- La respuesta de la Troika a la desesperada petición formulada por el gobierno griego para suavizar las condiciones impuestas a todo su pueblo por el rescate a su economía, constituye toda una declaración de principios de las instituciones que representan las más puras esencias del capitalismo internacional, a saber, la Comisión Europea, el Banco Central Europeo y el Fondo Monetario Internacional.

Los responsables de imponer a Grecia condiciones inaceptables insisten en sus políticas basadas en el ajuste presupuestario y la contención del déficit público, que han causado tanto sufrimiento a los países rescatados. El propio presidente de la Comisión, Jean-Claude Juncker, reconoce que las medidas adoptadas han pecado contra la dignidad de los pueblos. Pese a eso, siguen torturándolos sin misericordia.

El rigor y la crueldad con la que se ha tratado al pueblo griego no es más que un aviso al resto de los miembros de la Unión para evitar la proliferación de gobiernos como el de Syriza, llegado al poder respaldado por unos ciudadanos que creen que es posible construir Europa más allá de los intereses de la clase que la dirige, que no es otra que la que representa al poder económico y financiero. Sus lacayos y portavoces.

Lo ocurrido en Grecia no es más que la conclusión lógica de lo que ha sido el proceso de construcción de la Unión Europea. La Europa del euro es una invención del capitalismo más descarnado para aumentar los beneficios de sus inversiones. Europa es un club de ricos. No es un proyecto colectivo nacido de la voluntad de ciudadanos libres e iguales. No es un espacio común de libertad y solidaridad. Es, y lo hecho con Grecia lo demuestra, poco más o menos, un economato.

La actual Unión Europea no es un gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo, como el que el presidente Lincoln afirmó que no desparecería de la Tierra. Es, simplemente, el invento de unos tecnócratas al servicio de unos pocos privilegiados.

La idea de una Europa unida, capaz de reescribir su Historia, apartándose de una tradición que la ha llevado al enfrentamiento y al conflicto permanente entre sus pueblos, ha fracasado en el momento en que las circunstancias exigen un mínimo de solidaridad entre los miembros de ese proyecto común.

La petición de Grecia no es otra que un poco de aire para poder respirar. Se la ha sometido a unas condiciones que han producido la asfixia de su economía y, consecuentemente, una regresión de más de cincuenta años en sus niveles de desarrollo económico y social. Grecia no pretende dejar de pagar lo que debe. Solo pide más tiempo y condiciones más favorables para poder hacerlo.

En las actuales condiciones Grecia no podrá pagar. Eso será malo para todos. Para los griegos, como deudores, y para los demás países, entre ellos España, como acreedores. Sin embargo, se le siguen imponiendo condiciones leoninas aún a sabiendas de que eso solo traerá más sufrimiento y desesperación al pueblo griego e incluso riesgos para los prestamistas.

En la última reunión del Eurogrupo, los países más beligerantes en contra de los intereses de Grecia no han sido, como podría esperarse, aquellos a los que más deben los griegos. Han sido, precisamente, gobiernos de otros países que están sufriendo condiciones parecidas a las de los griegos los que más han exigido el cumplimiento de lo pactado por los gobiernos que han precedido al que actualmente preside Alexis Tsipras. Concretamente, los de España y Portugal.

A nadie se le escapan las razones por las que estos países no pueden permitir que triunfen tesis contrarias a la línea oficial dictada por la Troika. Han actuado en clave interna, defendiendo su propia posición como gobierno. Aceptar que había otra forma de oponerse a la dictadura de la Troika sería reconocer sus propios errores y abriría la puerta al triunfo de otras opciones políticas distintas de las tradicionales.

En el caso de España, sería admitir que lo propugnado por Podemos es posible. Sería reconocer que se ha actuado como servidores de los poderosos en lugar de haber defendido a ultranza el interés general de sus ciudadanos.

Si Europa pretende tener un futuro como unión supranacional debe reconstruirse sobre la base de la voluntad de sus pueblos, no sobre el interés de los partidos al servicio del capitalismo internacional. Si en cada país de los que forman la Unión Europea triunfasen opciones políticas como las de Syriza en Grecia, la respuesta a la ofensiva del capital sería muy distinta a la que actualmente ofrecen los gobiernos neoliberales y socialdemócratas, corrompidos por su cohabitación con el poder económico.

La irrupción de Podemos ha supuesto un viento fresco en el putrefacto escenario de la política española. Una explosión de esperanza. Una revolución pacífica. Pero el mensaje que mandan las instituciones europeas y los lacayos del capitalismo es claro y preciso: “Por esa vía no vais a conseguir nada. Fuera de lo políticamente correcto, no habrá ninguna posibilidad para vosotros.”

La diferencia del trato dispensado por Europa a los gobiernos de Francia o Italia, a los que se les ha flexibilizado las condiciones de déficit, con respecto al rigor empleado con Grecia, es una prueba de lo que afirmo.

En este año nos vamos a enfrentar en España a varios procesos electorales. Locales, autonómicos y generales. Del pueblo español depende que la política que lleve a cabo nuestro gobierno sea la de sumisión al dictado de la Troika o, por el contrario, de rebelión contra la dictadura de los mercados.

De nosotros dependerá que podamos o no podamos enfrentarnos a los que nos han impuesto cadenas convirtiéndonos en sus esclavos.

Yo me pregunto si podremos.