El acoso escolar se define jurídicamente como un acto degradante, físico o psíquico (empujones, cachetes, insultos, amenazas, etc), grupal o individual (puede realizarse por un colectivo o por una sola persona) que, continuado y repetido temporalmente, ataca la dignidad humana del menor produciendo el menoscabo del mismo. Los jóvenes que sufren esta violencia o son testigos de estas situaciones de forma reiterada, pueden llegar a padecer un rendimiento académico menor a corto y largo plazo. Pudiendo incluso llegar a padecer problemas emocionales y de comportamiento como depresión, ansiedad, soledad y baja autoestima, que a veces puede llevar al suicido. El acoso escolar es la causa de alrededor del 50% de los suicidios de adolescentes.
El acoso escolar, extendido en nuestro sistema educativo, es un grave problema de convivencia al que todos los agentes implicados (padres y profesores) deben prestar la mayor atención y cooperación con la única intención de erradicar su práctica una vez se produzca. Sin ninguna duda, la actitud responsable es aquella que investiga, valora y actúa hasta las últimas consecuencias cualquier indicio alusivo por pequeño e inofensivo que pudiera parecer. En mi humilde opinión, fruto de una dolorosa experiencia, cada centro escolar debe disponer de un protocolo de actuación que canalice convenientemente el supuesto de acoso escolar, desde sus inicios hasta su terminación con la adopción de las medidas educativas y punitivas que resuelvan el problema de manera definitiva y no en falso. Sin ninguna duda, no son cosas de niños. Es “acoso escolar”.