Abascal en el monumento de los Caidos de la Guerra de África
Xavier Ferrer Gallardo

18 de mayo de 2021. Entrada irregular en Ceuta de más de 8000 personas. La vulnerabilidad del régimen fronterizo comunitario se escenifica en uno de los segmentos más fuertemente securitizados del perímetro exterior de la UE. 

Por enésima vez, se pone de manifiesto que el hecho de que se produzcan -o no- cruces irregulares en la frontera no depende en exclusiva de la altura de las vallas, de los millones de euros invertidos en el pozo sin fondo de las innovaciones securitarias, o del nivel de inflamación de la retórica antiinmigración. Deben contemplarse otras variables tan o más importantes.

Una de estas variables coincide con lo que suele llamarse la agencia, la autonomía, o, en definitiva, la capacidad de iniciativa, organización y resistencia de los migrantes. Es cierto que los migrantes pueden ser (y en muchos casos son) utilizados como peones en el marco de largas partidas geopolíticas, pero, en cualquier caso, no hay que olvidar que estos peones no son pasivos. Toman sus propias decisiones, y a diferencia de lo que ocurre en el ajedrez, estos peones no requieren las manos de ningún jugador para decidir desplazarse sobre el tablero. Pueden diseñar sus propias estrategias e incluso pueden derrotar al adversario. Otra variable fundamental tiene que ver con la a veces caprichosa y a veces razonable agenda político-económica de los Estados de la vertiente fronteriza no orientada a Bruselas.

A pesar de las variantes y/o especificidades atribuibles a las circunstancias del momento (sobre todo al cierre de la frontera en tiempos de Covid y al cóctel disruptivo Sahara-Trump-Marruecos-Israel), lo sucedido el 18 de mayo no es nuevo. Ya hemos visto antes cómo un país vecino de la UE diseña una especie de simulacro de "rotura de los diques de contención" (Marruecos), amaga con "abrir compuertas" (Turquía) o alerta de los peligros de una hipotética "invasión" de Europa (Libia).

En otras palabras, no es la primera vez que, como si de un boomerang se tratase, el relato apocalíptico-migratorio construido y proyectado desde la UE -y que tanto rédito político ha brindado a la ultraderecha y a quienes han ido a rebufo - retorna a Europa e impacta de repente en el rostro desconcertado de quien lo lanzó. De este modo, en un viaje de ida y vuelta, las arengas sobre distopías migratorias regresan a casa. Y cuando vuelven, lo hacen convenientemente reinterpretadas, recicladas en forma de amenaza (o de aviso a navegantes) por parte de aquellos vecinos que se han visto geopolíticamente empoderados al compás de las subcontrataciones. Y ya se sabe, la debilidad de uno, la fuerza del otro.

Pero hay que recordar que la ahora tan cacareada táctica de la weaponización de las migraciones no se la han inventado ni Marruecos ni Turquía. ¿Si las migraciones funcionan como armas arrojadizas dentro de Europa, por qué no deberían poder funcionar de la misma manera fuera de Europa?

Desde hace años, la lógica de la externalización ha constituido uno de los ejes fundamentales de la política fronteriza y migratoria de la UE. Y, como es sabido, la externalización -la subcontratación a terceros países de las tareas de control fronterizo- conlleva costes. Algunos de estos costes están incorporados en el precio -millones y millones en ayudas y facturas por los servicios prestados. Otros costes no están incorporados en el precio: son las llamadas “externalidades”. Aunque tarde o temprano también se pagan.

Los hechos del 18 de mayo arrojan luz sobre una de las externalidades de la externalización: el desgaste geopolítico que acarrea la dependencia exterior en materia de control fronterizo. Su coste empieza a ser de difícil e incómoda asunción para una UE que ahora exclama, indignada, que a ella nadie puede chantajearla.

Mientras tanto, a la espera de la próxima "crisis", la variante castiza de la internacional del nativismo (con su peculiar y actualizado mejunje retórico joseantoniano, hungtingtoniano y sanchezalbornoziano) acusa a media Ceuta de ser quintacolumnista y pide sobre el terreno “vallas más altas y militarización permanente de la frontera”

En este contexto, no son pocos quienes se preguntan: ¿Dónde está el límite de esta dependencia de terceros países? ¿Cuál es la tarifa máxima que se puede llegar a pagar por los servicios de subcontratación? ¿Cuán gorda puede hacerse la vista ante la vulneración desacomplejada de los derechos humanos? ¿Aceptar una solución trumpiana al conflicto del Sahara Occidental podría ser suficiente? ¿Bastaría considerar a Libia como un país seguro?

Todas estas preguntas desembocan en otra: ¿Es sostenible un modelo de gestión migratoria/fronteriza tan expuesto a las necesidades de las agendas de los subcontratados, un modelo que encima no acaba de resolver el problema que persigue resolver -más bien lo empeora- y cuyos costes (externalidades incluidas) son cada vez más altos?

El actual régimen fronterizo de la UE parece estar atrapado en una dinámica propia de quienes son víctimas de las adicciones. Cuanto más se consume, más se necesita, cuanto más se necesita, más se consume. Cuanto más dinero (y crédito moral y geopolítico) se dilapida en externalización, más dinero (y crédito) se parece estar dispuesto a dilapidar. Y el problema sigue irresuelto. Y, además, por si fuera poco, las repercusiones de la recurrente tormenta fronteriza contribuyen al resquebrajamiento de la estabilidad socio-política en el interior de la Unión Europea. La polarización, la xenofobia y la angustia identitaria se expanden como una mancha de aceite.

En paralelo al incremento de los costes geopolíticos, económicos y en vidas humanas, esta dinámica perpetúa los episodios de crisis y la espectacularización de unas entradas irregulares que no cesan. Esto asegura el suministro de carnaza a las formaciones políticas xenófobas y ultraconservadoras.

Mientras tanto, a la espera de la próxima "crisis", la variante castiza de la internacional del nativismo (con su peculiar y actualizado mejunje retórico joseantoniano, hungtingtoniano y sanchezalbornoziano) acusa a media Ceuta de ser quintacolumnista y pide sobre el terreno “vallas más altas y militarización permanente de la frontera”. Estas voces desean no salir del círculo vicioso en el que está instalada la UE, porque este es el ecosistema ideal en el que su discurso se reproduce y seduce (a propios y a extraños).  Y esto también son, en parte, externalidades de la externalización.