Antonio Gil Mellado

Sinceramente, pienso que a nuestro país se le ofrece una gran oportunidad de cambio, una gran ocasión de mejorar sustancialmente su forma de producir, de aumentar cuantitativamente su economía y, con él, la forma de vida de sus ciudadanos.

Para la producción, nuestro país tendrá que realizar un gran esfuerzo de inversión en el cambio de fuentes de energías tradicionales, contaminantes y nocivas, a otras limpias y renovables. Es obligado porque, no solo dependemos de otros estados sino que nos está asfixiando económicamente; además, tendríamos la oportunidad de librarnos del nocivo impacto medioambiental que produce y que afecta a nuestra salud y a la del planeta.

En un país como el nuestro, donde la materia prima energética, limpia y renovable, de diferentes características no nos falta habitualmente, el esfuerzo por lograr ese cambio está más que justificado.

La gran oportunidad está ahí, pasa por invertir, desarrollar e innovar. La imaginación y el esfuerzo deberán acompañar. Otros países menos favorecidos que el nuestro ya comenzaron ese cambio hacia el futuro y nos sacan ventaja.

Estamos obligados a desarrollar nuevas tecnologías e iniciar una andadura vanguardista. Nos toca que las nuevas aportaciones contribuyan al desarrollo e implementación del nuevo modelo, las nuevas tecnologías deberán contribuir y completar la expansión y el salto a un nuevo mundo, más saludable y más desarrollado.

Para lograr este proyecto, de enorme trascendencia, será necesaria una ingente cantidad de mano de obra, millones de puestos de trabajo estarán disponibles para asumir ese nuevo reto; el cambio de producción agrícola actual por una agricultura regenerativa y extensiva, y en el caso de la producción ganadera, natural y extensiva, son clave; sólo estos dos elementos, por si solos, son de un enorme valor añadido y generadores de empleo. 

Hay que abandonar, en el menor tiempo posible, el modelo existente basado en la producción intensiva y rápida. Este modelo está ‘matando’ a la población; los productos que consumimos son, en el caso de la carne, un compendio de hormonas y antibióticos, carentes de sabor y aroma, además, de escaso valor energético. Las verduras y las frutas tampoco se libran.

Nuestro país necesita iniciar urgentemente el camino hacia una senda de un futuro saludable, limpio y próspero. No esperemos que grandes acontecimientos nos proporcionen grandes soluciones: en la pasada Cumbre de Glasgow no ha quedado nadie contento; Greenpeace ha declarado que el texto resultado de ese encuentro es “sumiso y débil”. 

Una noticia reciente me hacía estremecer: la extracción del krill antártico para obtener proteínas y para la elaboración de productos cosméticos, entre otros, puede acabar con este pequeño crustáceo, base de la alimentación de la fauna marina en esa zona. Terrible… ¿no?