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Bandera de Palestina / Archivo
Jóvenes por la Dignidad

Malditas sean las guerras y los canallas que las hacen diría el gran Julio Anguita después de perder a su hijo Julio víctima de un misil cuando se encontraba cubriendo la invasión de Irak como corresponsal. Las guerras han cambiado poco a lo largo de la historia, se podría decir que solo han cambiado sus instrumentos, pues siguen teniendo las mismas repercusiones: destrucción, miseria, desolación y el llanto de padres que pierden a hijos o hijos que pierden a padres.

Basta con tener alguna excusa, la más absurda incluso, y algo que ganar para coger las armas y hacer reinar el caos. La realidad es que quienes están detrás de todo esto, esos canallas, se están forrando y en nuestras mismísimas caras. Han convertido el hogar de muchas personas en auténticos infiernos para convertir en paraísos los suyos. Las armamentísticas occidentales presentan cifras récord de ingresos y lo seguimos tolerando.

Da igual quién sufra, la guerra es así. Hay muchas víctimas y si son niños, mujeres y ancianos, son daños colaterales. Pero… ¿De verdad que no sentimos nada? Imagina ser un niño y despertarte hoy en un hospital de Gaza. Te das cuenta que estás solo, desamparado, no hay nadie quien te cuide. Tus padres murieron a causa de los bombardeos. Piensas en cómo será tu futuro sin ellos. O imagina ser niño y despertarte en el Congo, viendo cómo tu esclavista te obliga a adentrarte en minas para extraer esos minerales preciados que necesitan móviles y coches de los hombres especiales. O imagina ser niño y despertarte en cualquier parte del mundo con algún conflicto, a punto de ser vendido a una mafia para que te arrebaten tu inocencia unos adultos desalmados. Tan solo imagínatelo. Ponte en el pellejo de ellos, muchos de ellos huérfanos. ¿De verdad que no sientes nada?

Existe una película brillante titulada Las tortugas también vuelan que retrata de manera eficaz la cruda realidad de estos niños. Ambientada en un campo de refugiados en la frontera de Irak e Irán, en vísperas de la invasión de Irak, cuenta cómo un grupo de niños huérfanos, muchos de ellos sin brazos ni piernas, se las arreglan para salir adelante. ¿De qué manera? Quitando minas antipersona.

Queremos destacar un diálogo que mantiene el líder de estos niños con un adulto del campo de refugiados. Este le pregunta al chico que cómo niños sin brazos van a conseguir quitar minas antipersona de su terreno, lo que el chico le responde que esos niños son los mejores en esta tarea, pues no tienen nada que perder. Brutal. Solo cabe decir que unamos nuestras manos todos juntos y defendamos los derechos de estos niños, los derechos de estas personas condenadas a sufrir por el capricho de Occidente.

Y es que es paradójico que en el día de Reyes se celebre también el día de los Huérfanos de guerra, cuando muchos niños reciben juguetes y regalos caros, otros reciben bombas y disparos. Esto es así, para que existan estos Reyes deben existir también muchos miserables. Maldigamos todos juntos como hizo Anguita a estos malhechores sentados en oficinas viendo sus cuentas corrientes crecer como la espuma, a todos los factores intervinientes en las guerras, desde el político que mira hacia otro lado al general que da la orden. Por una infancia digna para todos.