El pasado 1 de febrero se cumplió un año desde que un grupo de parados ceutíes inició una campaña de movilización para reclamar su derecho al trabajo. Diariamente, de lunes a viernes, recorrían alternativamente el trayecto que va de la Delegación del Gobierno al Palacio Municipal.

Como en cualquier otra manifestación de las que se han celebrado en esta ciudad, los participantes llevaban banderas; pancartas; silbatos y hasta tambores. Iban precedidos por un vehículo equipado con megafonía, algo también habitual en las manifestaciones.

Después de varios meses, en los que no hubo ningún incidente ni alteración del orden público, el delegado del gobierno decidió que ya era hora de poner fin a las manifestaciones y, sin prohibirlas, puso tales limitaciones a su desarrollo que acabó por desnaturalizarlas. Lamentablemente los tribunales, en una actuación políticamente muy correcta, dieron la razón a la autoridad gubernativa y sentenciaron que podía acotarse a media hora diaria la duración de la manifestación y el uso de la megafonía se debía adecuar a la ordenanza municipal de actividades ruidosas y molestas. La circulación del vehículo por calles peatonales quedaba prohibida.

Los efectos prácticos de esta resolución fueron que la megafonía quedó prohibida por la acción de los agentes de la policía local, que decidieron que no estaba autorizada, y amenazaron con detener al conductor del vehículo, y que la manifestación debía discurrir a paso legionario para cumplir con el tiempo permitido para su desarrollo.

La última vuelta de tuerca de los poderes públicos para impedir el derecho constitucional de manifestación, fue multar a los convocantes por el uso de tambores en las manifestaciones. Pretendían convertirlas en algo parecido a la procesión del silencio de la Semana Santa zamorana. Antes se había multado reiteradamente al conductor del vehículo por supuestas infracciones al código de la circulación. En este caso, las sanciones fueron anuladas por los juzgados contencioso-administrativos de Ceuta.

Fernández Chacón y Juan Vivas, que deberían proteger el libre ejercicio de los derechos fundamentales, entre ellos el de manifestación, procuraron por todos los medios a su alcance coartar este legítimo derecho de los trabajadores y trabajadoras de Ceuta en situación de paro o desempleo, para que la cruda realidad no alterase el virtual mundo feliz que ellos habían diseñado.

Pero lo peor de todo, es que esta medida se ha empleado de forma discriminatoria y discrecional por las autoridades responsables de aplicar la ley a todos los ciudadanos con absoluto respeto al principio de igualdad.

Como prueba de esta afirmación, que a la vez es acusación y reproche, doy testimonio de que el pasado viernes, 11 de marzo, desde las 7 de la tarde y durante aproximadamente dos horas, un vehículo dotado de megafonía de gran potencia estuvo circulando por las calles peatonales, en dirección contraria al tráfico permitido, difundiendo mensajes relativos a una chirigota del carnaval. Iba fuertemente escoltado por un dispositivo de la policía local de, al menos, tres vehículos y siete agentes, que velaban por evitar obstáculos al vehículo durante su recorrido.

A pesar de que denuncié in situ lo que consideraba un incumplimiento de la ordenanza municipal y de que solicité la inmediata toma de muestras para medir la contaminación acústica que producía el vehículo, no conseguí ninguna reacción positiva por parte de los agentes de la policía local. Al contrario, se me dijo que debía formular denuncia por escrito ante la Jefatura pero que, en cualquier caso, el vehículo contaba con la preceptiva autorización. Inmediatamente redacté la denuncia y la transmití por fax. Tampoco tuvo ningún efecto esa denuncia escrita.

Esta no era una manifestación de moros desarrapados que gritan su desesperación. Esto no ofendía las conciencias de los bien pensantes que nunca han visto llegar a su puerta el fantasma del paro y la ruina que conlleva. Este era un acto lúdico festivo para la mayor gloria de Vivas y su gobierno y para consumo de esa parte de la población que vive ajena a la realidad, abducida por la magia del presidente y su mundo de Matrix, diseñado con la ayuda de los medios de comunicación a su servicio. Aquí no hubo ningún problema de exceso de decibelios. Era un acto de exaltación y propaganda, aunque disfrazado de crítica mordaz. Un acto más del gran esperpento en que se ha convertido esta ciudad durante la década ominosa en la que ha venido gobernando el Partido Popular. Un ejemplo del doble rasero que hipócritamente ha aplicado este gobierno, con la ayuda del delegado, para perseguir a los ciudadanos que deciden reclamar y exigir en la calle la plenitud de sus derechos.

El mensaje es muy sencillo. Si protestas no conseguirás nada. Si quieres algo, agáchate bajo la mesa de un preboste y chupa. Es posible que, si lo haces bien, acabes consiguiendo un puestecito de los de no hacer nada y muy bien remunerado.

¿Hasta cuándo van a consentir unos ciudadanos libres que unos pocos los gobiernen de esta forma?