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Bandera de Palestina / Archivo
Jóvenes por la Dignidad (MDyC)

Según la ONU, los recursos naturales han sido el desencadenante de más del 40% de los conflictos armados del mundo en los últimos 60 años. La realidad es que son datos abrumadores. Se podría decir que la historia de la humanidad se resume en conseguir lo que el otro posee mediante la fuerza, donde la codicia y la avaricia han jugado un papel fundamental. Desde tiempos remotos, el hombre ha luchado por controlar tierras ricas en algo; llámese agua, bosques naturales, superficie cultivable, especias, minerales y una lista interminable, hasta personas. Siempre con el objetivo de cubrir necesidades, en ocasiones presentándose un egoísmo que nunca se consigue satisfacer, viendo cómo una pequeña élite gobernante, que se forma cuando hay un acumulamiento de poder estancado, promueve incursiones y se enriquece sola y a costa del pueblo gobernado.

Todo comienza con el abandono del nomadismo y el establecimiento de poblaciones en una determinada región para trabajar la tierra. Esto conduciría a crear ciudades, que competirían entre sí y, en muchas ocasiones, una absorbería a la otra, creando unidades políticas muy grandes que tendrían como principal actividad el comercio. En la época antigua nos encontramos con numerosos ejemplos: desde China hasta Roma. A principios del siglo XV, las expediciones europeas en busca de nuevas rutas comerciales hacia el Lejano Oriente ponen a América en el mapa, estas tierras sufrirían constantes invasiones. Más tarde se produciría el reparto colonial en África, troceándose el continente para su despiadado saqueo. Con el descubrimiento del petróleo, hecho que marca una nueva era, la población se multiplicó por cinco y el hambre de más de cada individuo creció. Esto daría lugar al nuevo mundo globalizado, y en el que se produce una lucha invisible por el control de los recursos.

¿Cómo se compite por los recursos? Por medio de la guerra y la violencia armada. ¿Y la guerra qué genera? Muerte, miseria y destrucción. El problema es que siempre que hablamos de víctimas en un conflicto pensamos en vidas humanas, pero nunca en lo que nos rodea. Y es que al igual que las personas se ven involucradas en la barbarie que supone la guerra, el medio ambiente también se ve afectado. Pues mueren animales, se talan árboles, se destruyen pozos y se envenena el aire.

 En la historia reciente se nos viene a la cabeza un número ingente de luchas marcadas por los recursos: en África todavía retumban los ecos del colonialismo, países en guerra como Sudán y el Congo sumidos en la más absoluta pobreza pero que sus tierras son ricas en todo lo que uno pueda imaginarse; en Medio Oriente el petróleo y el agua son claves en su desestabilidad, en concreto la inhumana ocupación israelí de Palestina y la invasión de países árabes como Irak, Libia y Siria. Ahora preocupémonos por el medio ambiente, pues se nos presenta un horizonte negro. El agotamiento de los recursos por el rápido consumo de estos, la degradación medioambiental y el cambio climático exponen amenazas vitales para nuestra seguridad.

 El correcto desarrollo de la población del mundo empieza por el cuidado del medio en el que se vive. Debemos unir fuerzas y acabar con los intereses económicos que mueven los conflictos y los desastres naturales que provocan. Es problema de todos. Para ello, queremos sacar a relucir medidas que consideramos las más adecuadas y que propone la CEPAL: adoptar con criterios de progresividad el porcentaje de las ventas que recibe el Estado por la explotación de los recursos naturales; desarrollar mecanismos institucionales que permitan el ahorro de esas rentas extraordinarias y su inversión pública en educación, salud, infraestructura, innovación y desarrollo tecnológico; impulsar una política de Estado que propicie un cambio estructural con una diversificación productiva de largo plazo orientada a la innovación y la tecnología. Solo así se conseguirá un desarrollo equitativo en términos de igualdad y justicia social.

 Desde Jóvenes por la Dignidad queremos trasladar nuestro más profundo rechazo a todo ataque, ocupación, invasión, violencia; todo lo que tenga que ver con la guerra y que esté promovido por algún entramado económico. Abogamos por la paz y los derechos de todos los pueblos, desde la integridad y los valores morales. Queremos que se implante un proceso de transición ecológica real y eficiente para acabar ya con los conflictos por los recursos.