Me encargan mis amigos de Ceuta al Día que escriba un artículo de opinión para su edición impresa. Me dicen que quieren una colaboración permanente, no para una sola ocasión, ni tampoco esporádicamente. Les pido unos días para pensarlo y así reflexionar sobre la utilidad de aceptar su ofrecimiento.

Lo primero que me cuestiono es de qué me sirve expresar públicamente mis opiniones. Obviamente me granjeará enemigos. Opinar libremente es un compromiso. Tener opiniones propias supone una gran responsabilidad. Fundamentalmente, ser fiel a unos principios y coherente con una línea de pensamiento.

Después me pregunto si mis opiniones interesarán a alguien o si, por el contrario, serán tan insulsas y perfectamente prescindibles como las de la mayoría de los “articulistas” que nos aburren desde las páginas de los medios, convenientemente untados por el poder, para que se organicen como un coro de bacantes dispuesto a cantar loas y alabanzas de los próceres locales.

Llego a la conclusión de que todo el que escribe, por oficio o afición, tiene un punto de vanidad que le hace creer que lo que escribe puede interesar a alguien. Pensar que esta pueda ser mi motivación me induce a rechazar la oferta de Ceuta al Día. Pero, inmediatamente, contrapongo a este otro argumento que nivela el rechazo inicial: Opinar libremente es un ejercicio de responsabilidad. Un servicio público. Es dar testimonio de aquello en lo que uno cree. Espantar miedos y fantasmas y tomar partido por aquellos que comparten contigo una visión crítica de la realidad, aunque es posible que todavía no sepan que somos copartícipes de una comunidad de ideas.

Este último argumento me mueve a aceptar la oferta de mis amigos. Ya no me importa si lo que diga o escriba gusta o no a alguien. Ya no me preocupa si mi canto es lindo o si saldrá medio triste, como decía el gran Atahualpa Yupanqui en sus Coplas del payador perseguido. Ahora solo me importa ser fiel a mi mismo. Echar fuera lo que me quema dentro. Cumplir la máxima que expresó mi abuelo, don Ramón, en su obra más íntima y personal, La lámpara maravillosa, en la que dejó escrito: “Se como el ruiseñor que no mira la tierra desde la rama verde donde canta”.

Por eso, estoy dispuesto a comprometerme. Conmigo mismo y con los lectores de Ceuta al Día. Me impongo voluntariamente la tarea de escribir mi opinión, libre y responsable, sobre cualquier cuestión que me parezca digna de interés y prometo hacerlo desde una vocación por lo políticamente incorrecto. Sin recurrir jamás al halago fácil ni tampoco a la burla cruel o la descalificación gratuita.

Estoy seguro de que lo que escriba no gustará a muchos, pero a esta altura de mi vida, en la que ya he entrado en la edad provecta, me importa un bledo. Así es que agradezco a Ceuta al Día que me conceda un espacio en ese reducto de libertad que representa esta publicación para poder expresar mis ideas y opiniones sin ningún tipo de censura o cortapisa.

Este es mi compromiso con todos ustedes, queridos lectores, a los que espero no defraudar y a los que prometo servir desde el respeto a la palabra. A esa herramienta que es el lenguaje. Patria común de todos los que nos expresamos en la misma lengua. Esa que todo el mundo llama español, excepto nosotros mismos que nos hemos empeñado en degradarla y empequeñecerla llamándola castellano que es, simplemente, el español que se habla en Castilla.