Juan Medín Catoira. Coronel Médico Jefe de Sanidad Militar. Comandancia General de Ceuta
En esta época de estado de alarma, y a pesar de los antecedentes de las epidemias de MERS (SARS-Cov) o síndrome respiratorio del Oriente Medio (2003-2004) y de la gripe A (H1N1) (2009 a 2010), corremos el riesgo de pensar que la epidemia de coronavirus o SARS-Cov2 es algo nuevo para nuestra sociedad. La memoria suele ser corta, y quizás por ello debemos recordar que el SARS-Cov de 2003, el cual desde su reservorio original en los murciélagos saltó a los humanos a través de los gatos zigueta, se difundió igualmente por Asia, Europa y América del Norte, con una tasa de letalidad de un 10% en la población general y de un 43% en pacientes de más de 60 años, si bien el 83% de los casos se registraron dentro de China.
Dicen nuestros mayores que todas las generaciones tienen sus pandemias y recuerdan así la gripe española de 1918 y, dentro de nuestra querida Ceuta, cabe traer al recuerdo otras epidemias que en el pasado azotaron nuestra sociedad.
Y así, debemos recordar que el renovado voto a nuestra Patrona y Alcaldesa Perpetua Nuestra Señora de Africa remonta anualmente esta tradición al año de 1651, año en el que es proclamada oficialmente para agradecer que una epidemia de peste que asoló el occidente europeo no llegase a nuestra ciudad.
Podemos igualmente recurrir a la literatura antigua para recordar otras epidemias como la de fiebres malignas de 1705, estudiada y atendida por el protomédico del Ejército D. Antonio Pérez, médico de la plaza, y la epidemia de peste bubónica de 1741 en cuyo socorro y por intermediación del Cardenal Molina acudieron médicos, cirujanos y farmacéuticos de la Real Sociedad de Sevilla.
Márquez de Prado, en su Historia de la Plaza de Ceuta, recoge la epidemia de peste bubónica sufrida en la ciudad, con más de 4000 personas afectadas, cifra más que considerable para la población de nuestra ciudad en la época, y que dio lugar a la desolación y el espanto desde junio de 1743 a septiembre de 1744, teniendo que destinar para hospitales varios edificios y, para cuarentena la antigua mezquita, después ermita del Valle.
En 1810 Ceuta se vio también asolada por una epidemia de fiebre amarilla, que afectó simultáneamente a las ciudades de Orán y Cartagena, y que dio lugar a la orden del ministro de Justicia e Interior D. Manuel Romero, fechada el doce de octubre del mismo año, la cual planteaba doce medidas de contención frente a la misma y que incluían la limitación de accesos de foráneo por tierra y mar, fumigar las mercancías y desinfectar correo y dinero con vinagre.
Casi medio siglo más tarde, durante la guerra de Africa (1859-1860), con el Hospital Militar o de los Reyes como principal apoyo, fue necesario proveer más de diecisiete hospitales entre hospitales de campaña, casas y edificios principales, creados por la infatigable actividad del Dr. Antonio Martrús y Codina, Jefe de Sanidad Militar. Ceuta entera era un hospital: los soldados salieron de los cuarteles y los clérigos de sus iglesias y se habilitaron edificios públicos alcanzando un total de 1387 camas para enfermos coléricos y 100 para convalecientes.
Ya en el siglo XX. la denominada gripe española, iniciada en Francia en 1916 o en China en 1917 según diferentes historiadores, y hoy asociada al virus de influenza A del subtipo H1N1, afectó entre 1918 y 1920 a más de 8 millones de personas en España, con casi de 300.000 fallecidos y dejando en nuestra ciudad cerca de 1500 afectados.
En todas estas epidemias la Sanidad Militar ha podido aportar su apoyo a la sociedad ceutí, sirviendo muchas veces como primera línea y refuerzo ante patologías importadas, y muchas veces como escudo frente al paso de las mismas a la península.
Así, en 1913, la plaza de Ceuta fue una de las primeras ciudades en las que tuvo lugar la aplicación voluntaria de la vacuna antitífica desarrollada por el Instituto de Higiene Militar, y en 1916, por orden del Coronel Jefe de la Sección de Operaciones de EM del Ejército, se autoriza a aplicar e investigar el tratamiento antirrábico en el Hospital Militar de Ceuta. Posteriormente, en 1919, se crearán en la Farmacia Militar de Ceuta los depósitos de vacunas y sueros para paliar las frecuentes epidemias de las plazas y territorios del Protectorado.
