Antonio Gil Mellado / Imagen de archivo
Antonio Gil

Que el deporte de la caza en nuestro país es el objetivo de todas las asociaciones y grupos declarados animalistas, es sabido por todos los cazadores. Ya hace tiempo, que esos grupos de tenaces conciudadanos emprendieron una feroz campaña de descrédito contra ellos, iniciando una auténtica ‘caza al cazador’. De tal manera que, la búsqueda de un encuentro con la naturaleza, con el deporte de la caza y la desconexión de la rutina del día a día, les puede resultar muy estresante.

Pisar una hierba protegida, olvidarse de recoger una vaina, aparcar el vehículo en determinado lugar en el campo, el número de perros y un largo etc., reclaman, y exigen al cazador toda su atención en todo momento. Se ha llegado a tal punto donde los cazadores son, ‘presuntos culpables’ desde que comienza la jornada hasta que se van para casa.

De prohibiciones y obligaciones van las cosas, los cazadores son las primeras víctimas declaradas por la, tan de moda, corriente animalista: un moderno movimiento imperante que entiende que su forma de pensar es la que debe prevalecer, excluyendo y barriendo del mapa a quienes no comparten sus mismas ideas; una especie de pensamiento único, diría yo, totalmente carente de una mínima dosis de sentido común, pero que, aunque minoritario, está calando y ocupando un espacio en nuestra sociedad que, simplemente, no les debería corresponder.

No se entiende porqué, desde que se inició esa declarada persecución, los cazadores han permanecido incompresiblemente a la defensiva, sin poner en valor la necesidad que la sociedad tiene de ellos, no por los más de 3.600 millones de euros y los más de 54.000 empleos que aportan a la economía de nuestro país, sino simplemente por el respeto que se merecen, por el deporte que practican y las tradiciones que representan.

No se puede seguir asumiendo con resignación, sin una resistencia justa y proporcionada, ser las víctimas de quienes en su ideario los tienen marcados como un objetivo. Quizás haya llegado la hora de decirles que la concepción que tienen del mundo del deporte de la caza está distorsionada y que evolucionan inadecuadamente.

Ahora bien, este acoso que están sufriendo los cazadores no es baladí y se sabe que está teniendo consecuencias, una es la desafección política con las tesis progresistas, por el sometimiento al ostracismo al que se han visto expuestos por la clase política imperante donde abundan, por doquier, un gran número de pusilánimes. Otra es, sin duda, la empatía y el reconocimiento que les ofrecen las posiciones conservadoras y ultraconservadoras, donde encuentran la comprensión y cobijo que ellos necesitan.

¡Ah! a los guardias que cumplen con sus obligaciones y facilitan las cosas se lo agradezco de todo corazón. A otros de iguales uniformes, no.