- Existe un mantra neoliberal que, con el respaldo filosófico de los valores de la posmodernidad (relativismo, cinismo, egoísmo, búsqueda de lo inmediato, desaparición de los idealismos, etc.), acusa de totalitario o “populista” a todo aquel proyecto de sociedad basado en la reivindicación de los derechos sociales colectivos.

Los portadores de este discurso acuden a las experiencias del pasado de manera tramposa, apuntando, interesadamente o no, a los lugares equivocados a la hora de presentar los motivos de las desgracias o las catástrofes de antaño.

Así, llegamos a un punto en el que un servidor ve como alguien, para defender su visión de que las secciones juveniles de los partidos políticos son siniestros campos de adoctrinamiento y “comedura de coco”, argumenta que el fascismo de la primera mitad del siglo XX también tenía sección juvenil. Ya está. Como Hitler tenía bigote, tener bigote es de nazi. Como el partido nazi era un partido, todo partido político es malo. Por desgracia, esta curiosa línea argumental también puede verse entre los planteamientos defendidos por ciertas personas del mundo académico como Antonio Elorza, historiador y politólogo, quien en un artículo publicado en “El País” hacía una vacua comparación entre la película “La ola” y Podemos.

Vi “La ola” hace unas semanas y lo cierto es que me decepcionó. Considero que, pretendiendo ser una crítica hacia los riesgos de caer en el totalitarismo, la película de Gansel deriva en una crítica a la política misma, en una defensa del individualismo alienante posmoderno, presentando como “fascista” a todo lo que huela a “organización”. Lo que nos transmiten en última instancia, tanto “La ola” como Elorza, es que si “la presentación de un enemigo” o “la formación de un grupo fuertemente cohesionado” son características que recogen los partidos fascistas, todo aquel que presente un enemigo al que combatir o pretenda organizarse para poder llevar a cabo sus ideales es también, por similitud, un fascista…aunque ese enemigo a combatir sea, precisamente, el fascismo o lo que lo crea. No debes hablar de “enemigos” porque Hitler hablaba de “enemigos”, no debes comprometerte con nada porque Hitler se comprometió con algo.

Es absurdo. El antagonista siempre es necesario a la hora de hacer política. Cuando el Partido Popular habla de que es necesario recortar el Estado de bienestar sitúa en el terreno enemigo a aquellos que salen a defenderlo. Por eso les/nos acusa de ser ETA, porque necesita rellenar el hueco del antagonista para poder cohesionar a su electorado. Para que exista un “Nosotros” tiene que haber un “Ellos”, y esto no es fascismo, es política. Si lucho por la justicia, mi enemiga es la injusticia. Y si mi enemiga es la injusticia será porque creo que existe injusticia. Y si existe injusticia será que hay personas que la propician, ergo mi “enemigo” político es aquel que defiende la injusticia, que defiende aquello a lo que yo me opongo y viceversa. Todo el que hace política en favor de alguien, está haciendo política en contra de alguien. El enemigo del Partido Popular es el Estado de Bienestar; el enemigo del Partido Popular son los trabajadores defensores del Estado de Bienestar. El enemigo de Podemos son los mercados financieros; los enemigos de Podemos son los grandes banqueros y la casta a su servicio. Así de simple.

La “formación de un grupo fuertemente cohesionado” es consustancial a toda organización política, igual que lo es, casi siempre, la existencia de un dirigente con carisma y capacidad dialéctica. Decir que los partidos fascistas recogían también estas características para decir que todo aquel que las recoja es también fascista es tomarle el pelo a la gente.

Fascista es el que dice que el enemigo es el débil, el inmigrante, el diferente, el de otra raza, el de abajo. Fascista es el que usa la fuerza para defender los privilegios de los de arriba y oprimir a los de abajo. Fascista es el que mata y reprime al que no piensa como él. Fascista es el que defiende una idea de “patria” excluyente y chovinista, no el que defiende la igualdad y el internacionalismo. El fascista defiende estados militarizados y policiales, no pide menos inversión en armamento y más libertad de expresión, como hace Podemos. El fascista odia la cultura, no la potencia. Estas características, más otras tantas, son las que conforman el fascismo y no la creación de un grupo cohesionado o un antagonista. Y el señor Elorza, sin duda, lo sabe.