- Facebook me recuerda que hace justo tres años colgué un artículo en la red. Me pregunta si deseo volver a compartirlo.

Escribía sobre los 43.503 refugiados sirios que habían cruzado la frontera con Jordania durante el mes de febrero de 2013. Entonces parecía una burrada. Y sin embargo no era nada si lo comparamos con lo que estaba por venir.

En ese artículo aprovechaba para recordar a los miles de refugiados españoles que huyeron hacia Francia en 1939. También lo hicieron un mes de febrero. Batiéndose en retirada y alejándose de las represalias del fascismo.

Sin mucho entusiasmo, la República Francesa les abrió la puerta. Dejó pasar a los perdedores de la guerra, pero les amontonó en los llamados campos de la vergüenza. No sorprende en absoluto que lo ocurrido en Argelès-sur-Mer, Saint Cyprien, Barcarès, Septfonds, Rivesaltes, Vernet d’Ariège y Gurs sea ahora un recuerdo más que embarazoso al norte del Pirineo.

El primer ministro francés, Manuel Valls, declaraba en 2015 que los refugiados españoles “fueron humillados. Se les quiso arrebatar la dignidad. Los que huían en busca de la libertad esperaban otro tipo de acogida”. Con un ligero retraso y con la voz demasiado baja, Valls entonó un discreto mea culpa en nombre de la República Francesa.

Hace justo tres años, la Cinemateca de Perpiñán distribuyó uno de los pocos films que existen sobre la retirada. Facebook también me pregunta si quiero compartirlo.

La verdad es que verlo exaspera e incomoda. Sin embargo, por una simple cuestión de escala, mucho más nos va a incomodar a todos en Europa cuando, dentro de unos años, Facebook nos escupa las miles y miles de imágenes tomadas estas semanas en Lesbos e Idomeni. Cuando nos pregunte si deseamos compartirlas. Y cuando nos obligue a recordar hasta qué punto la Unión Europea fue incapaz de organizar un pasaje seguro para quienes huían de la guerra.