Diez años más tarde, en 1923, tras la epidemia de peste que amenazaba las cábilas limítrofes y la propia ciudad de Ceuta, el Capitán Médico Ildefonso Martín Rascón y el Teniente Médico Mario Esteban Aránguez, junto con su personal sanitario y un capellán castrense, se aislaron voluntariamente en el denominado “Hospital de Apestados de Mexerah”, tratando con riesgo de su vida a más de 100 afectados.
A lo largo de sus casi 100 años de historia, el Hospital Militar O´Donnell de Ceuta tuvo el orgullo y honor de poder apoyar y atender parte de las necesidades asistenciales de nuestra ciudad, para ir posteriormente cediéndolas a favor de las entidades sanitarias civiles emergentes representadas en su momento por el Hospital de la Cruz Roja, las clínicas y entidades concertadas de las mutualidades, y más recientemente el Hospital Universitario del INGESA.
Hace ya tiempo que la Sanidad Militar en Ceuta ha dejado su actividad asistencial, pero ante la presente epidemia de COVID-19, las fuerzas armadas del Ejército de Tierra, apoyadas por los servicios y equipos militares de desinfección, Farmacia y Veterinaria, y de los de la Armada con la presencia del buque Galicia, han sabido recoger el mandato de protección, asistencia y apoyo a la población dentro de la operación BALMIS, en la cual han participado la práctica totalidad de los efectivos de la Comandancia General de Ceuta. E igualmente han de ser reconocidas las fundamentales labores llevadas a cabo por Policía Nacional y Guardia Civil.
Ya en este momento de desescalada y, decaídos los aplausos de las primeras semanas, debemos esforzarnos en que sea reconocido y compensado el impagable esfuerzo del personal sanitario que, desde el HUCE y las primeras líneas asistenciales, han expuesto su salud y su vida por servir de primera línea en una lucha contra un enemigo invisible y todavía no suficientemente conocido. Y debemos ser conscientes de que es posible que, por mucho que lo intentemos, nunca sus méritos queden debidamente agradecidos.
Pero, sin olvidar el fundamental papel de otros muchos sectores esenciales, trabajadores de limpieza, empleados de supermercados, correos, farmacias… y de todos aquellos que desempeñaron funciones críticas durante el aislamiento, jugando un papel invisible pero crucial, debemos reconocer el impagable esfuerzo del personal y equipos humanos de la Consejería de Sanidad de la Ciudad Autónoma y de Medicina de Preventiva del Hospital Universitario de Ceuta.
Sobre ellos ha recaído y recae la poco reconocida labor del control de los datos, la gestión del aislamiento a las llegadas, el registro y seguimiento de los casos, los contactos, el desarrollo, y la aplicación de las normas para aislar a los enfermos y proteger a los sanos. Una labor poco agradecida y sin horas en la que la prioridad ha sido la salud, desde la persona al colectivo, y en la que, desde esa invisibilidad, han sabido estar presentes a cualquier hora y en cualquier momento, aunando e integrando los datos y controles epidemiológicos de todos los estamentos sanitarios de la ciudad, incluidos los de la propia Sanidad Militar, integrados por oficiales médicos y enfermeros que, adoptando nuevas labores, han reiterado su tradición y compromiso.
No cabe duda que, pese a los nubarrones iniciales y la perspectiva económica, la sociedad ceutí sabrá reinventarse y remontar cualquier dificultad que se le presente, pues la historia nos demuestra que así sabe hacerlo. Pero también debemos ser conscientes de que a pesar de la desescalada el riesgo persiste, que debemos huir de la facilidad de la salida y el deseo del reencuentro a al que tanto somos dados, y debemos tener en cuenta que nuestros actos presentes pueden condicionar nuestro futuro. Y quizás debamos reflexionar sobre la mejor manera de protegernos en nuestros actos diarios para asegurar nuestro progreso y salud colectiva.
Por ello, pediría no sólo el agradecimiento sino el mantener la confianza en los equipos sanitarios que hasta la fecha han sabido protegernos y limitar nuestra exposición y, en base a esa confianza, atender a las recomendaciones que quizás en estos días no estamos cumpliendo con la objetividad con la que debiéramos.
Quizás en todo momento debamos recordar la frase de Albert Camús en “La Peste”: “Ha habido en el mundo tantas pestes como guerras y, sin embargo, pestes y guerras sorprenden a la gente siempre desprevenida”.
Pero esta vez, no podemos correr el riesgo de permanecer desprevenidos. Como sociedad no podemos permitírnoslo, y es responsabilidad de todos el mantener la salud colectiva, y con ella la economía y la vida social que tanto deseamos recuperar.