- Existen lugares que, ya sea por su propia naturaleza o por tradición, han constituido y constituyen centro de reunión para distintos colectivos sociales.

El jueves pasado pudimos ver reunidas a tres de las patas de un mismo banco, a tres de los representantes de ese poder que produce esta realidad social que vivimos en España. Fue en el palco del Real Madrid durante la celebración del Trofeo Bernabeu. Allí estaban, bien juntitos, Florentino Pérez, José Ignacio Wert y Juan Carlos I de Borbón. Tan sólo era un partido de fútbol, pero ver a una de las caras más visibles del empresariado de este país compartiendo sonrisas y gestos cómplices con un ministro y con el Jefe del Estado me llamó la atención. Desde luego, más que el partido.

Se me vinieron a la cabeza Ada Colau, la PAH y los escraches. Recordé como se les calificó de acosadores y de nazis por tener la poca vergüenza de ir a casa de un diputado, megáfono en mano, a pegar una pegatina con el lema “Sí se puede”, sin duda, un comportamiento nazi. Pegar algo en una pared es de nazis, pero ser nazi o hacer el saludo fascista, como algunos chavales de NNGG, es una chiquillada. Está clarísimo. El caso es que me acordé de los escraches porque observando el palco del Real Madrid estaba viendo un escrache, el de la otra parte, el silencioso, el escrache que se hace vestido de traje mientras Raúl se fotografía a tu lado y la gente te aplaude. Realmente, de lo que estaba siendo testigo era de la plasmación en televisión del verdadero espíritu de la Transición.

No hablo de ese falsa idiotez de hermanos que se perdonan por la locura que significó la Guerra Civil y deciden comenzar una nueva vida en democracia llena de paz, consenso y armonía. Las películas de Walt Disney para otros. O para la tele y sus infames y autocomplacientes retratos del Rey, Suárez o el 23-F. Hablo de lo que políticamente significó la Transición en realidad, un lavado de cara del franquismo para que los poderes fácticos que gobernaban entonces pudieran seguir gobernando en una “democracia” que ya era exigida tanto desde la calle como desde instituciones supranacionales.

El levantamiento del 36 fue financiado por la alta burguesía española y Franco y el franquismo constituyeron un instrumento de freno para los avances sociales que comenzaban a surgir en la República. El franquismo, como toda dictadura, fue una dictadura de clase y esa clase social que nos colocó al caudillo sacó pingües beneficios durante 40 años. Y a través de la Transición los ha seguido sacando después. Nada ha cambiado. Los ricos que mandaban durante los años de la dictadura son los que mandan ahora. Ya no está Franco, pero tenemos a un Rey franquista y un partido plagado de franquistas en el Gobierno. Las marionetas han cambiado, pero los que manejan los hilos son los mismos.

Los ricos españoles representados por personajes como Florentino Pérez, el delincuente Díaz Ferrán o su sustituto Juan Rosell, los que desde el yate dicen que hay que bajar los salarios y eliminar los “privilegios” de los trabajadores, los que dicen que hay que adelgazar el Estado de Bienestar porque es insostenible, son, igual que durante la dictadura, ricos gracias a las concesiones, las políticas de clase y los beneficios fiscales que se llevan a la práctica desde el Estado. Y para hacer sus negocios y dar las órdenes al poder político no necesitan pegatinas ni megáfonos; quedan en los palcos.