Mohamed Mustafa

Seguridad y “limpieza” fueron dos de los reclamos electorales del GIL de Sampietro cuando aterrizó en Ceuta, una ciudad “cansada de sus gobernantes y abierta a un nuevo cambio”, como la describía el propio ex Alcalde en la biografía que le publicó Ediciones Ceitil. Casi dos décadas después, los ingredientes fundamentales para despertar a la bestia en aquel entonces no nos resultan ajenos. Más al contrario, la simpleza en el mensaje, su apelación a las entrañas y a los bajos instintos, la vuelta a un antiguo “orden” mitificado y la adopción falsaria de los componentes “antiestablishment” de las luchas populares gozan de inmejorable salud en la reacción.

La extrema derecha navega hoy sobre un vehículo autorizado: el populismo de creciente éxito en Europa y de resultados sorprendentes en Estados Unidos. En Ceuta, como señalaba, ya hemos tenido experiencias en el pasado. Ahora, se abre un escenario propicio para que la actual impronta del PP (que ya no basta para retener entre sus bases a esa gente que reclama dureza, contundencia, y ruptura) se encamine a reproducir expediciones de tan nocivas consecuencias.

La gran masa social que se quedó a tan sólo 80 votos de otorgar la mayoría absoluta al GIL ha permanecido oculta entre el electorado del PP. Sin embargo, hace ya tiempo que no esconde su malestar con lo que perciben como una política excesivamente condescendiente con la diversidad de Ceuta. Una política, por supuesto, culpable de las crecientes cifras de paro, de la enorme sensación de inseguridad en constante crecimiento y, sobretodo, de una pérdida de valores tradicionalmente protegidos y venerados. Los gestos que antes servían para producir unidad se vuelven hoy inútiles, produciéndose una sensación de “divorcio” fácilmente aprovechable por cualquier salvador que, de manera inteligente, se sirva del odio y el miedo al diferente como elementos necesarios para un discurso fundamentado en la ilusión de un futuro sin diferencias, sin conflicto y, por ende, sin política.

Ya hemos asistido a manifestaciones públicas en esa dirección; cabe pensar que el siguiente paso lógico será la cristalización de una nueva alternativa política capaz de liderar tal “demanda popular”. Sin embargo, esto no tiene por qué ser así. No debemos perder de vista que nuestro país es actualmente una plutocracia donde los intereses económicos de la clase dominante prevalecen por encima de cualquier otra cuestión. No en vano, si la experiencia gilista en Ceuta terminó en fracaso fue, precisamente, por no contar con la bendición del poder económico.

Si bien el GIL recibió un importante apoyo popular, también reclutó la enemistad de muchos sectores aparentemente diferentes. Se puso en marcha entonces una maquinaria sin precedentes en la historia democrática de nuestra ciudad: una trama económica disfrazada de transfuguismo y contra-transfuguismo, de intereses personales y conspiraciones políticas desde las cloacas, con detenciones y procesos judiciales que concluyeron con la llegada al poder del PP de Vivas. ¿Qué podría impedir que actualmente esos mismos poderes plantearan otro cambio desde dentro, es decir, que orquestasen con todos sus medios (sin exclusión alguna) otra metamorfosis del actual instrumento? La respuesta es clara: Nada. Sólo hay un requisito y es que el beneficio económico siga cayendo al mismo lado. Cambiar todo para que nada cambie.

Es detrás de esas dinámicas sistémicas que parecen operar a un nivel subterráneo, conectadas entre sí por algo que no podemos percibir, donde se encuentra el verdadero peligro. Somos rehenes de una plutocracia que ha logrado que se elija a los gobernantes más favorables a sus intereses. Esta es la realidad actual, pero podemos cambiarla si tomamos conciencia de que el conflicto, la diversidad y el disenso son consustanciales a la política y a la vida misma. Podemos hacer mucho más de lo que pensamos.