radical agresividad del PP, lejos de atenuar el tono desmedido de su oposición, escala tonos más subidos un día sí y otro también. Sin la más mínima duda existe un trasfondo en la estrategia del PP, que aparte del matonismo tradicionalmente característico en el comportamiento de amplios sectores de la derecha española, heredera perpetua de los valores del franquismo, no ha digerido su expulsión electoral del poder el 14 de marzo de 2004.

Ese ejemplo que significó la Transición y que aún siguen estudiando atentamente en muchas universidades de todo el mundo, en verdad consistió en que los vencedores de la sangrienta guerra civil española consintieron dejar de perseguir a los perdedores de la guerra, y estos a su vez renunciaran al ajuste de cuentas pendiente. Simplificando mucho, sobre esta base se sedimentó la actual democracia que después de treinta años, ojalá sea ya definitivamente irreversible, sobre todo desaparecida ya prácticamente por completo la generación que hizo la guerra civil. Pero ello no quita que la herencia genética del franquismo no siga políticamente acechando a pesar de las nulas posibilidades de involución. Si Gabriel Elorriaga, uno de los dirigentes cualificados del PP, que consigue dar una imagen excepcionalmente 'civilizada' de la derecha fue capaz de afirmar que Zapatero se haya inmerso en una "segunda transición, una revisión histórica de la Transición" o que pusiera voz al último comunicado contra PRISA, no es difícil imaginar la envergadura del extremismo de los mandamases ultras del PP: Mariano Rajoy, Angel Acebes, Eduardo Zaplana, Mayor Oreja...

La honestidad en política, desgraciadamente, no siempre obtiene consecuentemente sus frutos. La intención de Zapatero de liberar definitivamente la democracia de los residuos del franquismo se está encontrando con un enorme muro de contención llamado Partido Popular. Véase la negativa de este partido a unirse a los demás grupos parlamentarios para condenar el franquismo recientemente en una iniciativa parlamentaria en el Parlamento Europeo. O el rechazo frontal por parte del PP de la Ley de la Memoria Histórica. Una Ley que ha merecido, en justo rigor, la crítica de Izquierda Unida por su excesiva moderación. No obstante la Ley no pretende enjuiciar a los criminales del franquismo, a penas es un gesto de reconocimiento de las víctimas del franquismo, declarar la nulidad de los juicios franquistas y recuperar los cadáveres de las anónimas fosas comunes.

El harakiri al que parece quiere conducir Mariano Rajoy al Partido Popular tiene mucho que ver con esa fuerte presencia ultraderechista, que al cobijo de este partido agranda paulatinamente su espacio de influencias. Desde la desaparición de la UCD en 1982 la derecha española tiene un problema grave de identidad en una oscilación semi pendular que va de la derecha a la ultraderecha alejándose inexorablemente del tan cacareado centro ideológico.

En 1996 el PP gana las elecciones, pero es la mayoría absoluta obtenida por Aznar en el año 2000 la que le daría vuelo alto a la derecha en España. La unión de Aznar con Bush y su "guerra mundial contra el terrorismo" (con un saldo de 650.000 muertos), la Alianza con la Iglesia Católica Española y el predominio de tétricos dirigentes como Angel Acebes con vínculos con los Legionarios de Cristo, hacen precipitarse a la derecha española por la pendiente del radicalismo ideológico más primitivo. "Derecha extrema" la denominan algunos invirtiendo los términos eufemísticamente. Sin duda, a decir de los diverso comentaristas, es difícil y compleja la deriva del PP por cuanto ensombrece en cierto modo la democracia española. Por eso no les falta razón a esos analistas que en aras de cribar el panorama político español esperan que la derrota electoral de la derecha en las próximas citas electorales liquide, 'definitivamente', la herencia franquista. No podemos dejar en las manos de la derecha la baza permanente de la desestabilización de una democracia que ha costado mucho alcanzar. Nuestro voto en la sucesivas elecciones venideras puede ser decisivo, determinante. Obremos en consecuencia.