- El año empezó con una víctima de violencia de género. Lo sabemos. También sabemos que, en España, poco a poco se ha ido avanzando en la lucha contra esta lacra social que tantas vidas ha segado.

La L.O.1/2004 recogía, por fin, un problema de orden público, que no pertenecía a la esfera privada de la mujer que lo sufría, y contemplaba una serie de medidas encaminadas a la prevención y sensibilización, así como medidas penales que se aplicaban a los agresores, y una serie de apoyos a las mujeres víctimas que intentaban salir de tan dañina situación.

Y, poco a poco, los políticos iban dando titulares, colocando a mujeres en puestos de responsabilidad, equiparando hombres y mujeres. En clase, los alumnos y alumnas iban aprendiendo que las chicas no deberían ser discriminadas ni perjudicadas en favor de los varones. Que la forma de resolver los conflictos es el diálogo. Que la razón no la lleva quien más rápido o más fuerte pega. Las alumnas van aprendiendo que no deben dejar que su pareja las humille, las controle, las agreda. Favoreciendo la igualdad. Porque la formación, la educación y los valores son los únicos capaces de plantarles cara a la violencia de género.

El camino sigue siendo largo. Queda mucho por hacer. Pero estamos en la buena senda. La sociedad reconoce que esta lacra social hay que eliminarla. Que no se trata de casos aislados. De matrimonios que no funcionan. Que es un problema social. Y que hay que combatirlo.

Y, de repente, nos encontramos con un artículo como el que ha escrito Manuel Molares do Val, titulado “víctimas de su sexismo”. El título ya te indica que lo que tienes delante va a ser un artículo cuanto menos, ofensivo. Se queda corto.

Este escritor, si es que es el calificativo que debe otorgársele (yo, en particular, no lo creo), escupe barbaridades tales como: “hay mujeres que se entregan voluntariamente a hombres violentos sabiendo que pueden matarlas”; “mujeres así se convierten voluntariamente en esclavas sexuales de posibles asesinos. Los siguen suicidamente por el placer físico que les proporcionan”; “Al culpar sólo al asesino, el feminismo más activo facilita la continuidad de esta cadena mortal. Debería advertir también que la mujer tiene que ser autorresponsable evitando machos violentos, por placenteros que sean: el maltratador es más peligroso cuanto mejor amante es”; “la mujer que se expone por dependencia sexual es una yihadista suicida”.

Estas abominables, repugnantes y vomitivas palabras te devuelven a una realidad que pensé que, poco a poco, estábamos dejando atrás: ¿las mujeres vuelven a ser responsables de que las maltraten y, en el peor de los casos, las maten?

Si este señor hubiese dicho que las víctimas del tren de Valencia eran culpables, o que las víctimas de ETA eran culpables.... toda España se le habría echado encima. Porque es inaceptable que se culpe a una víctima por algo así. Sin embargo, no es la primera vez que se oyen comentarios de este tipo en este país: “iba provocando”, “algo habría hecho”, “le debe respeto a su marido...” Decenas de veces escuchamos comentarios como éstos. Porque España sigue siendo un país machista.

Sigue habiendo una letanía en la mente colectiva española que le atribuye parte de la responsabilidad de la violencia a la víctima del maltrato. Como si hubiese algo que ella pudiera hacer para evitarlo. “pues que los dejen”, dicen los más ignorantes. No hay forma de que consigan entender que en una relación tóxica y destructiva como las que estas mujeres viven, la solución no es tan sencilla. Si lo fuera, lo harían. Ninguna quiere vivir atemorizada, sin saber si al día siguiente seguirá viva. Es difícil ponerse en la piel de esas mujeres, que sólo quieren encontrar al hombre del que se enamoraron detrás del monstruo despiadado en que se ha convertido su compañero de vida.

Y, en lugar de entenderlas y ayudarlas, la sociedad las vapulea. Las trata como ovejas que siguen al pastor que han elegido. No, no lo han elegido. Se han visto atrapadas en una vorágine de violencia y destrucción (en demasiadas ocasiones, autodestrucción) que, desde luego, no han elegido.

El señor Molares equipara a una víctima de violencia de género con una yihadista. Menuda aberración. Incluso la libertad de expresión tiene un límite. No todo vale. El sufrimiento humano no vende. O, al menos, no debería