- Medio minuto. Eso es lo que dura un vídeo que circula por la red de unas trabajadoras del Plan de Empleo de Ceuta bailando durante su jornada de trabajo.

Medio minuto y no más es lo que hace falta para olvidar una situación de miseria creada por el poder económico mundial y para comenzar a despotricar de la supuesta vagancia natural que acompaña a aquellos desempleados que se ven obligados a aceptar este tipo de trabajos sin futuro ni seguridad laboral de ningún tipo. Una vez más, las víctimas de un sistema plagado de paro y precariedad son acusadas por gente de su misma condición social de ser las culpables del paro, la precariedad y el dinero despilfarrado. La falta de visión global y el desorden ético continúan clamando al cielo.

Si en España la conciencia de clase brilla por su ausencia, en Ceuta ni se sabe lo que es. Aquí son los mismos trabajadores los que no les pasan una a sus compañeros, tan puteados como ellos. Reir en el trabajo o emplear 30 segundos para charlar o hacer bromas es sinónimo de ineptitud y cara dura. En lugar de unirse y formar un colectivo que exija mejores condiciones de trabajo y más libertades, el proletariado español y más concretamente, el caballa, se ha convertido en el peor enemigo de los derechos de la clase trabajadora, criticando con rabia cualquier gesto humano en el puesto de trabajo.

Los mismos trabajadores exigen que el patrono aplique la mano dura y vigile cada movimiento del obrero, que castigue cada distracción, cada segundo que no sea empleado para producir. Parece que son las mismas víctimas del modo de producción capitalista las que exigen que la vida en el curro sea lo más parecido posible a “Tiempos modernos” de Charles Chaplin, los que exigirán mañana que se elimine el descanso para comer, las vacaciones pagadas, los días de asuntos propios y demás conquistas que la lucha obrera y sindical han conseguido a lo largo de su historia a base de sangre, sudor y lágrimas.

La patronal disfruta y rie mientras los afectados de esa reforma laboral miserable y criminal se pelean entre ellos. En una guerra, la mayor victoria es que tu enemigo adopte tu punto de vista y tu lógica. “A trabajar, aunque sea en Laponia” es digerido y aceptado por multitud de trabajadores que no ven a los demás trabajadores como compañeros, sino como contrincantes a los que vencer en esta competición en la que se ha convertido el conseguir un puesto de trabajo digno.

En los bares no se oyen críticas a las subvenciones de la CEOE, pero sí a los sindicatos. El esclavo ya piensa como el amo, ataca al maltratado y defiende al maltratador de ambos. Está claro que los de arriba van ganando la guerra, pues han vencido en la lucha más importante: la ideológica.