Antonio Gil Mellado / Imagen de archivo
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Antonio Gil Mellado

Para hablar de política tendría que empezar diciendo, para definirla con la máxima simplificación que me es posible, esto de que “es una mezcla al 50% de filosofía y pragmatismo; un porcentaje que puede variar según el momento de la historia”. 

Y me atrevería a añadir que, a las distintas opciones políticas, no se le tendría que asignar ningún color, entre otras cosas porque las ideas no lo tienen; tampoco porque tradicionalmente lo limiten generalmente a dos, el rojo y el azul, sino porque existen infinidad de matices; de ahí que, según el porcentaje que se aplique a la fórmula, dará un tono distinto. En este limitado y aceptado esquema aparece, con mucha fuerza y para quedarse, el color verde.

El hartazgo, el descontento, el desencanto de las gentes, lleva a la desafección ciudadana, lo que provoca con frecuencia que aparezcan nuevos colores en el cuadro político. Todos los nuevos colores, todos los nuevos matices tienen una explicación lógica y más o menos coherente.

En esto de la política, uno se define a lo largo de su vida con notable facilidad, yo lo he venido haciendo desde que me autoproclamé admirador del escritor, filósofo, poeta, republicano, pragmático, etc., Marco Tulio Cicerón. Una conclusión muy meditada, no crean, fruto de una introspección larga en el tiempo y ahí… me mantendré.

Es muy difícil, lo sé, elegir a nuestros dirigentes cuando para hacerlo el sistema te obliga a votar toda una lista de gente que no conoces. Posiblemente, algunos sin ideología ni idea de lo que tienen que hacer, sin principios; eso sí ordenados por cuota y con la correspondiente cremallera. Un método éste llamado a desaparecersuperada esta etapa… por pura sensatez.

¿Cuándo la política deja de ser un noble arte? Cuando los que la practican no son nobles. Cuando esto ocurre queda manchada, ensuciada. Una forma de deshonrarla gravemente es a través de la mentira, por lo tanto, cuando un político miente en el ejercicio de la política la está mancillando. El ejemplo más reciente es una manifestación pública de Pablo Iglesias que, con toda desfachatez, manifestó: “Como ya no estoy en política puedo decir la verdad”.  Y se quedó tan fresco. Hay muchas más razones y más graves en política que la mentira para ensuciarla y muchos más políticos podrán decir lo mismo, llegado el momento, lamentablemente hay muchas formas de rebajarla.

Otra cosa son los ejemplares que circundan a los partidos con implacable constancia y que aparecen orgullosos ellos cuando más oportuno les resulta ponerse en escena, impertérritos, ataviados con su mejor semblante. Según el alcance del problema, observan las propicias circunstancias y se ofrecen y hablan en nombre del pueblo. ¡De pronto apareció el guardián de la ideología, el depositario de los valores colectivos! y proponen lo mejor, desinteresadamente; vuelve a renacer el viejo salvador, el incansable mediador que siempre estuvo y que tanto… se lucró. Vuelve a estar ahí.

También, pero menos importantes son los aduladores, los chaqueteros, los que practican profesionalmente la empatía por doquier; estos otros que comparten genes con los anteriores y que son conocidos como hombre corcho o mujer corcho. A estos se les verá en el mismo lugar con la misma sonrisa impuesta independientemente de cuál sea la circunstancia o el momento y si le preguntas te dirá: “Arte que tiene el niño…”

En cualquier caso, habrá que afirmar que la política es un arte independientemente de colores o ubicación y que los políticos, en la mayoría de los casos, son gentes que tienen mucho ‘arte’.