Como cada tarde, al caer el sol, Percival Forrester se acercaba a la taberna del barrio, observaba el reloj de la fachada y acto seguido corría calle abajo, gritando a los vecinos la hora : “Five of the clock and all is well!”. Corría el mes de Marzo de 1798 y Percival llevaba repitiendo ese ritual desde Julio de 1797, cuando el Primer Ministro William Pitt tuvo la brillante idea de crear un impuesto sobre todo tipo de relojes, tanto de pared (clocks), como de otro tipo (watches). El resultado fue que se cobraban al año cinco chelines por un reloj de pared, diez por relojes de oro y dos chelines con seis peniques por un reloj de plata o cualquier otro tipo de reloj o aparato de medir el tiempo. Los cobradores de impuestos debían de hacer una lista de todos los hogares con relojes. La consecuencia fue que la gente dejó de comprar relojes y escondían o se deshacían de los que poseían. Aquello, lógicamente, afectó también a los fabricantes, que acabaron sin empleo. Esta iniciativa tenía sus excepciones: edificios públicos, el Parlamento y locales tipo tabernas, que exhibían orgullosamente sus relojes en la fachada. Así pues, el pueblo llano, desprovisto de relojes, tenía que recurrir a los relojes públicos conocidos como Act of Parliament clocks o a personas que, como Percival Forrester, recorrían las calles cada hora para informar a sus vecinos.

Aquella tarde de Marzo, Percival no se encontraba bien. Un agudo dolor en el pecho le avisaba de que algo iba mal, a pesar de que él insistía en decir que todo estaba bien (“all is well”). No le dio importancia, tenía una misión que cumplir: informar de la hora a sus vecinos. Y así, puntualmente, recorría las calles, volvía a la plaza y se sentaba en la puerta de la taberna a esperar la siguiente hora para seguir con su tarea. Cerca de la medianoche, cuando volvía para dar el último parte horario, el reloj de Percival Forrester se paró. Tenía que haberle hecho caso a su dolor pectoral, pero no lo hizo y ahora, su corazón no pudo soportar tantas carreras calle arriba y abajo. El pobre Percival murió solo, en un callejón oscuro, sin saber que al mes siguiente, el Parlamento derogaría la ley, debido a problemas de administración y cobro. Y lo que tampoco supo nunca es que, años más tarde su expresión “of the clock” se acortó hasta “o’clock” y empezó a usarse para denominar las horas en punto, que es como ha llegado hasta nuestros días.

 

Valga esta pequeña historia como homenaje a todos los Percival Forrester que hicieron y hacen de la lengua algo bello que trasciende la mera herramienta comunicativa.

 

Saludos.